Breve introducción informativa
La entrevista se realizó el 30 de octubre de 1962 por Peter Orr. Y su único libro publicado hasta ese momento era The Colossus (El Coloso). Antes de la entrevista leyó y a la vez grabó, quince poemas de lo que después formaría parte del libro Ariel, que se publicaría de manera póstuma, tras su suicidio el 11 de febrero de 1963.
Sylvia, ¿qué te hizo empezar a escribir poesía?
No sé qué me hizo empezar, la escribía desde que era bastante chica, me gustaban las rimas infantiles y supongo que creí poder hacer lo mismo. Escribí mi primer poema, el primero publicado, cuando tenía ocho años y medio. Salió en The Boston Traveller, y desde entonces, supongo, que he sido algo así como profesional.
¿Sobre qué tipo de cosas escribías cuando empezaste?
La naturaleza, creo: pájaros, abejas, la primavera, el otoño, todos esos temas que son regalos absolutos para la persona que no tiene experiencia interior sobre la cual escribir. Creo que la llegada de la primavera, las estrellas en el cielo, la primera nevada y demás, son regalos para un/a chico/a, un/a joven poeta.
Ahora, con el correr de los años, ¿podés decir que hay temas que te atraen particularmente como poeta, cosas sobre las que sientas que te gustaría escribir?
Tal vez esto es una cosa americana: Estuve muy emocionada por lo que siento que es la nueva revelación que surgió, por ejemplo, con «Estudios de la vida» de Robert Lowell, esta revelación intensa es una experiencia emocional muy seria, muy personal, una experiencia emocional que siento que ha sido tabú. Los poemas de Robert Lowell sobre su experiencia en un hospital psiquiátrico, por ejemplo, me interesaron mucho. Estos temas peculiares, privados y tabú, siento que han sido explorados en la poesía norteamericana reciente. Pienso particularmente en la poetisa Anne Sexton, que escribe sobre sus experiencias como madre, como una madre que tuvo crisis nerviosa, es una joven extremadamente emocional y sensible, y sus poemas son maravillosamente artesanales y sin embargo tienen una especie de emoción y de profundidad psicológica que tal vez es algo nuevo, muy excitante.
Ahora vos, como poeta, y como una persona que se extiende en ambos lados del Atlántico, si puedo decirlo así, siendo una norteamericana…
Es una posición bastante incómoda, ¡pero lo aceptaré!
¿De qué lado cae tu peso, si puedo seguir con la metáfora?
Bueno, pienso que en cuanto a lenguaje soy norteamericana, me temo que mi acento es norteamericano, mi manera de hablar es de una norteamericana, soy una norteamericana anticuada. Esa es probablemente una de las razones por las que ahora estoy en Inglaterra y por las que siempre estaré en Inglaterra. Estoy 50 años atrás en cuanto a mis preferencias y debo decir que los poetas que más me entusiasman son norteamericanos. Hay muy pocos poetas ingleses contemporáneos que admire.
¿Eso significa que pensás que la poesía inglesa contemporánea está pasada de moda en comparación con la norteamericana?
No, pienso que es un poco «estrecha», si me permite decirlo. Hubo un ensayo de Álvarez, el crítico británico: sus argumentos sobre los peligros del refinamiento en Inglaterra son muy pertinentes, muy ciertos. Debo decir que no soy muy refinada y siento que el refinamiento ejerce un control absoluto: la pulcritud, el orden maravilloso, que es tan evidente en todas partes de Inglaterra es tal vez más peligroso de lo que parece en la superficie.
Pero ¿no te parece también, que está ese asunto de los poetas ingleses que trabajan bajo el peso de algo que en mayúsculas se llama «Literatura inglesa»?
Sí, no podría estar más de acuerdo. Sé que cuando estaba en Cambridge esto apareció. Las mujeres jóvenes se me acercaban y me decían: «¿Cómo te atrevés a escribir, a publicar poemas, con la crítica, la terrible crítica, que cae en el que publica?». Y la crítica no del poema como poema en sí. Recuerdo que me horroricé cuando alguien me criticó que empezaba como John Donne, pero no terminaba precisamente como él, y en ese momento sentí por primera vez sobre mí todo el peso de la literatura inglesa. Pienso que en Inglaterra todo el énfasis, en las universidades, en la crítica práctica (pero no tanto en la crítica histórica, sabiendo de qué período viene la línea) esto es casi paralizante. En Norteamérica, en la universidad, leemos ―¿qué?— T. S. Eliot, Dylan Thomas, Yeats, que es donde empezamos. Shakespeare quedó en segundo plano. No estoy segura si estoy de acuerdo con esto, pero pienso que para el joven poeta, el que escribe poesía no es tan aterrador ir a la universidad en Norteamérica como en Inglaterra, por estas razones.
Decís, Sylvia, que te considerás una norteamericana, pero cuando escucho un poema como «Papi», que habla de Dachau y Auschwitz y Mein Kampf, tengo la impresión de que este es el tipo de poema que un verdadero norteamericano no podría haber escrito, porque no significan demasiado, estos nombres no significan mucho del otro lado del Atlántico, ¿no?
Bueno, me está hablando como una norteamericana general. En particular, mi origen es, puedo decir, alemán y austríaco. Por una parte, soy primera generación norteamericana, por otro lado soy segunda generación norteamericana, y por eso mi preocupación por los campos de concentración y demás, es singularmente intensa. Y, además, soy una persona más bien política, así que supongo que es parte de donde viene eso.
Y como poeta, ¿tenés un gran e intenso sentido de lo histórico?
No soy una historiadora, pero estoy cada vez más fascinada por la historia y ahora me encuentro leyendo más y más sobre historia. En la actualidad estoy muy interesada en Napoleón, en las batallas, en las guerras, en Gallipoli, en la primera guerra mundial y demás, y pienso que a medida que envejezco me vuelvo más y más histórica. Por cierto, no lo era para nada en mis primeros veinte años.
¿Tus poemas ahora tienden a salir de los libros más que de tu propia vida?
No, no: No diría eso en absoluto. Pienso que mis poemas surgen inmediatamente de experiencias sensoriales y emocionales que tengo, pero debo decir que no puedo simpatizar con esos gritos del corazón, informados sólo por una aguja o cuchillo, o lo que sea. Creo que uno debería ser capaz de tener el control y manipular experiencias, incluso las más terribles, como la locura o el ser torturado, este tipo de experiencias, y uno debería ser capaz de manipular esas experiencias con un conocimiento y una mínima inteligencia, pienso que la experiencia personal es muy importante pero sin duda no debería ser una especie de experiencia narcisista de caja cerrada y mirarse en el espejo. Creo que debería ser pertinente y relevante a cosas mayores, cosas más grandes como Hiroshima y Dachau y demás.
Y entonces, detrás de la reacción emocional primitiva debe haber una disciplina intelectual.
Estoy muy convencida: habiendo sido una académica, después de haber sido tentada por la invitación de quedarme para convertirme en doctora, profesora, y todo eso, una parte de mí sin duda respeta todas las disciplinas, siempre y cuando no se atrofien.
¿Qué pasa con los escritores que te influenciaron, los que significaron mucho para vos?
Hubo muy pocos. Me resulta muy difícil seguirles el rastro en verdad. Cuando iba a la universidad estaba atónita y asombrada por los modernos, por Dylan Thomas, por Yeats, por Auden incluso: en un momento estuve totalmente loca por Auden y todo lo que escribía era desesperadamente «Audenesco». Ahora vuelvo a empezar yendo hacia atrás, empiezo a mirar a Blake, por ejemplo. Y después claro, es presuntuoso decir que uno está influenciada por alguien como Shakespeare: uno lee a Shakespeare, y eso es todo.
Sylvia, se nota leyendo tus poemas y escuchándolos que hay dos cualidades que emergen muy rápida y claramente: una es la lucidez (y pienso que estas dos cualidades tienen algo que ver una con la otra), la lucidez y el impacto que tienen al leerlos. Ahora bien ¿diseñás conscientemente tus poemas para que sean lúcidos y efectivos cuando se leen en voz alta?
Esto es algo que no hice en mis primeros poemas. Por ejemplo, mi primer libro, El Coloso, hoy no puedo leer ninguno de los poemas en voz alta. No los escribí para ser leídos en voz alta. De hecho, son muy privados, me aburren. Estos que acabo de leer, son muy recientes, tengo que decirlos, me los recito a mí misma, y pienso que esto es el desarrollo de mi propia escritura, es algo muy nuevo en mí, y cualquier lucidez que tenga puede provenir del hecho de que me los digo a mí misma, en voz alta.
¿Pensás que esto es un ingrediente esencial de un buen poema, que debería ser capaz de ser leído en voz alta efectivamente?
Bueno, lo siento hoy y siento que este desarrollo de las grabaciones de poemas, de recitar poemas en lecturas, de tener grabaciones de poetas, pienso que es una cosa maravillosa. Estoy muy emocionada por esto. En cierto sentido, hay un retorno, sin que lo haya, al viejo rol del poeta, que era hablarle a un grupo de personas, ir al encuentro.
O cantar para un grupo
Cantar para un grupo de personas, exactamente.
Dejando de lado la poesía por un momento, ¿hay otras cosas que te gustaría escribir, o que hayas escrito?
Bueno, siempre estuve interesada en la prosa. Desde que era adolescente, publiqué cuentos. Y siempre quise escribir el cuento largo. Quise escribir una novela. Ahora que alcancé, diría, una edad respetable, y tuve experiencias, me siento mucho más interesada en la prosa, en la novela. Siento que en una novela, por ejemplo, se puede poner un cepillo de dientes y toda la parafernalia que uno encuentra en la vida diaria, y esto lo encuentro más dificultoso en la poesía. La poesía, siento, que es una disciplina tiránica, hay que ir tan lejos y tan rápido, en un espacio tan reducido que tenés que apartar todo lo periférico. ¡Y lo extraño! Soy una mujer, me gustan mis pequeños «Lares y Penates»[i], me gustan las trivialidades, y encuentro que, en una novela, puedo tener más de la vida, tal vez no sea una vida tan intensa pero desde luego más vida, y como resultado de eso me siento muy interesada en escribir novela.
Esto es casi una especie de «Dr. Johnson», ¿no? ¿Qué fue lo que dijo: «hay algunas cosas que son aptas para su inclusión en la poesía y otras que no»?
Bueno, por supuesto, como poeta diría ¡puf! Diría que todo debería ser capaz de entrar en un poema, pero no puedo poner cepillos de dientes en un poema, realmente no puedo.
¿Te encontrás mucho con otros escritores, poetas?
Prefiero los doctores, parteras, abogados, cualquier cosa menos los escritores. Pienso que los escritores y artistas son las personas más narcisistas. No debería decir esto, porque me gustan muchos de ellos, de hecho muchos de mis amigos resultan ser escritores y artistas. Pero debo decir que admiro más a la persona que domina un área de experiencia práctica, y que puede enseñarme algo. Quiero decir, mi partera me enseñó a criar abejas. Y, bueno, ella no puede entender nada de lo que escribo. Pero resulta que ella me gusta, puedo decir, más que la mayoría de los poetas. Y entre mis amigos hay personas que saben todo sobre barcos o todo sobre ciertos deportes, o cómo abrir a alguien para remover un órgano. Estoy fascinada por esta maestría de lo práctico. Como poeta, se vive un poco en el aire. Siempre me gusta que alguien me enseñe algo práctico.
¿Hay alguna otra cosa que hubieras preferido hacer aparte de escribir poesía? Porque esto es algo, obviamente, ocupa gran parte de la vida privada, si uno tiene éxito. ¿Alguna vez estuviste arrepentida de no haber hecho otra cosa?
Pienso que si hubiera hecho otra cosa, me gustaría haber sido médica. Es una especie de polo opuesto a ser escritora, supongo. Cuando era más joven mis mejores amigos siempre eran médicos. Solía vestirme con un guardapolvo blanco y hacer rondas, ver recién nacidos y cadáveres abiertos. Eso me fascinaba, pero nunca me atreví a disciplinarme hasta el punto de aprender todos los detalles que hacen falta para ser una buena médica. Este tipo de oposición: alguien que trata directamente con las experiencias humanas, es capaz de curar, sanar, ayudar, en este tipo de cosas. Supongo que si tengo nostalgia es esa, pero me consuelo con conocer muchos médicos. Y puedo decir, tal vez, que estoy más feliz por escribir sobre médicos que de haber sido una.
Pero básicamente esto de escribir poesía, es algo que ha significado una gran satisfacción para vos, ¿es así?
Oh, ¡satisfacción! No creo que pudiera vivir sin ella. Es como el agua o el pan, o algo completamente esencial para mí. Me encuentro absolutamente llena cuando escribo un poema, cuando estoy escribiendo uno. Después de haber escrito, rápidamente dejás de ser un poeta y te convertís en una especie de poeta en descanso, que no es lo mismo para nada. Pero pienso que la experiencia real de escribir un poema es magnífica.
Sylvia Plath (1932-1963)
Boston, Estados Unidos.
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Entrevista tomada del blog Huella en la Ciénaga
[i] Nota de Traductor: Se llaman «Lares y Penates» a dos tipos de dioses familiares en la época del imperio romano. Los Lares velaban por las intrusiones en la casa, por la integridad de sus dueños; los Penates vigilaban el almacén, la despensa, las provisiones familiares.
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