Cual un canto, herido y hermoso, a nuestra identidad, a lo que somos, puede considerarse lo más logrado de la poesía de Eduard Encina, arrebatado por la muerte, cuando la obra pedía más aires, más cielos. A su libro Lupus [1], que viera la luz un poco antes de su deceso, nos referiremos, y al cuaderno «Manigua», con el que ganara el premio de poesía de La Gaceta de Cuba en 2017, aunque alguna que otra vez emitiremos algún criterio sobre su obra anterior. Leyendo estas obras recordé vivamente el aserto de Pavese que enuncia: «para un artista no vale la experiencia, vale la experiencia interior».[2] Así en los textos que integran «Manigua» se refleja un mundo dominado, contenido, donde llega a lograr un «desprendimiento clínico y un lirismo controlado», lo que no pasa ni en Lupus, ni en sus libros anteriores, donde vuelve al tema de la identidad, presente en sus entregas pasadas, y de nuevo a las metáforas con la muerte, pues la premonición es un hecho en sus otros cuadernos:
«Anatomía patológica»
Un país es silencio
se muere.
No hay dolor,
sino cuerpo dividido
en pequeñas porciones
de indiferencia.
La gente no se detiene
ante el cadáver cotidiano.
No hay dolor,
solo un país abierto
sobre la mesa,
acostumbrado al bisturí,
a ser el que pierde
cada día.[3]
En Lupus, en el texto del mismo nombre, siento que la vivencia hostil está muy cercana para convertirse en poema, en otras palabras, no se ha tamizado, y a veces en él, en el libro, y en su obra lírica falta el élan que trasciende la vivencia. Del cuaderno prefiero otros textos menos pretenciosos, pero más certeros:
«Bonsái»
como le cortaban la raíz y sentí
el abismo sacudirse
por mi ojo izquierdo. Después corrí
donde mis hijos, pero ellos
no apartaron la mirada
de aquel pequeño árbol malicioso,
como un puñado de tierra en mi ojo derecho.[4]
Donde logra, con el pequeño detalle o pincelada de la construcción de un bonsái, sugerir o marcar la profunda diferencia generacional entre él y sus vástagos, en actitudes, en sueños.[5] Esa honda preocupación por el país y la gente donde vive viene acompañada muchas veces por la pincelada irónica y los lances antipoéticos propios de la poesía de Reynaldo García Blanco, autor muy involucrado en la formación de Encina como poeta:
«Mercado ideal»
Crío puercos y escribo poesía,
dice mi esposa que no es justo:
escribir no es un acto de la carne
ni del mercado.
Para muchos la poesía y los puercos
tienen mucha peste,
solo los diferencia el precio.[6]
Así pueden encontrarse textos en que por medio de una anécdota nos entrega una radiografía ética del país, una radiografía social:
«Hurto y sacrificio»
Con el dinero de un premio literario
compré un caballo para mi padre.
Quedó sin trabajar y el penco
le ayudaría a olvidar.
No iba a entender que el dinero
lo gané con mis poemas
ni que un poeta tiempla el nervio nacional.
«Di un palo en la bolita, le dije,
soñé con Mariela y jugué el 31».
Para entonces él decía: «un país
se hace en el cañaveral».
Y era cierto,
A Mariela le gustaba abrir las piernas
y gritar entre las cañas:
«haremos diez millones»,
y yo le daba duro para cumplir la meta.
Mariela era la mujer de mi padre,
Una putica ahí por la que un día
mi madre, como una tojosa triste,
se dio candela.
La maniobra del caballo era infalible.
Mariela lo miraba y sentía entre sus piernas
el jugo de la caña,
mi padre lo miraba convencido de que un país
es nada sin un ejemplar como ese.
Revisando algunas fotos de mi madre,
Me dio por escribir este poema
Y sentí unas ganas enormes
de matarles el caballo.[7]
La poesía de Eduard, cubanísima, anclada en suelo natal, ha dado un giro sobre sí, despojándose de influencias de moda o generacionales vistas en sus libros anteriores, para quedar uncida a las esencias de este país de ahora, agreste y citadino, latente y enredado como una raíz, comprendiendo, al fin, que «la grandeza del poema no está en la habilidad o extrañeza de su desarrollo, sino en la extensión ocupada por un tema tan total como la vida y la muerte, y del que extrae no las maravillas y las excepciones, sino cautelas distributivas y graduaciones del ser, para recibir el conocimiento».[8] Como dice en uno de sus poemas, su cuerpo tendido en la tierra parece tierra, pero es cuerpo que aprende su destino, fuera de él el viento crece y presiona, es vegetal: una hoja de acacia, un jagüey que el silencio derribó.[9]
[1] Eduard Encina: Lupus, Ediciones Loynaz, Pinar del Río, 2016. (Premio Hermanos Loynaz, 2015).
[2] Cesare Pavese: El oficio de vivir. El oficio de poeta, Editorial Bruguera, Barcelona, 1979, p. 161.
[3] Eduard Encina: «Manigua», La Gaceta de Cuba, La Habana, n. 3, mayo-junio de 2017, p. 24. Sobre la latente presencia y evocación de la muerte en su obra, véase «Cambio de posición», pp. 28-29; «Dilataciones», p. 30; «Pozo ciego», p. 33 en Lupus, y «Dos P EME», en La Gaceta de Cuba, p. 25.
[4] Eduard Encina: Lupus, edic. cit., p. 21.
[5] Véanse también los poemas «Formación de valores» (Ob. cit., p. 43), y «El puente», donde emplea una metáfora con la imagen última del Diario de Campaña de José Martí para aludir a la realidad convulsa, incontenible en la que muchos seres abortan otro infierno: Turbio el Contramaestre no se detiene / es un río delgado pero hermoso / los suicidas de mi pueblo/ van a morir allí / saltan con deseos de abrazar el agua / Pero siempre caen en la orilla. (Ob. cit., p. 40). El Diario de Campaña de José Martí es un motivo recurrente en los mejores poemas de Encina, quien nació muy cerca de los parajes que canta nuestro primer poeta. Consúltese el poema «Remanganaguas» (Lupus, pp. 41-42). Se incluye también en «Manigua», aunque el resto de los poemas no habían sido recogidos en libro.
[6] Eduard Encina: Ob. cit., p. 26. Véanse también los poemas «Mercadeo», p. 35, y «Puestas de sol», p. 48.
[7] Eduard Encina: Ob. cit., p.47.
[8] José Lezama Lima: «Mitos y cansancio clásico» en La expresión americana, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2010, p. 34.
[9] Véase el poema «Dos P EME» en «Manigua», La Gaceta de Cuba, p. 25.
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