Tengo una deuda pospuesta con la obra de José A. Téllez que me gustaría comenzar a saldar, sino completamente —lo que tal vez sería imposible—, al menos en parciales acercamientos a su modo de interpretar el mundo circundante. Y no es baldía esta expresión, más cercana a la lógica filosófica que al trabajo pictórico, pues en sus dibujos podemos apreciar una reevaluación de la imagen icónica propia del renacentismo, preterida por la tradición pictórica posterior, hasta los días de hoy. En el quehacer infatigable de Tellerías (según la firma asumida por Téllez Villalón), acaso por la propia naturaleza del acto comunicativo que lo arrastra, esta tradición cobra vida propia y, lo más importante, desafía el prejuicio de la evaluación, devolviendo al ciudadano de a pie lo que había perdido a causa de la especialización.
La exposición personal «… es vivir» conmuta el primer impulso de vindicación de su manera de crear. En un mensaje personal, me revela que esta contiene obras «de humor gráfico y dibujos, sobre Martí y otros temas patrióticos, nacidos desde y para el ciberespacio, en medio de la batalla cultural que libramos». Sería imposible concentrar de mejor forma el objetivo. Su dualidad de analista cultural y dibujante ayuda a que sea así.
Nos encontraremos con cincuenta obras que parten de la percepción emblemática para rendir tributo al sentimiento patriótico. La perspectiva es dinámica y actual y le concede a los códigos humorísticos una propiedad poco común en su práctica habitual: la confianza en el mejoramiento humano.
A pesar de que el contexto de inmediatez del ciberespacio pudiera poner en tela de juicio la calma de lo creado, el trazo de Tellerías no es apresurado, como de boceto pospuesto, sino que logra una justa concreción del pensamiento en un modelo de imagen alegórica. Asumir la alegoría como obra de arte choca, por supuesto, con la línea que viene de Lessing y ha generado camisas de fuerza epistemológicas por unos cuantos siglos. De acuerdo con la perspectiva que nos legara un eminente erudito en esta materia como José Pascual Buxó, los «artificios semióticos» del emblema se hallan «ligados a un determinado grupo social y a una particular concepción del mundo (esto es, a una formación ideológica sustancialmente vigente) a la que sirvan de expresión por medio de imágenes ordenadas en series paradigmáticas convencionalmente establecidas».[1]
En la emblemática de Tellerías, la toma de conciencia del valor expresivo de la alegoría es total y define claramente el contexto ideológico en que se ubica. Patria e ideología emancipadora se constituyen en una unidad semántica y definen los contextos de significación. Y aunque parezca singular en ese aspecto, la verdad es que el arte de estos días está lleno de marcas y conceptualizaciones ideológicas camufladas, aviesamente enmascaradas por el artificio semiótico que rinde culto al presupuesto cultural predominante. Como Téllez no enmascara el sentido significante de su obra, sino que lo define explícitamente, se coloca fuera del alcance de la norma crítica dominante en el contexto actual, completamente prejuiciada acerca del valor de la alegoría. Probablemente, el autor hubiera quedado en una marginalidad absoluta de no ser por el escenario al que acude: las redes sociales de Internet. De ellas parte y en ellas se expande, como lo revelara él mismo. En una perspectiva más o menos análoga a ese escenario se exhibe «… es vivir», en galería virtual y, más no faltaba, en fecha alegórica relativa a la conmemoración de la cultura cubana.
Céspedes, Maceo, Perucho Figueredo, Mella, el Che Guevara, Camilo, Fidel, Raúl y, como la gran sombra bajo la cual todos se cobijan, José Martí, son representados icónicamente. La figura emblemática se sintetiza en el icono que el dibujo representa. No se trata de iconos perdidos en el tiempo pasado, o detenidos por el poder de la imagen venerada, como ocurre en la tradición religiosa de la imagen, o en la posterior tradición patriótica que vicia los conceptos y los fosiliza, sino de figuras que se integran a la actualidad mediante marcas de avances tecnológicos. Así, el conjunto de elementos icónicos que han formado parte de la tradición patriótica cubana encuentra una nueva dimensión que, lejos de asumir la estática convencional renacentista, de la que Téllez parece nutrirse, apuesta por la dinámica vertiginosa del siglo XXI en sus transformaciones tecnológicas.
Se me antoja –a mí y no precisamente al autor de «… es vivir»– que el planteamiento, en apariencia antiguo, de Lessing acerca de semejanzas y desemejanzas entre pintura y poesía, queda reformulado con los nuevos elementos analógicos. Paradoja que de algún modo resuelve la contradicción de estos tiempos –artificial, a mi juicio– entre lo digital y lo analógico. La analogía, propia de la expresión icónica y la emblemática, adquiere la dinámica de la actualidad y concede sentido a la fiebre de auto exhibición que contamina las redes sociales. Solo una autenticidad raigal permite que este tipo de abordaje artístico no parezca un cartel más de propaganda o, lo que también ocurre, lamentablemente, el cumplimiento de una tarea.
La correspondencia entre el sentimiento patriótico y la postura ideológica en el contexto de guerra cultural que motiva los dibujos de Tellerías, da trascendencia a la obra y demuestra que la alegoría mantiene sustancialmente vigente, como lo pide Buxó, sus posibilidades expresivas y, por consiguiente, su condición artística. Dicho en otro ámbito semiológico: pongo la yagua porque sé que las lluvias de goteras –inducidas– se precipitarán. Sí puede ser arte la expresión patriótica cuando los artificios semióticos se corresponden, más allá del sentimiento personal, esencialmente raigal que lo provoca, con el contexto ideológico de la inmediatez. Lo ha demostrado el humor –al que, en rancio elitismo, se le sigue escamoteando esta condición–, que es la fuente principal de la expresión que elige Tellerías. Desde el humor Téllez trasciende la norma expresiva y la convierte en conciencia de clase, en reverencia al pensamiento martiano y tributo a la Revolución cubana, acorde con el legado fidelista, que la considera una desde el alzamiento de La Demajagua hasta el triunfo definitivo del primero de enero de 1959.
La Revolución cubana se enmarca en el contexto complejo –veleidoso y aún no suficientemente estudiado y revelado– de la Guerra Fría, lo que la obliga a una constante lucha de supervivencia y una capacidad de resistencia que son ejemplares, emblemáticas e icónicas, sea dicho con justicia. Resistir no significa soportar estoicamente, sino luchar sin descanso, lo que hallamos como uno de los valores esenciales –axiológicos y artísticos– de «… es vivir». En su ámbito de referencias, el teléfono móvil adquiere el mismo nivel representativo que la palma, el mar o la manigua, llamando, en efecto, a la conciencia vigente, y legítima, que aún define a la siempre asediada, y jamás vencida, Revolución cubana. La actualidad con que Tellerías asume una tradición a tal punto cosificada por ideologías diversas, demostrando que la ideología vigente valida la propia condición artística de la obra, debía hacernos pensar, una vez más, hasta qué punto nuestra percepción del arte padece de conceptualismo elemental, rudimentario a pesar de la sofisticación tecnológica, o epistemológica. Hasta qué punto, en fin, nuestra visión del arte es un icono petrificado y necesita arriesgadas sacudidas.
La iniciativa de la galería Ventanas, con el coauspicio de varias instituciones culturales, podría valer más de una misa. Más si se exhibe en un contexto de ideología dominante que esconde sus propósitos en lo mercantil y, por eso mismo, se resiste a conceder la legitimidad que merecen proyectos como este. En ese adverso contexto ideológico que domina las redes sociales, Téllez rema, con el remo de proa de Martí, a contracorriente. Y, que no falte, con la mejor de las vibraciones: la patria como la humanidad del individuo.
[1] José Pascual Buxó: «Iconografía y emblemática. El estatuto semiótico de la transfiguración», Cervantes Virtual, Edición digital a partir de Actas del X Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas: Barcelona, 21-26 de agosto de 1989, Barcelona, Promociones y Publicaciones Universitarias, 1992, pp. 1273-1278. (De mi parte las negritas).
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