Sería poco menos que demagógico obviar el panorama actual de guerra cultural en que se desarrolla la socialización de nuestra creación cultural. Esto implica un falso positivo que coloca en irreconciliable antagonismo a la pluralidad creativa y el socialismo. Como ejemplos demostrativos son usados, en manual propagandístico que se ha reestructurado según las circunstancias, errores ya superados que aparecen, no obstante, como si estuvieran vigentes.
Al ignorar la creación cotidiana que en Cuba se promueve, se desconoce que esa pluralidad creativa es un fenómeno vivo y que la denuncia, la crítica y hasta el rechazo extremo, o extremista, a problemas internos que surgen dentro del proceso revolucionario, propio de sus contradicciones dialécticas, inunda nuestras publicaciones. Negar esa pluralidad es demostrar una supina ignorancia de lo que se publica, o se exhibe en nuestras galerías. Una revisión a fondo demostraría que estamos saturados de una descarga ilocutoria que asume la parte por el todo y, con ello, enrarece el panorama de la crítica científica, o medianamente seria.
La falta de una crítica comprometida con los valores epistemológicos de la obra en sí, y no con los autores, como sucede hoy día, está perdiendo la oportunidad de señalar el vicio de denuncia que en general contamina a buena parte de esa producción. Si en algo se ha conseguido un avance en este aspecto relativo a la pluralidad dentro del socialismo, es en el ámbito de la creación artística. Y para comprobar lo que digo, bastaría con atreverse a leer siquiera quince o veinte libros, o visitar galerías de arte, salas de teatro, peñas de trova o poesía y, últimamente, el oportunismo de falsa conciencia de algunos músicos populares.
En mis lecturas, he detectado una serie de tópicos estándares, sobre todo en las obras narrativas que dan fe de que eso es hoy concreto y que el montaje exterior —o de clientelismo mercenario interior—, acerca de la censura y la falta de pluralidad es, sin otra palabra, un montaje. Hay un fenómeno de construcción de realidad, que responde tanto a intereses económicos como ideológicos, que busca suplantar lo real y convertirse en cliché que termine en billete de viaje y promoción de propaganda negra (efímera, por cierto). De los tópicos que he podido advertir a paso de lector —que son varios y coinciden en sus marcas de ejercicio de crítica social por encima del gusto literario— enumero tres que merecen posterior atención:
- Sujeto individual vs sujeto colectivo
- Subsistir cotidiano vs realización profesional
- Emigración y progreso vs identidad y desarraigo
Y estas características se inscriben, muy seriamente, en el insuficientemente estudiado proceso de urbanización de nuestra sociedad y, con ello, arrastran la urbanización acelerada, a veces forzosa, de los tópicos literarios que predominan. No es exclusivo, pues lo hallamos además en la literatura de Latinoamérica, o Norteamérica —Canadá incluida—, o Europa. Pero sí tiene específicos matices en nuestro contexto dado el avance de la socialización cultural que la Revolución produjo. Una sociología de la literatura, al parecer abandonada por nuestros estudiosos y nuestros centros académicos, debía ilustrarnos al respecto.
El proceso de urbanización de la cultura que comenzó a implantarse desde el siglo XX, ha continuado aceleradamente. Cuba fue una víctima ingenua, de anomia boba, como diría Durkheim, de este fenómeno. Puso en riesgo algo así como la gallina de los huevos de oro, porque mientras llevó a cabo una reforma agraria verdadera y profunda e hizo universal y accesible la superación educacional a toda la población, incluyendo a los desclasados de zonas apartadas e insalubres, convirtiendo la originaria campaña de alfabetización en un camino expedito a la educación de calidad, proporcionalmente altísima en sus niveles universitarios y preuniversitarios, se dejó llevar por esos llamados a la urbanización. Parte de este tema transversaliza la temática de la novela Las últimas vacas van a morir, de Ulises Rodríguez Febles, recientemente premiada con el Premio de la Crítica.
Debe tenerse en cuenta que la fabricación global del concepto de adelanto social está estrechamente asociado a la urbanización, sobre todo en el contexto de las urbes, según es propio del capitalismo en expansión, usufructuario de su última fase. Y es paradójico que, si comenzamos adecuadamente por una reforma agraria que entregaba la tierra a quien la producía, se minimizara el valor social de ese cultivador de la tierra, sin superar, cultural y educativamente, la discriminación del sujeto campesino, o pueblerino. Se demoró, y se demora aún, la humanización de ese duro trabajo que hace producir la tierra. Tenemos, por tanto, un ejemplo de una insuficiente socialización del arte y la cultura y, por si no fuera suficiente, de una suplantación de esos valores comunitarios que cada vez tienen menos lectores potenciales.
Quiero aclarar que no hay manifestaciones culturales estáticas. Las Parrandas remedianas, por ejemplo, que son el principal atractivo de muchas poblaciones del centro norte de Cuba desde finales del siglo XIX, han evolucionado dentro de su propia esencia folclórica, de ahí que sobrevivan y prometan seguir sin que sea necesario «intervenir» en garantía de su rescate y salvamento. De ahí, por otra parte, que ciertas campañas de rescate de tradiciones que se emprendieron, con asignación de recursos y financiamiento generoso, incluso, no fructificaran y, en ciertos casos, consiguieran rechazo más que aceptación. Toda manifestación cultural, desde la más humilde y popular hasta la más encumbrada en las gamas de la élite, necesita de autenticidad creadora para perdurar. Puedes tener incluso un resultado exitoso que muy pronto revelará su condición efímera y, por tanto, su temprana muerte natural.
La creación artística, y cultural, para que sea auténtica y perdure, debe partir del sentimiento raigal de sus creadores, sea cual sea el objetivo pragmático que busquen, e incluso las capacidades técnicas del trabajo creador. La popularidad que alcanzaron músicos como Polo Montañez y Eliades Ochoa, por ejemplo, que no pueden ser más «comunitarios», «regionales» o «locales» —si nos limitamos a esos tópicos de clasificación de la industria cultural— demuestra la capacidad universal de esas prácticas y, sobre todo, de ese gusto raigalmente formado. Con esas nobles intenciones de reconocimiento universal, la Revolución creó las productoras discográficas. Sin embargo, la necesidad de salir de ciertos tópicos neoestalinistas que «intervinieron» en varias zonas de nuestra creación, terminaron por dar el bandazo fatal de intentar imitar a las industrias del capitalismo global, creyendo que así conseguirían el mismo éxito.
Como dijera antes, el Che Guevara se negó a admitir que la relación arte-política fuera de subordinación del arte a la política. Por el contrario, pidió su cuestionamiento. En el proceso de rectificación de errores, muy posterior a Palabras a los intelectuales, Fidel llamó a que el arte asumiera una vanguardia crítica contra las desviaciones en la política, sin que el arte o la literatura tuvieran que expresarse en códigos políticos. Lo digo porque los que casi siempre han asumido esa línea de subordinación, en el socialismo, son los funcionarios que representan a las instituciones y que, como en la sociedad capitalista, comienzan a sentirse por encima de la sociedad, como lo estudiara temprana y oportunamente Engels, y lo desarrollara después Lenin, quien tuvo la oportunidad de introducir, ya desde el poder político, estos conceptos culturales.
Relación compleja, de permanentes conflictos cuyos resultados positivos, para un desarrollo evolutivo, dependen de que se logre entender, y asumir, de manera dialéctica, los encontronazos y confrontaciones. No hay proporción en las demandas, sin embargo. El arte se llama a sí mismo todo poderoso, no solo libre en sí mismo sino también libre de cuestionamientos. Es decir, mientras se abroga el derecho a cuestionar absolutamente todo, limita ese derecho en reciprocidad, alegando que hacerlo significa censura. Es un fenómeno que ha afectado sensiblemente a nuestra crítica, pues se han dado casos, y no pocos, de agresión física o verbal contra críticos que ni siquiera han sido muy exagerados con su oficio. Al mismo tiempo, se abroga el derecho absoluto de cuestionar a la política y no solo desbancarla a ella misma, sino de denostar a quien la ejerce, como si eso en sí no fuese una contravención legal.
La política, por su parte, pierde de vista el carácter científico que debe nutrir las disciplinas duras de las que se alimenta, una buena parte de ellas en el ámbito de las Ciencias Sociales. Hay improvisación, desconocimiento, falta de humildad y reconocimiento y otros varios vicios negativos que he señalado en mi libro Estado, ideología y transición socialista. Y aclaro que estos señalamientos que hago no son ideas originales sino documentación consultada en discursos de Fidel y Raúl Castro, y del propio presidente actual, Miguel Díaz-Canel. Eso demuestra, en la más elemental de sus gradaciones, que señalar los problemas que afronta la política, incluso desde el poder político, es apenas el primer párrafo del prólogo. Hay mucho trabajo por delante, sin descontar cuánto se ha hecho, y no todo el mundo tiene la paciencia china de saber que el más largo camino para superar las presiones y descubrir los majestuosos diamantes, comienza por el primer paso.
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