«Cuentan que un viajero llegó un día a Caracas al anochecer, y sin sacudirse el polvo del camino, no preguntó dónde se comía ni se dormía, sino cómo se iba a donde estaba la estatua de Bolívar». Son las primeras frases de «Tres héroes», de José Martí, en La Edad de Oro; el viajero, por supuesto, es él mismo, y su vida y obra hacen más que patente el nexo entre literaturas y pueblos latinoamericanos, particularmente en los casos de Cuba y Venezuela.
Como parte de ese fructífero intercambio que propician la cercanía geográfica, la lengua compartida y la historia esencialmente similar de nuestros países, la escritora que da lugar a estos apuntes visitó Cuba en dos ocasiones: la primera de ellas en 1927, hace ahora noventa y cinco años, cuando dictó en La Habana una conferencia sobre Simón Bolívar, y la segunda en 1930, en la que pronunció tres conferencias sobre la importancia de la mujer americana durante el período colonial.
Teresa de la Parra, cuyo verdadero nombre era Ana Teresa Parra Sanojo, vino al mundo en París el 5 de octubre de 1889, de padres venezolanos. En ese mismo año nacieron Gabriela Mistral y Charles Chaplin, y fueron derribadas en Caracas las estatuas del dictador Guzmán Blanco, quien expulsara a Martí de Venezuela. En 1891, la familia Parra Sanojo regresó a su país para establecerse muy cerca de la capital, en la hacienda Tazón, que Teresa recrearía poéticamente en su segunda y última novela: Memorias de Mamá Blanca, publicada en Cuba por Casa de las Américas, con prólogo de Manuel Moreno Fraginals, en 1974. También su novela Ifigenia fue editada en La Habana en 1983, bajo el sello de Arte y Literatura.
Al decir de su coterráneo, el poeta y crítico literario Juan Liscano, en las novelas de Teresa de la Parra alienta «esa Venezuela decimonónica de economía agraria, sublevaciones de caudillos, grandes haciendas de café, cacao y caña de azúcar, minorías aristocráticas afrancesadas, campesinos desnutridos y analfabetos, tesoro público exhausto e industrias inexistentes».
Sin embargo, el verdadero eje de la narrativa de Teresa no radica en la situación sociopolítica, sino en la cuestión femenina: la indagación sobre el papel de la mujer en su entorno social, y el análisis de su mundo interior a través de los personajes, en quienes se proyectan temas como el dinero, la dependencia femenina, la hipocresía y la duda.
En Ifigenia, el título equipara a la protagonista con la doncella griega sacrificada por su padre a los dioses para conseguir el éxito en sus propósitos. Premiada por la Casa Editora Franco Ibero Americana de París, publicada por primera vez en esa ciudad, en 1924, traducida poco después al francés y más adelante a otros idiomas, Ifigenia es una novela de amor frustrado y de claudicación ante las exigencias que imponían familia y sociedad: irónico retrato de una burguesía en decadencia, trazado desde la mujer que lleva sobre sí el peso de la moral social y las costumbres de su época. Es una mujer quien escribe, y son mujeres quienes cuentan la historia en Ifigenia y en Memorias de Mamá Blanca. Teresa de la Parra logra crear en sus novelas un ambiente de intimidad muy especial: Ifigenia es supuestamente una carta a una amiga y después un diario, y las Memorias son anotaciones que ha de conocer solo la jovencita a quien Mamá Blanca las deja como legado:
Ya sabes, esto es para ti. Dedicado a mis hijos y nietos, presiento que de heredarlo sonreirían con ternura diciendo: «¡Cosas de Mamá Blanca!», y ni siquiera lo hojearían. Escrito, pues, para ellos, te lo legaré a ti. Léelo si quieres, pero no lo enseñes a nadie. Me dolía tanto que mis muertos se volvieran a morir conmigo, que se me ocurrió la idea de encerrarlos aquí. Este es el retrato de mi memoria. Lo dejo entre tus manos. Guárdalo con mi recuerdo algunos años más.
En esa delicada introducción a las memorias de la abuela que nunca llegó a ser, Teresa de la Parra describe la amistad que surge entre una muchachita que aún no ha cumplido doce años, y una anciana que bien pudiera ser su bisabuela: amistad que se asienta en el amor a la naturaleza y en los dulces caseros compartidos, aderezados con historias reales o ficticias que Mamá Blanca extiende como un tapiz multicolor ante su receptiva oyente; en vivencias que son comunes a todas las mujeres. No pongo en duda la posibilidad de un lazo tal entre personas a quienes separa semejante diferencia de edades: allá por mis lejanos dieciséis, conocí a una señora mayor muy parecida a Mamá Blanca, y fuimos tan amigas como hubieran podido serlo dos muchachas de igual edad. Doña Juanita Soto no escribía y no me legó sus memorias, pero sí puso a mi disposición su vasta biblioteca (una habitación donde los estantes de libros cubrían totalmente las paredes) y alentó mis aspiraciones intelectuales.
La investigadora Josefina Constant ha afirmado que se dan la mano en las Memorias «dos visiones del mundo, el mundo infantil recordado y la visión adulta del presente, y un tema único: el recuerdo de las vivencias infantiles y la añoranza del pasado». Algunos críticos han rastreado en Teresa la influencia de Marcel Proust, por la forma en que espacio y tiempo son abordados en los libros de esta escritora.
No pocas obras literarias se han publicado por primera vez como traducciones: es el caso de Memorias de Mamá Blanca, cuya primera edición se realizó en París en 1928, traducida al francés por el poeta y novelista Francis de Miomandre para el suplemento mensual ilustrado de la Revue de L’Amérique Latine, bajo el título Les Mémoires de Maman Blanche.
En 1929, también en París, Le Livre Libre lanzó la primera edición en lengua española, revisada por su autora y titulada Las Memorias de Mamá Blanca. Meses después, la Librairie Stock publicó la primera edición en francés en forma de libro, traducida y prologada por Miomandre.
Al consultar las fuentes para estos apuntes no hallé noticias de traducciones al o del francés hechas por Teresa de la Parra, lo cual sorprende un poco si se toma en consideración que su vida transcurrió entre las dos culturas, venezolana y francesa, y que poseía amplios conocimientos de la lengua y literatura galas. Sí está documentado, en cambio, que revisó la versión francesa de las Memorias de Mamá Blanca, por lo que pudo calibrar la excelencia de la traducción hecha por Miomandre a partir del manuscrito original (escrito a mano y a lápiz), y obsequió dicho manuscrito a su amigo y traductor, en agradecimiento por su trabajo.
Una enfermedad que cobró muchas víctimas entre sus coetáneos, la tuberculosis, causó la muerte de Teresa el 23 de abril de 1936. Se encontraba en Madrid, acompañada por su madre; recién habían pasado una temporada en el sanatorio español de Fuenfría, donde la novelista había creído que hallaría la curación.
Además de las obras aquí referidas, Teresa escribió poemas, cuentos y textos diversos que publicó en periódicos y revistas. Una de éstas dio a conocer su «Diario de una caraqueña por el Lejano Oriente». Sus novelas han sido traducidas a numerosas lenguas, y sostuvo con Gabriela Mistral y Lydia Cabrera una intensa correspondencia. En 2011, al cumplirse setenta y cinco años del fallecimiento de Teresa de la Parra, la editorial Arte y Literatura publicó su Epistolario.
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