La alegría es la princesa del destino, una «princesa azul». El alma vuela al fondo de sí misma, para buscar la esencia de ese paraíso que es el regocijo, y todo paraíso es feliz, en él reina una alegría que, incluso, no precisa de sonrisa, ni mucho menos de la expansiva risa. La risa, dice Bergson, es diabólica, pero la sonrisa no, como lo demostró el gran Da Vinci. ¿O sí, y es solo una risa de ironía la sonrisa de la Gioconda? Esa risa y esa alegría que ella entraña, es poética, la poesía del sino alegre, la poesía de la dádiva feliz.
Puede ser que la alegría sea un acto de amor, amor a la vida, deseos de vivir una felicidad paradisíaca, una felicidad sin opacidad, sola belleza de la alegría infantil. Habría que preguntarse si en el estar alegre hay un dejo de la vida de la infancia, cuando reímos en la cuna, cuando sonreímos ante la simpatía.
La alegría de la materia puede ser expansiva y hasta explosiva, lo que entraña una fuerza creativa desde la violencia de la creatividad, cuya denominación parece ser el Big Bang. Si lo hiciéramos consciente de su existencia: ¿se reía el universo al expandirse?, ¿era feliz hallándose convertido en espacio y tiempo? ¿Cuál es la felicidad de lo efímero, de la suma de lo efímero que es la infinitud, la eternidad? La poesía se ocupa de estas cosas, siendo ella una ocupación cósmica.
Creando, el ser es libre, posee la real alegría de la creatividad, la llamada «inspiración», fuerza angélica, nuncio de fecundidad, amor ejercitándose. Creer, crear y criar son verbos semejantes, cercanos actos, praxis, felicidad, alegría. La carga poética de la alegría llena un siglo, llena una época, un movimiento creativo, la voz de un individuo. Dentro del toro de Falaris hay dolor, pero brota de las fauces del vacuno una alegría hecha música exquisita, quien la oye no piensa en el dolor, en el fuego que consume a los que adentro gritan. Dentro del alma hay dolor, pero la poesía hace brotar de él una belleza que deleita. Es rara la poesía que se asienta en el alma lastimada. La poesía elude la mancha de lo tenebroso, recupera la simpatía del mundo, ofrece aroma ensoñado y realidad embellecida. En los géneros elegíacos habrá un raro substrato de alegría, esa que radica en la aprehensión estética, en el canto a la vida a través de lo perdido, un ayer vivo que se añora como alegría, como felicidad. La alegría vibra en un rayo de sol, todo obelisco es también un himno a la alegría, un poema (como varias décimas en una continuidad estrófica), resplandor que no omite la sonrisa de placer por el calor, por la luz, por la belleza de paisaje.
En su Ensayo sobre la imaginación de la materia, Gastón Bachelard admira al paisaje como «una experiencia onírica», el alma pre-ve, y en la vista hay un halo de felicidad ante el paisaje, siempre que este sea propio de la grata evolución de la materia, no situado frente a su error, lo terrible, lo incompleto, lo infeliz. El paisaje es la sonrisa del cosmos, cuando es paisaje bello. Quizás por ello todo paisaje hermoso es fuente de alegría, dona calma, ofrece un paraíso visual, alegra. La alegría también habita en la belleza.
Dice Bachelard que «la sangre nunca es feliz». Cree él que ella ofrece la imagen del dolor. Sin embargo, también puede verse como un río, el río de Heráclito, la sangre indentenida apuntala a la vida, sin ese río continuo no hay modo de vivir, el ser no es ser sin el flujo de la sangre. Debe tener sonido, debe haber un canto rítmico en el flujo de la sangre, ese debe ser el signo de su alegría, alegría como música, como canción. Su fuerza, su impetuosa circulación dona alegría, pero el sueño de la sangre, su estancamiento, es el camino de la muerte, y entonces ella ciertamente no es feliz. Porque para el ser dejar de ser significa el fin del paraíso, la ruptura de la felicidad, la no-alegría.
La poesía de la alegría reverbera, es sabia arbórea o sangre, impulso vital como un río que va a dar a la mar que es el vivir. La alegría entraña el goce puro, no la carcajada de la burla, no la risa de la ironía, sino la pureza de una sonrisa que se traduce en aprehensión del paraíso, «instante raro de la emoción». Poesía y alegría son alas de una misma ave (el pájaro azul del ser), una de un lado como guía poderosa, otra como reflejo que se anuncia en una sonrisa. La alegría destella dentro del ser y lo mejora. La poesía también. Tienen sentidos paralelos, unifican el ritmo vital.
No disimulemos la alegría, no cubramos de rubor la gracia plena, no nos avergüence el grado de la luz mejor, el destello de la vida. La alegría tiene razón de ser y necesidad de ser. Una y otra revierten en el paraíso interior, ese que resulta del «mejoramiento humano» que es la poesía.
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