Como mujer no tengo patria,
como mujer no quiero patria.
Como mujer, mi patria es el mundo entero.
VIRGINIA WOOLF
Virginia Woolf, la más grande escritora lírica de la lengua inglesa, nació el 25 de enero de 1882 y fue hija de un matrimonio que respiraba cultura y libertad. Sus padres hicieron de ella, en aquella época victoriana, una mujer de letras, que a pesar de no poder ir a la universidad, encontró refugio en la amplia biblioteca familiar que fue su escuela.
Tenía particular interés en contar las múltiples formas posibles de morir, tanto así que se buscó la suya en el río Ouse. El 28 de marzo de 1941 a sus 59 años, llenó de piedras los bolsillos de su abrigo y se dejó hundir en las aguas, dejando sobre la orilla su bastón.
«Una mujer para escribir necesita dinero y una habitación propia» -este pensamiento lo entendió desde muy temprano Adeline Virginia Stephen, antes de convertirse en Woolf por casamiento.
Aseguran que el abuso sexual incestuoso, por sus medio hermanos George y Gerald Duckworth, acrecentaron su crisis depresiva, patología que la acompañó durante toda su vida.
«Siento que voy a enloquecer de nuevo. Creo que no podemos pasar otra vez por una de esas épocas terribles. Y no puedo recuperarme esta vez. Comienzo a oír voces, y no puedo concentrarme. Así que hago lo que me parece lo mejor que puedo hacer. Tú me has dado la máxima felicidad posible […] Sé que estoy arruinando tu vida, que sin mí tú podrás trabajar[…] debo toda la felicidad de mi vida a ti […] todo el mundo lo sabe. Si alguien podía haberme salvado habrías sido tú […]».— le deja escrito en una carta suicida a su esposo Leonard Wolf, una de las más importantes escritoras del siglo XX.
Virginia tuvo una relación homosexual con la poetisa, novelista, y casada, Vita Sackville-West, vínculo que no perduraría pues fue incapaz de competir con la promiscuidad de la amante. A ella le regala la novela Orlando: una biografía.
«De Virginia a Vita: Me gusta su caminar a grandes pasos, con sus largas piernas que parecen hayas, una Vita rutilante, rosada abundosa, como un racimo, con perlas por todos lados. Tu abundante pecho: sí, como un gran velero con las velas desplegadas, navegando. Te he echado de menos. Te he echado de menos. Te echaré de menos».
Encontró su sitio en el grupo vanguardista Bloomsbury donde se congregaban los mejores intelectuales de su época. Entre sus principales premisas estaban colocar a la mujer al mismo nivel que al hombre, así como el respeto al matrimonio abierto, la importancia de las relaciones personales y la vida privada, así como la apreciación estética del arte por el arte.
Sus novelas son experimentales y se basan en el flujo de la memoria; cualquier objeto se vuelve simbólico y mágico. El tiempo se dilata por la recreación de la atmósfera. Las escenas no son importantes. Virginia quiere ensayar con el lenguaje volviéndolo imagen auditiva.
«Cómo podemos combinar las viejas palabras de formas nuevas para que sobrevivan, para que puedan crear belleza, para que cuenten la verdad. Esa es la cuestión» –dijo en 1937 en una entrevista a la BBC Radio.
Después de la segunda guerra mundial la crítica de la clase media fue contra ella. La acusan de ser poco universal, de no tener la capacidad de comunicar nada relevante, de antisemita. El movimiento feminista la reivindica en 1970, poniéndola como primer exponente de sus ideas.
Numerosas biografías se han publicado sobre Woolf, con diferentes hipótesis desde la bisexualidad, la guerra, el matrimonio, las clases sociales, para armar el rompecabezas de lo que fue su vida. Pero quizás su vida aparece reducida en un juego con su nombre. La semejante grafía entre su apellido y la palabra «lobo» en inglés me permite evocarla así: hipnótica, solitaria y salvaje.
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