La escritora cubana Teresa Cárdenas Angulo es, además de una sensible narradora, guionista de televisión, actriz, bailarina folclórica y trabajadora social. Ha merecido varios galardones en el ámbito literario, entre los que destacan el Premio Casa de las Américas y el de la Crítica obtenidos en 2005 por Perro viejo, novela para jóvenes. Es autora, además, de Cuentos de Macucupé, publicado en 2001; Tatanene Cimarrón en 2006, y Cuentos de Olofi en 2007. Ikú y Barakikeño y el pavo real fueron dos títulos suyos de gran aceptación, aparecidos en formato bolsilibro en 2007 y 2008 respectivamente, por la Editorial Gente Nueva.
En 2013 fue incluida dentro de la Colección Veintiuno su novela epistolar Cartas al Cielo, una de sus creaciones más polémicas y realistas. En ella, Cárdenas Angulo narra la niñez y adolescencia de una niña negra en el seno familiar caracterizado por la pobreza, el racismo y la violencia, a pesar de estar compuesto por mujeres, salvo esporádicas presencias masculinas. La pequeña le escribe cartas a su madre fallecida, al no tener opción de comunicarse normalmente con los demás miembros de la familia, que la han acogido a regañadientes al quedar desamparada ante la cobarde huida del padre y la posterior muerte materna. Por esta causa sufrirá, y cada detalle de su desconsuelo será revelado por quien escribe, siempre en primera persona del singular, un recurso que bien pudiera referirnos algún viso autobiográfico, o la astuta y bien lograda intención de identificarnos psicológicamente con las vicisitudes que experimenta la protagonista.
La autora ubica al lector en el mismo camino espinoso que su personaje, en igual ambiente de oscuridad y cerramiento, mediante un lenguaje marcado por la presencia de vocabulario marginal y de sentido negativo en menciones repetidas a la muerte, al sufrimiento, a la enfermedad, los enterramientos, las tristezas, a los maltratos físicos. Literalmente menciona burlas, golpes, pellizcos, palazos, despojos con gajos, piñazos, arañazos, pescozones, halones de pelo, empujones, bofetones, discusiones, gritos, ofensas, amenazas, lo cual resulta abrumador, sobre todo para lectoras de igual edad que no enfrenten esta lectura como una vía de exorcismo familiar o social. Otra pauta terrible es el suicidio de la progenitora, suceso desencadenante de la trama, que hace culparse a la niña: «Tú y papá eran felices hasta que nací yo y todo se echó a perder». Se evidencia desde estas páginas una descarnada denuncia al maltrato infantil y a la irresponsabilidad de los adultos a cargo.
La narración se enriquece con descripciones minuciosas de rituales afrocubanos desde dos enfoques: positivo, en tanto creencia que ofrece asideros a la dura existencia a través de la fe; y negativo, al ser tomados como motivo para el agravio sobre la niña. Se manifiestan otros dilemas éticos: la madre se había unido al esposo de su propia hermana; por tanto, hay un padre común que se descubrirá a su debido tiempo; asimismo, los hijos de la tía proceden de distintos padres. El alcoholismo masculino aparece vinculado al abuso sexual y a la ineptitud familiar; vicio personificado en la figura de los padrastros de las primitas, quienes serán defendidas por la niña. Todo ello desata multitud de conflictos interpersonales e intrafamiliares desde una óptica cercana al hiperrealismo.
La pequeña evoca a su madre a través de sueños y visiones, de recuerdos y olores ofrecidos como recursos apelativos en la diégesis, y proyecta vías de escape a su situación. Para hacerlo, el país escogido es Francia, a partir del contacto con un libro que le presta la maestra, Silvia, caracterizada como risueña e inteligente, quien acoge a la muchachita en su propia casa y le ofrece una protección y una seguridad nunca antes experimentadas por ella. Con ello se manifiesta la necesidad de evasión de la menor, pero a la Europa blanca. Se percibe en el diseño del personaje una impotencia manifiesta en la comparación crítica con el supuesto contrario, fomentada a partir de las ofensas que recibe de los suyos: ante la denominación constante de «bembona» que le aplica su propia familia, la niña se dice a sí misma que, de tener colores y rasgos de persona blanca, sería «feísima». No obstante, se siente atraída por su amigo Roberto, «el blanquito del aula», lo que da la medida de la aceptación involuntaria e inconscientemente asumida de los criterios de su abuela acerca de la aparente superioridad de los blancos y la conveniencia de su cercanía. A esto se le suma su propia definición como «la más prieta del aula», pues en ninguna ocasión se reconoce a sí misma explícitamente como negra, nunca menciona esta palabra, ni en singular ni en plural del género femenino, a pesar de exponer conscientemente en otras ocasiones sus criterios y negarse a pasarse el peine caliente para alisarse el cabello, resguardando así su identidad étnica. Estas contradicciones evolucionan y van desapareciendo, al sentirse sinceramente inclinada hacia su amigo, como realmente sucede cuando va creciendo y madurando, generalmente a través del enfrentamiento a experiencias muy negativas, de las cuales sale lastimada pero no pierde su esencia bondadosa y su capacidad regeneradora, fruto de una firme inteligencia que la hace brillar y contrastar entre el resto de los personajes. Finalmente accede al amor del joven, cuya madre se prostituye con extranjeros, motivo este de un sufrimiento tan grande para el muchacho como la orfandad de su amiga, equivalencia cuya intensidad los acerca espiritualmente en una relación que servirá como escudo ante los prejuicios familiares y sociales.
Los problemas de racismo y pobreza se centran en fuertes tradiciones heredadas y bien marcadas por un pasado histórico familiar, lo cual es expuesto en el carácter de la abuela, de imponente y abusiva personalidad, contrastada con su coetánea Menú, la amable y hospitalaria señora que vende flores, quien es aún más pobre y también ha perdido un hijo. La importancia del personaje de la abuela es tal, que constituye la palabra que más se menciona en la obra después de las referidas a la madre, motivo principal del texto —mamá, mamita—, seguida por «tía», de lo cual puede inferirse la relevancia que adquiere el funesto trío adulto al marcar —y someter— la sufrida vida de la niña con sus desatinos. Una de las mayores oposiciones dramatúrgicas evidentes en la novela es esta, en uno de cuyos extremos se encuentra ese ente retrógrado, una suerte de Bernarda Alba cubana, cuyos parlamentos son prácticamente sentencias, muy negativas en contenido y forma. Ella es la voz ultraconservadora y conformista que dicta las ideas más prejuiciosas e impide avanzar socialmente al resto de la familia, integrada por sus dos hijas y tres nietas. En su boca están los consejos de «adelantar la raza» mediante la selección de la pareja, las alabanzas a los blancos en comparación con los negros, las supuestas ventajas que ofrece el trabajar para ellos en franca posición social subalterna, y los violentos maltratos propinados a la nieta que rechaza, entre otras causas, por ser la más oscura de piel y poseer los rasgos más acentuados. El personaje es connotativamente recesivo, pero a pesar de ello, o quizás por ello, es que brilla más el perdón final otorgado por la joven lastimada a la anciana casi moribunda, un concepto de gran valía en las letras dirigidas a las más jóvenes generaciones, sobre todo porque Teresa Cárdenas lo trabaja muy sabiamente como clímax de su novela, contrastando las acciones negativas pasadas con los cuidados presentes de la protagonista hacia la enferma, así como hacia sus ofensivas primas, una de ellas devenida hermana por parte de padre. De esta manera, el perdón se yergue como una noción de valor supremo que genera comprensión y crecimiento en un plano simbólico superior, y a la vez, capacidad de avance hacia el futuro, hacia la autoconstrucción de valores éticos y morales verdaderos. El perdón abarcará por igual a la madre en su desacertada decisión de abandonarla, para lo cual se sirve la escritora de la imagen del papalote y las aves como metáfora alusiva a la voluntad de dejar el recuerdo alejarse en libertad, produciendo una sensación de real alivio en los lectores. Incluye este perdón también al padre, al comenzar su búsqueda con el fin de un rescate, un acercamiento, un allanamiento del terreno; y no de un reproche o una denuncia hacia su punible actuación.
A pesar del fortísimo tema, considerado tabú en un pasado aún reciente, la obra se encuentra por fortuna legitimada por premios y publicaciones. Específicamente, le mereció el David y el de la Asociación Hermanos Saíz al mejor texto, ambos en 1997, y el Premio Nacional de la Crítica Literaria en el año 2000. La inclusión de la misma dentro de la Colección Veintiuno de Gente Nueva es un espaldarazo al tratamiento de tópicos alusivos a pautas sociales no cumplidas, visibilidad de familias que sufren diversos tipos de disfuncionalidad afectiva y operativa, y conflictos psicológicos y sociológicos que pasan —siempre y en primer lugar— por la aceptación personal en diferentes esferas, como las de género u orientación sexual y la racial o étnica, para lo cual es necesaria una educación oportuna —ausente o inversa en este caso— para que ello ocurra felizmente.
El diseño del libro respeta el perfil de colección legado por María Elena Cicard Quintana. La edición es de Suntyan Irigoyen Sánchez y el diseño y la composición de Mariela Valdés López. Las ilustraciones interiores y de cubierta pertenecen a Yalier Pérez Marín, quien ofrece una visión tierna y amigable de la protagonista a través de un excelente dibujo hiperrealista de líneas perfiladas y cuidadosas sombras y gradaciones que dan ilusión de volumen y profundidad espacial, las cuales ilustran la tragedia personal de la menor en expresiones muy logradas, y caracterizan también así a los personajes secundarios cuyas actitudes moldearán su fuerte espíritu. La excelencia conseguida en esta íntima relación de forma y contenido, de aspecto exterior consecuente con el texto interior, son un fundamento añadido para hacer de Cartas al Cielo una opción de las más interesantes, retadoras y veraces de la literatura cubana actual para la infancia, la juventud y también para la adultez.
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