En un universo infinito cada punto puede ser el centro. No retornamos a la idea del mundo como eje en torno al cual giraban todos los astros. Es otra la idea, más abarcadora y profunda. Desde Historia del tiempo (Editorial Crítica-Grijalbo, Barcelona, 1989, con prólogo de Carl Sagan), las especulaciones desde la divulgación científica han trazado arcos continuos de entorno poético. Si no es que donde haya especulación, misterio, asuntos por develar, se enclava la poesía como «inevitabilidad» del pensamiento.
¿Qué puede haber detrás de las «paredes» de nuestro universo, en el punto anterior al Big Bang? ¿Otro tipo de «espacio», otra magnitud diferente a lo que llamamos «tiempo»? Pero aun dentro de nuestro propio espacio cósmico enfrentamos la existencia de los agujeros negros, cuyos horizontes de sucesos son imposibles de remontar, de «ver» dentro, de saber cómo se comportan las leyes físicas allí (si se comportan), o cuáles otras pueden existir en la singularidad.
La observación de la poesía del cosmos proviene del ser frente al infinito, aguzando los sentidos ante la noche, tratando de explicar todas esas luces y todas esas sombras. Sabemos que una cosmogonía puede revestir teorías que van desde lo mesurable hasta lo insólito imaginativo. Sabemos que el cosmos es madre de poesía, porque ella está tejida como una magnitud a sus procesos evolutivos. Hubble advirtió el comienzo del espacio y del tiempo, y el universo comenzó a tener dos dimensiones que en el fondo son una sola: lo muy grande, macrocósmico, lo muy pequeño, registrado por la mecánica cuántica. Es maravilloso saber que una partícula puede ser tal y a la vez transferirse en onda. De modo que solo lo que no posee masa intrínseca puede viajar a la velocidad de la luz. El límite de la luz, su velocidad, resulta profundamente poético, nos movemos a una velocidad determinable, pero si nos moviésemos a otra, el espacio y el tiempo se comportarían de manera diferente.
El poeta lee que existe un principio de incertidumbre: cuanto mayor sea la precisión con que se trate de medir la posición de una partícula, con menor exactitud se medirá su velocidad, y viceversa. La poesía tiene su propio principio de incertidumbre, pues si precisamos con exactitud cada palabra, cada frase, el sorteo de los fonemas, la técnica de construcción de un texto, más se disuelve ella, menos poesía es.
Me gustaría especular desde Hawking que uno de los ladrillos básicos del cosmos es la poiesis, la creación, que implica poesía por sí misma, emanación poética de la luz convertida en mensajera, en signos de diversidades enormes de colores y formas, la poesía viajando con el espacio-tiempo. Es un viaje unidireccional, no podríamos vivir en big cruch, o sea, en reversa del tiempo, de modo que la poesía se expande con el universo. La poesía está en la infinitud y también en lo efímero, cuya existencia misma ya es un punto añadido a esa infinitud. Mientras vivimos, formamos parte de la Eternidad.
La realidad es muchas veces más imaginativa que la imaginación humana (y a veces imita a la ficción, como Aracataca pareciéndose a Macondo). Y habría que preguntarse si el universo es solo asimilable por los medios sensoriales humanos, tan limitados: vista, oído, gusto, olfato, tacto. Las fórmulas de Einstein aún dicen muchas cosas insólitas, y puede resultarnos raro que se detengan justo en el horizonte de suceso de un agujero negro. Pero es sorprendente que anuncien lo que no pueden explicar. La ciencia ha tomado el sitio de los profetas. No para profetizar (solo) sobre el destino humano (también, sobre todo), sino para explicar la enorme diversidad de razones que pueblan el cosmos, algunas inexplicables, como la llamada energía oscura.
El universo ha sido tan inteligente que ha permitido el desarrollo de las estrellas muy distantes entre sí, pues si se acercan, la mayor tragaría a la menor. Quizás suceda lo mismo con la vida. Dos civilizaciones serían como materia y antimateria, se anularían. La poesía del cosmos determina que mientras una especie sea muy depredadora, será muy guerrera y competitiva y no estará en condiciones aún de hallarse con otro modo de vida civilizada morando más allá de nuestra estrella. ¿No ha sucedido? Incas tragados por europeos, griegos exportando su cultura sobre los pueblos que conquistaban, eras de imperios muchas veces abusadores que no son «eras imaginarias», como las definía José Lezama Lima.
La poesía quizás sea el estado organizativo del caos cósmico. Pero en el propio caos, en el torbellino, la belleza irrumpe como una canción. Podría ser hermosa la mancha roja de Júpiter, gran huracán. Estar dentro del caos ofrece el himno de la resistencia, la vida allí es épica. El universo todo canta su drama, su leyenda, su expansión tremenda venciendo la resistencia, ampliándose más sobre lo inexistente. ¿Sobre qué «espacio» se expande el espacio-tiempo? ¿Cuál resistencia impera en la llamada «materia oscura»?
La lírica ha hecho preguntas desde que se plasmó en los libros egipcios, en Sumeria, en la Biblia. Preguntas de El libro de los muertos se ofecen con otra gala luminosa en los Salmos atribuidos a Salomón. Lo que ahora preguntamos sobre el cosmos se revertirá en poesía. Las explicaciones de Ptolomeo nos parecen ahora muy poéticas, falsas pero bellas. Nuestro hoy será muy primitivo siglos por delante. Somos una especie finita, y lo dijo Bécquer: «todo lo que tiene fin es breve».
¿Cómo seremos cuando demos otro salto de la especie? La concepción cósmica de la era de Einstein y de Hawking tal vez parecerá en los lejanos futuros un poema del hombre por explicar su mundo y hallar su destino «definitivo» en él. Sin embargo, las respuestas, muchas de ellas, pueden estar en el pasado: «En el universo primitivo -dice Hawking- está la respuesta a la pregunta fundamental sobre el origen de todo lo que vemos hoy, incluida la vida», porque el Tiempo universal no es solo una línea formada por pasado y presente. Lo suyo es la poesía de la continuidad.
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