No es raro encontrar síntesis o eclecticismos, y que un poeta sea emotivo-sensorial (como se aprecia en la obra de Rafael Alberti); emotivo-intelectivo (buena parte de la poesía de César Vallejo lo testimonia, y en no pocas oportunidades las de José Martí y Vicente Aleixandre); sensorial-intelectivo (muy típicamente en la mayor parte de la obra de Lezama Lima), o combinar los tres modos aprehensivos, como se aprecia en Luis Cernuda y en Justo Jorge Padrón. Lo que sí resulta raro es encontrar poetas emotivos, sensoriales o intelectivos por separado, y se les podrá entender por tales según predomine uno de estos tipos de aprehensiones en sus obras. La simbiosis, la mezcla, es razón humana.
No somos hombres puros, de una raza, una idea, de un planeta sin contaminación. La pureza excepcional en el cosmos no es humana, y, quizás por ello, no es poética (aunque previendo el futuro, tampoco habrá que limitar lo poético a lo humano-terrestre). Emotivos, sensoriales e intelectivos, los poetas siguen buscando respuestas múltiples a la realidad, enriqueciéndola con su imaginación.
La realidad aprehensible no es una, totalitaria y homogénea, de modo que no se pedirá a la poesía totalización, absolutismo expresivo, hallazgo del Verbo o de la Ley primaria que pudiera regir al Universo. No hay dictaduras o satrapías líricas. Habrá siempre que evitar los señoríos de unos modos poéticos sobre otros. Si como quería Karl Marx, con largueza de utopía, por fin la estética será la ética del futuro, esperemos que, como hasta ahora, no se declaren guerras mundiales por concebir o hacer la poesía de una manera u otra.
En cuanto a los modos de expresión (o estilos), que parecen sucederse gradualmente según las épocas, recordemos que la intensidad barroca está en la esencia de lo hispano y del homo universale, de la misma manera que podemos hallar la sensibilidad clásica (o neoclásica) y la romántica (o neorromántica). En poesía también se puede ser barroco, clásico o romántico; tampoco es propio discutir qué es mejor o peor, puesto que la tendencia vigente dependerá de la sensibilidad mayoritaria (o espíritu) de la época y de los poetas vibrando dentro de ella. Los estilos y sus modos expresivos envejecen y rejuvenecen en el transcurso del tiempo. Incluso entre los siglos xix, xx, y xxi, han convivido poetas clasicistas (pureza lexical, ordenamiento tradicional estrófico, predominio intelectivo…), románticos (amalgama lexical, cierto desorden y relativa «libertad» estrófica o versal, inclinación a lo emotivo), y barrocos (herméticos, simbolistas, de intelección culturalista…), y ellos se han desplazado por encima o de acuerdo con las estéticas dominantes de sus tiempos. Para definir estos fenómenos de reaparición temporal de tendencias estilísticas, se acuñan términos como neoclásico, neorromántico o neobarroco; el futuro dirá si es preciso encontrar nuevas definiciones o denominaciones, pues las presentes no son poco discutibles cuando se estudia concretamente una literatura o un autor determinados.
En esta red interrelacionada de conceptos, perderíamos o ganaríamos mucho tiempo, y nos entretendríamos no poco clasificando a los poetas y a sus obras: «es un neorromántico emotivo-intelectivo», etiqueta totalizadora que más bien archiva que estudia. Aun sin fin docente definido, el asunto clasificatorio valdría la pena para la crítica y el ensayismo especializados, si en verdad arroja luz sobre nuestros conocimientos acerca de la poesía y de los poetas (aunque con más propiedad diríamos las poesías, pues poesía es palabra en singular con significado plural, y los poetas, pues los hay de todos los tipos de estilos).
No es perder demasiado el tiempo si se atiende a lo que propone T. S. Eliot en Función de la poesía y función de la crítica, ni será mero ejercicio de entretenimiento mental (aunque también pueda serlo), dedicarnos a desentrañar las muchas propuestas respecto a la poesía de Dámaso Alonso o Carlos Bousoño, de Roland Barthes o Severo Sarduy, de Ezra Pound o Lotman, Flaker, Bajtín, Todorov, Frye…, o Aristóteles y Ovidio, entre muchísimos más. Sobre todo, lo que un poeta piensa sobre su poesía, es esencial para delimitar su poética personal y de hecho contribuye a que conozcamos mejor su mundo referencial y el orbe lírico que él ha creado.
No está mal que pensemos que existe una razón de ser poeta y otra razón de hacer poesía. De cualquier manera que podamos clasificar al poeta o definir a la poesía, nos enfrentamos a una necesidad humana, a una manifestación de nuestra condición: poetizar. No es discutible la «utilidad» humana de la poesía; cuando se refería al gran poeta norteamericano Walt Whitman, y con toda seguridad descubriéndolo por primera vez para la lengua española, el no menos excepcional José Martí escribió este muy citado fragmento de párrafo:
¿Quién es el ignorante que mantiene que la poesía no es indispensable a los pueblos? Hay gentes de tan corta vista mental, que creen que toda la fruta se acaba en la cáscara. La poesía, que congrega o disgrega, que fortifica o angustia, que apuntala o derriba las almas, que da o quita a los hombres la fe y el aliento, es más necesaria a los pueblos que la industria misma, pues ésta les proporciona el modo de subsistir, mientras que aquélla les da el deseo y la fuerza de la vida. (La Habana, Editorial Nacional de Cuba, 1965, Tomo XIII, pág. 151).
«En poesía no hay pueblos subdesarrollados», dejó escrito el colombiano Jorge Zalamea en La poesía ignorada y olvidada (La Habana, Casa de las Américas, 1965). En poesía no existen pueblos «superiores» o «inferiores» ni Norte rico y Sur pobre, ni hay un «tercer mundo» para la poesía. Definir y clasificar poetas y poesías con razones de estudio no es un acto discriminatorio, pues en los cotos de la poesía todos tienen derechos para ofrecer su flor, ya sea esta original orquídea exquisita y solitaria, o rosas magníficas pero abundantes, o la común flor silvestre… Lo que la más humilde pueda dar, es muy posible que no alcance la más elevada. Cada poeta dona su flor de poesía sobre la tierra, y cada flor tendrá su «utilidad», ya sea para fruto, para deleite de olor y color (y sabor) o para simple y compleja contemplación. Sea bienvenida la poesía, toda la poesía. «Poesía eres tú», es decir, la otredad que no oprime a la mismidad; o, tal vez, como propone Antonio Machado: Con el tú de mi canción / no te aludo, compañero; / ese tú soy yo.
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