1.
Un planteamiento básico y sencillo: la literatura gótica, visitada con rapidez y de modo exteriorista, viene a ser un conjunto de convenciones acerca del lado oscuro de la vida. Se trata de una actitud propia del Romanticismo, y se transforma en una corriente imaginativa, matizada por el spleen y el idealismo sentimental. Su cristalización ocurre en la llamada novela gótica y, en general, en la narrativa que posee ese carácter. Se dice que surgió en Inglaterra durante la segunda mitad del siglo XVIII como especie de resistencia al racionalismo y al clasicismo. Sus mayores ejemplos se dieron a conocer a lo largo de casi todo el siglo XIX, y sus planteamientos estéticos fueron retomados poco tiempo después por el cine.
2.
El horror se bifurca, o se metamorfosea en un rizoma, en los orígenes del Romanticismo. Y ya no podemos seguir en compañía de lo legendario, con Ossian y las baladas del norte (pondré ese ejemplo), donde el Medioevo se construye, en la mente romántica, a partir de tradiciones y secretos sombríos, hazañas heroicas y un sentido por completo inestable (en lo que toca a la veracidad y la comprobación) de la Historia. El frío y los paisajes blancos dependen ahora de la nieve y los hielos, como se ve en aquel lienzo de Caspar David Friedrich donde un barco encalla entre témpanos, o en aquel otro donde un caballero (perfectamente vestido, por cierto) observa, desde lo alto de una montaña, un océano de nubes. Aquí nace la complicidad del entorno con el estado del alma, un proceso de alianzas que resultaría fundamental para comprender luego la índole de los áridos e inhospitalarios roquedales que aparecen en Wuthering Heights (1847), la significativa novela gótica (con numerosas versiones cinematográficas) de Emily Brontë.
3.
Los relatos góticos, llenos de violencia física y sicológica, están ambientados en escenarios pavorosos y desolados, por lo general un castillo, una casona, una abadía en ruinas, o una mansión laberíntica. En los relatos góticos, dominados por el misterio y una constante sensación vinculada a lo aciago, la tristeza y lo funesto que nos lleva al terror, abundan las habitaciones encantadas, los objetos significativos y los pasajes subterráneos, los ruidos recónditos y temibles, las verdades que no pueden revelarse sin que ocurra una desgracia, las tumbas profanadas, las escaleras secretas y los fantasmas. Un imaginario que va de lo material-inmediato a lo puramente conceptual y viceversa, pero con una ductilidad asombrosamente expansible en el espacio y el tiempo. Pero también (y esto es muy importante) el relato gótico es el triunfo de la muerte dentro de la vida, o el triunfo de la vida como circunstancia posible de la muerte, y es aquí donde, entre tinieblas, surgen pasiones encontradas en las que aflora un singular erotismo, casi un tipo de deseo (una especie de hambre) que combina la fogosidad del amor sentimental o cortesano con el apetito de posesión presente en el mito de la sangre (o el despojamiento de la vida) en tanto ansia de ser, o de existencia que anhela prolongarse.
4.
Estas cuestiones se encuentran traspasadas por el sentimiento de lo Bello y lo Sublime (entendidas ambas categorías según las ideas de Edmund Burke e Immanuel Kant), de donde brotan (con el recogimiento, el rechazo, la inevitable atracción y el estupor) lo fantástico y lo sobrenatural debido a estados de la conciencia que el Romanticismo reservó a ciertas metáforas de lo extraordinario, desde la perspectiva del alma infinita (como creía Charles Baudelaire), lo íntimo, la meditación y la espiritualidad atormentada. He aquí los fundamentos sobre los cuales se eleva el Gótico, que alcanza su expresión más duradera, y una legibilidad para todas las épocas de la cultura, precisamente porque el Romanticismo llega a transformarse en un movimiento universal, con gestos, enunciaciones, apariencias y discursos que mutan y se enriquecen de época en época.
5.
El Gótico es un conjunto de dispositivos que buscan, de acuerdo con la índole de sus personajes, causar un efecto. No bien entramos en la literatura gótica y sus prolongaciones en el cine, y, en concreto, en sus mitos sobre lo monstruoso y lo bello, nos percatamos enseguida de que allí se activa lo que a mediados del siglo XIX John Ruskin denominó pathetic fallacy: un recurso donde la subjetividad de la observación humana, en personajes estremecidos por hechos muy singulares, proyecta sensaciones y emociones en el entorno, el paisaje, la atmósfera, el clima, la forma de las rocas, el silbido del viento o el color de la luna. Lo patético no se adscribe a su noción contemporánea, sino que deriva directamente del pathos según Aristóteles: lo emotivo y lo sentimental como agentes que alteran un juicio o una percepción. La pathetic fallacy se observa muy bien en películas como Wuthering Heights (1992), de Peter Kosminski; Suspiria (1977), de Dario Argento; The Cell (2000), de Tarsem Singh; The Duke of Burgundy (2015), de Peter Strickland, y Crimson Peak (2015), de Guillermo del Toro, por citar sólo algunas.
6.
Fantasmas ensangrentados, seres sobrenaturales, presagios indecibles, horribles secretos de familia muy bien guardados, paisajes de belleza salvaje y difícil de comunicar, y arquitecturas monumentales y decadentes: he aquí una sintomatología básica (y bastante incompleta, claro) de un género que después, en el siglo veinte, se recobra por medio de evoluciones y reformas en sus nupcias con la literatura policial (el neo-noir), la ciencia ficción, la novela de aventuras y, por supuesto, el cine. Hay que repetir una certeza simple y confirmatoria de muchas cosas: el Gótico trabaja con verdades psicológicas universales, y esa es la razón por la que no está sujeto a cambios históricos, sino más bien a innovaciones, trueques y mudanzas modulares, a variaciones que insisten en la inamovilidad de ciertos rasgos de la conducta, la mente, la imaginación y la idea del Bien y del Mal. El desasosiego del Gótico hunde sus raíces en los estados del alma de que habló Aldous Huxley, perfectamente ajenos (porque son trans-temporales) a las circunstancias de la historia. Confusión espiritual y melancolía de un espíritu donde los sentimientos no acaban de definirse dentro del juego del Bien y del Mal, pues enfrentan y diseñan lo real, o la vida de todos los días, o las experiencias excepcionales, más allá de unas hipotéticas normas (al cabo atribuidas a Dios).
7.
Un ejemplo de suceder gótico—fuera, por supuesto, del ámbito novelesco de Charles Maturin, M. G. Lewis, Horace Walpole, Bram Stoker, las hermanas Brontë, E. T. A. Hoffmann, Mary Shelley, Edgar Allan Poe y H. P. Lovecraft: ellos podrían ser los miembros del núcleo elemental— se encuentra en una noveleta de Henry James titulada TheTurn of the Screw. Allí el semiculpable personaje de la institutriz se escandaliza por algo que hacen unos niños de cierta edad a quienes cuida. Nunca se nos dice qué, pero intuimos que los niños se masturban. En el trasfondo hay un espectro. La asociación de lo espectral con el sexo es algo tan poderoso y enérgico que no salimos jamás iguales a nosotros mismos tras involucrarnos en la experiencia que James nos regala. ¿Cómo, si no, entenderíamos, en términos de renuevo y actualidad, la obsesión de Drácula por Mina, la de Catherine Earnshaw por el gitano Heathcliff, la de Lady Madeline por su hermano, la de Carmilla por su amiga, la de Lovecraft por esas criaturas resbaladizas y letales, o la de Mr. Hyde por esas prostitutas lascivas y apetecibles que el doctor Jekyll no se atreve a tocar?
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