0.
¿Manifestaciones paroxísticas de la sensibilidad, donde la conciencia sobre la cercanía de un mundo de sombras produce una corriente de temores fundados en la principalía de la Noche?
1.
Lo que el inclasificable y fecundante Thomas Ligotti llama el «pánico romántico» es el resultado o la sumatoria de un conjunto de sensaciones que empiezan a producirse en un estado estetizante de lo perturbador. Por supuesto, dicho estado no deja de relacionarse con lo extraño (el unheimlich de Freud), que, en cierto momento, da origen a lo siniestro. Lo siniestro es lo heterodoxo pasado por los filtros de lo fantástico y lo sobrenatural. Y, al cabo, no se trata sino de verdades otras, por lo general adscritas a un credo que nos disuade de las reglamentaciones del bien.
2.
La belleza moral de Lucifer, inscrita en el reino de una libertad sin ataduras ni fronteras… una libertad que lo es gracias a su necesidad de saber (el carácter infinito e irrestricto del conocimiento y los saberes), su necesidad de portar luz (la necesidad luciferina, o de la criatura que lleva la luz) y traer más vida a la vida, o de ensancharla hacia horizontes desconocidos. O sea: que los límites de lo humano no deberían existir como imposiciones, porque, en cualquier caso, esos límites serían legítimos sólo cuando el conocimiento se detenga debido al hecho de que la libertad se detiene.
3.
Lucifer es la libertad del conocimiento y la verdad de la imaginación. De ahí que lo numinoso, como esencia de la poesía, se asocie al poder de lo sagrado, siendo lo sagrado, pues, aquello que guarda un saber sensorial o práctico en torno a lo humano (lo humano en tanto estación suprema de lo divino). La imaginación en libertad produce convulsión, disonancia y horror. Pero nos aproxima a la verdad, lo cual indica que podríamos, pues, penetrar en un reino inquietante: el de la percepción de aquello que escapa de lo comprensible.
4.
Con los poderes del Bien (o sea: el Bien estipulado y reglamentado) en manos del Cristianismo y la Iglesia, se crea un espacio-tiempo que repite la condena impuesta al Conocimiento y a la no aceptación de límites para lo humano. Lo inadmisible es el Mal, y las concreciones del Mal expresan las concreciones y formas de Aquel que quiere traer más luz, más conocimiento, más horizontes. Ese es el diabolos o criatura que divide. Al expandir la vida hacia regiones inadmisibles (en lo que concierne a quienes reglamentan el Bien y sus prácticas), se crea lo fantástico y lo sobrenatural. Ese afán prometeico deviene fáustico. Prometeo es el Sujeto de la Luz y es castigado. Lucifer también. La Rebelión del Conocimiento posee, así, una belleza moral.
5.
La caracterización histórica del Gótico fue hecha desde la perspectiva del Bien según la Iglesia y el Cristianismo. He hecho, las primeras obras góticas, donde el conocimiento se expande y usurpa la verdad a medias del Bien, son aquellas donde se representa la pelea del Bien contra el Mal bajo la mirada eclesial. Hombres castigados por querer ejercer poderes que sólo Dios posee, monjes desviados y desterrados, crucifijos que alejan la maldad, agua bendita para quemar a los monstruos, pesadillas, ensalmos, saberes alternativos que la Naturaleza ofrece… La brujería, por ejemplo. Allí la Naturaleza presenta su doble cara: como Paraíso Terrenal y como Bosque Fatídico (así la muestra Lars von Trier en AntiChrist, su película de 2009). Sin embargo, esa Naturaleza adscrita al Mal no es sino una región prohibida del Paraíso Terrenal. El sitio de la tentación, de las pruebas. De los exámenes a que se sometería el hombre a ver si es digno de la confianza de Dios.
6.
La Naturaleza en tanto Reino Suficiente, donde la bruja halla su sustento y su vitalidad extremada. Lo natural ha sido, desde los orígenes de la Iglesia, algo muy sospechoso. Como la desnudez. La Naturaleza como sinónimo práctico de libertad. No hay más que ver el arco, en lo concerniente al cine, que va desde Häxan (1922), de Benjamin Christensen (este impar docudrama, hecho entre 1919 y 1921, se conoce también como La brujería a través de los tiempos), hasta Antichrist, de Lars von Trier. Ambos daneses. Ambos tantalizados por las figuraciones del Mal y su historia. Ambos obsesionados por la capacidad incorporativa de la mujer, ¿que sabe dialogar con el mundo de los instintos más que con el de la razón?, y que se entrega a la Naturaleza como cuerpo que crea vida y la ofrece. El diálogo de la mujer con la Naturaleza, el conocimiento otro, y lo natural superan, con creces, al del hombre. Por eso la mujer es, al cabo, definida como bruja.
7.
La mejor personificación, ya canónicamente gótica, del vampirismo, se encuentra en una mujer: Carmilla. Como se sabe, ella es hija de las fantasías extraordinarias de J. Sheridan Le Fanu, autor de una noveleta homónima. Este es el hombre que se adelantó a Bram Stoker por más de veinte años. Es el Drácula de Stoker, sin embargo, quien se transforma en el epítome del vampiro. Príncipe medieval, seductor feroz de varias mujeres, bestia cruel que disfruta de su polimorfismo, se levanta, con la ayuda del Mal, contra la fe de Jesucristo y contra la Iglesia: ha sido traicionado por Dios y así lo declara, con ira y desolación infinitas. Un caballero así, de esa estatura, le ganaba a Carmilla y también a su más ilustre antecesor, Lord Ruthven, el vampiro de J. W. Polidori, que nace hacia 1816 bajo la sombra de Lord Byron y sus góticos amigos: Mary W. Shelley y Percy B. Shelley. El de Polidori no promueve esa guerra contra los poderes eclesiásticos ni reprende a Dios a gritos. Es un vampiro cauteloso, comedido, demasiado griego, con una personalidad notable pero sin la corpulencia arrolladora de Vlad Drakulea.
Notas:
1- Este texto y los siguientes forman parte de Señores de la oscuridad. Notas sobre el gótico en el cine, de próxima aparición por Ediciones ICAIC.
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