José Zacarías Tallet fue un afortunado de la vida y de las letras que recibió grandes premios: el Nacional de Literatura, en 1984; el de ser leído por varias generaciones de cubanos y el de la longevidad, por su existencia de 96 años.
Tuvo además el privilegio de ser amigo de Rubén Martínez Villena, de Pablo de la Torriente Brau, de compartir espacios con una pléyade de cubanos ilustres, entre quienes se citan Jorge Mañach, Juan Marinello, José Antonio Fernández de Castro y Enrique Serpa, todos los cuales fueron, con escasa diferencia de años, sus coetáneos. Y por si fuera poco, Tallet fue firmante de la Protesta de los Trece, miembro del Grupo Minorista y testigo activo de una época de grandes acontecimientos en la vida cultural y política de Cuba.
Pero no es todo, también alcanzó a vivir el período revolucionario a partir de 1959 y escribió abundantemente en los años altos de su vida. Fue/es, tal vez, el más «mítico» de aquellos autores insignes, y lo de mítico lo apuntamos por el vasto y simpático anecdotario que nos legó o que sus allegados recogieron y hoy día nutre el imaginario (real) de la literatura cubana de casi un siglo completo.
Escribió un solo libro de poesía, La semilla estéril, publicado en 1951, donde reúne buena parte de sus versos. Ahí figura el titulado «La rumba» entre los más celebres de la literatura cubana de la primera mitad del siglo XX. He aquí un fragmento:
¡Como baila la rumba la negra Tomasa!
¡Como baila la rumba José Encarnación!
Ella mueve una pierna, ella mueve la otra,
él se estira, se encoge, dispara la grupa,
el vientre dispara, se agacha, camina,
sobre el uno y el otro talón.
¡Chaqui, chaqui, chaqui, charaqui!
¡Chaqui, chaqui, chaqui, charaqui!
«La rumba» la escribió en 1928, la dio a concocer un año después y alcanzó gran difusión, la célebre declamadora argentina Berta Sinbermann la incorporó a su repertorio, llevándola por todo el mundo de habla española. Para el crítico y erudito Max Henríquez Ureña Tallet es segundo en el tiempo en la creación de poesía de tema afrocubano, si bien —y compartimos su opinión— esta aparece en su vertiente pintoresquista y folclórica.
En las décadas del ’20 y del ’30, Tallet tiene un desempeño profesional intenso: traductor de cables (dominaba el inglés), miembro del consejo de dirección de la revista Venezuela Libre, administrador de la revista América Libre, editor de la Revista de Avance, jefe del magazine del diario El Mundo, redactor de la revista Baraguá, articulista de los diarios El País y El Mundo, subdirector del periódico Ahora, sin contar sus numerosas colaboraciones para disimiles publicaciones (Social, Chic, Carteles, entre otras).
Ya es Tallet por entonces una figura del periodismo cubano y prueba de ello es su presencia desde su fundación a inicios de la década del ’40 en el claustro de la Escuela Profesional de Periodismo Manuel Márquez Sterling. En 1959 Tallet fue nombrado director de la escuela.
En 1978 volvió Tallet a las librerías con un texto de título elocuente: Vivo aún, un cuaderno de 50 páginas; al cual suceden el volumen de Poesía y Prosa (1979), Curiosidades de la Historia (1983) y Evitemos gazapos y gazapitos, en dos tomos, 1985, con más de una edición. El último citado devino bestseller, libro de consulta de extraordinaria utilidad para redactores, editores y cuantos necesitaran de una correcta actualización de las normas ortográficas en una época anterior a la internet, Wikipedia y Ecured, y en que escaseaban los diccionarios actualizados de la Real Academia de la Lengua.
En 2007 Fernando Carr Parúas publicó su biografía, Cosas jocosas en poesía y prosa, con numerosas anécdotas muy simpáticas, como la que sigue, que tiene lugar durante el período en que Tallet trabajó de contador en las oficinas del Presidio de La Habana, en el Castillo del Príncipe:
Entre los presos de buena conducta había varios que realizaban labores auxiliares allí, y entre estos, uno hacía de auxiliar de dentista.
Cierto día en que ya se había marchado el dentista y se quedaba el gabinete al cuidado del recluso, de repente se me presentó un terrible dolor de muelas. Cuando fui al consultorio pensando hallar al dentista, me veo con que solo estaba el ayudante.
Pues me transé (…) y dejé que me viera el auxiliar no doctorado. Este era un mulatón de unas enormes manos, que yo sabía que le había resuelto a algunos cuantos con relación a extracciones urgentes. Como que nos conocíamos de allí desde hacía algún tiempo, él me decía cariñosamente Talecito.
Así es que me senté, le dije cuál era la pieza que quería extraerme y me aplicó anestesia y comenzó a descarnarme con el botador. Ya llevaba un tiempito en esto, cuando, con gran ciencia me dijo:
–Tienes encarnada esa pieza y si no te la extraes ahora, se parte, y te la tendrás que operar.
Pero, acto seguido, me puso en conocimiento que la poca anestesia que le quedaba ya me la había puesto, que me hacía falta más para soportar el dolor y que él creía que a medias era imposible dejarme. Mas ya era tarde para mí, y di mi consentimiento. De pronto él bajó el sillón hasta el suelo y sentí su pierna apoyada en mi pecho y una de esas manos en mi frente; y así forcejeaba con mi muela.
Y no sé cómo, con todos aquellos aparatos dentro de mi boca, en un alarido grité:
-¡Empuje, que aquí hay un hombre!
Aunque lo que salió de allí fue un guiñapo humano… pero sin dolor de muelas.
Su biografía —recogida en el libro Cosas jocosas en poesía y prosa– recoge momentos de franca hilaridad.
José Zacarías Tallet nació en Matanzas el 18 de octubre de 1893 y murió en La Habana el 21 de diciembre de 1989. De esta última fecha se conmemoran ahora 30 años. Es, pues, un día para recordar.
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