Raudo y fugaz transcurre el tiempo, pero queda apresado en la literatura: «para que de nuevo acojas imperecedera / la naturaleza que creaste transitoria», dice Rilke. Así desde las páginas que cada una escribiera asoman, sin edad, el asombro en los ojos de Anna Frank y el éxtasis en los de Santa Teresita. El Diario en que una adolescente volcó sus sentimientos durante su obligado encierro, y la Historia de un alma escrita por la santa a instancias de su superiora, son libros que nada tienen que ver entre sí, excepto en un punto: se trata de textos autobiográficos a través de los cuales accedemos a la existencia cotidiana de sus autoras, a ese tiempo que en la página impresa se ha vuelto intemporal, como la vida vivida por ambas. «…aquí estás / no humana pero estás / (…) atada al poema…», dice Luis Rogelio Nogueras, que tanto jugó con el tiempo y transitó por épocas diversas en la piel de autores apócrifos que pueblan sus poemarios, y que en «Eternorretornógrafo» recorrió siglos y milenios hasta llegar a susurrar sus propios versos al oído del Hombre de Beijing en una húmeda caverna.
Weimar, 1816: Charlotte Kestner (de soltera Buff) se inscribe en el registro de la hostería El elefante blanco, y de inmediato es identificada como la Lotte de Werther por el camarero Mager, quien la ha recibido a su llegada. Así comienza la novela de Thomas Mann, donde tres tiempos vienen a confluir en uno: la Charlotte real en quien se inspiró Goethe para crear su Lotte de ficción, vive ahora por segunda vez una existencia literaria, en esta obra que celebra al objeto libro como la morada de un«tiempo aplazado» sobre el que escribiría, en otro sentido y contexto, la poeta austríaca Ingeborg Bachmann. «¡Qué acontecimiento digno de un libro!», dice Mager, admirativo, al conocer la identidad de Lotte. Y con similares palabras del mismo personaje concluirá la obra: «Santo cielo, señora consejera, he de decirlo: ayudar a la Lotte de Werther a bajar del coche de Goethe, es una vivencia – ¿cómo debo calificarla? Digna de un libro».
El viaje de Charlotte a Weimar tiene un pretexto: visitar a su hermana; y una motivación oculta: volver a ver al escritor, ya famoso y casi septuagenario, que la hiciera protagonista de Las cuitas del joven Werther. Para la comida en casa del poeta, Lotte se pondrá —¿«en busca del tiempo perdido»?— el traje blanco con lazos rosados que vistió en su primer encuentro con el Werther novelesco.
[…] vino el libro, y devine la amada inmortal – no la única, Dios me asista, hay todo un corro; pero sí la más célebre, y por quien más pregunta la gente. Y pertenezco ahora a la historia literaria: un objeto de análisis y peregrinación y una figura de madona ante cuya hornacina se agolpa la multitud en la catedral de la humanidad.
Es perceptible el dejo de ironía en estas frases dichas por la Lotte de Thomas Mann. La visita de Charlotte Kestner a Goethe es un hecho real, pero en vez de intentar reconstruir ese hecho, apenas documentado, Mann lo aprovecha para reflexionar sobre las interrelaciones entre tiempo, vida y literatura, y proyectar en el espejo del pasado las situaciones de su propia época.
Como sucede en otras obras suyas, el discurso de Mann en Lotte aborda la dinámica esencial de tiempo y vida humana: en su monólogo del séptimo capítulo comienza Goethe por el mundo inorgánico, pasando por los vegetales y animales hasta llegar al hombre, ese ser «amasado con el mismo polvo de las estrellas», al que se referirá después el profesor Kuckuck en Felix Krull. Es un tema que se reitera en Thomas Mann, iluminándose una y otra vez desde distintas situaciones: el conocimiento del comienzo y el fin, el hecho de que lo llevamos todo en nosotros, de que la creación se resume en cada ser humano, a la vez anclado en el tiempo y creador de su propio tiempo.
Yermo y mortalmente aburrido, mi querido amigo, es todo ser que está en el tiempo en lugar de llevarlo dentro de sí mismo y conformar su propio tiempo, el cual no corre en línea recta en pos de una meta, sino que gira como círculo alrededor de sí, siempre en la meta y siempre en el comienzo […]Tiempo es lo que hace falta. El tiempo es gracia, indulgente y no heroico: sólo hay que honrarlo y llenarlo con diligencia.
Una respetable dama de sesenta y tres años emprende viaje y va al encuentro del escritor que antaño fue su amigo; por la gracia del tiempo en su transcurso, una dama no menos respetable, la novela Lotte en Weimar o Carlota en Weimar, publicada por Thomas Mann en 1939, llega ya a los ochenta y cinco. Y el pasado 6 de junio se cumplieron 149 años del nacimiento de su autor.
La estructura de Lotte, en cierto modo, recuerda una pieza teatral, pero desde el tercer capítulo tienden a extenderse los parlamentos, el diálogo casi desaparece para dejar su sitio a monólogos que se alternan, y los contenidos se acercan más bien a la ensayística: oscilan las fronteras entre géneros, se desplazan a un lado u otro. Por momentos, como en el Felix Krull, aflora en Lotte un fino humor, matizando las reflexiones que a veces resultan algo excesivas: así, al final del largo monólogo de un personaje, el narrador omnisciente comenta en tono burlón que el hombre «tomó aliento porque había hablado demasiado». Y la protagonista, por su parte, ironiza otra vez sobre sí misma:
¿Qué son mis pobres palabras triviales, que hube de decirlas para la eternidad? Entonces, cuando fuimos al baile con la prima, yo chachareaba cualquier cosa sobre esto y lo otro, sin imaginarme o soñar, por el amor de Dios, que chachareaba para siglos venideros y que aquello estaría en el libro para siempre. Si lo hubiera pensado me habría callado la boca o intentado decir algo que fuera un poco más acorde con la inmortalidad.
Toda la novela gira en torno a la vida y obra de Goethe, pero marcando paralelos entre la época en que ocurre la acción y aquella en que escribe el autor, alrededor de 1939. Como personaje de Mann en Lotte, Riemer, secretario de Goethe, menciona en varias ocasiones una reseña escrita por este sobre un libro de un poeta judío. Así responde Thomas Mann al antisemitismo que imperaba en Alemania, destacando que el autor clásico alemán por excelencia tuvo a bien reseñar el libro de un judío.
No es la única advertencia ni mucho menos la única reacción de Thomas Mann respecto a su momento histórico, a lo largo de esta obra que es en sí misma un modo de tomar posición ante ese momento. Más adelante, a las afirmaciones de un joven y exaltado nacionalista, Goethe contestará, en clara alusión a los orígenes del fascismo:
Uno también debe ser capaz de prever las consecuencias de su proceder. Ante el suyo estoy consternado, porque es la forma primitiva, todavía noble, todavía inocente, de algo terrible que algún día se revelará entre los alemanes en las más crasas necedades…
Y llegada al extremo la contradicción entre la sociedad injusta y el autor calumniado, marginado o excluido por ella, y sabiéndose portador de los más trascendentes valores de la cultura alemana, dice Mann a través de Goethe: «Ellos piensan que son Alemania, pero yo lo soy, y aun si se hundiera totalmente, Alemania perduraría en mí».
Es el hombre que conforma su propio tiempo al actuar según sus principios; el escritor que responde a la ignominia señalando que toda situación de injusticia es siempre transitoria, oponiéndole el incesante cambio y la renovación inevitable que trae consigo el tiempo.
Has de saber que la metamorfosis es para tu amigo lo más amado e íntimo, su más grande esperanza y más profundo anhelo, juego de las transformaciones, visión cambiante en que se irisan los rasgos de las edades de la vida (…) como el pasado se transforma en el presente y éste remite a aquél y prefigura al futuro, del que ambos ya estaban misteriosamente llenos…
Como concepto filosófico y como ese lapso concreto en que transcurre la existencia humana, el tiempo es también protagonista de esta novela, que nos remite constantemente al poeta cuyo personaje más célebre, arriesgando con ello vida y alma, le rogó al instante fugaz: «Deténte, ¡eres tan hermoso!».
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Las citas en cursiva pertenecen a la novela Lotte en Weimar y fueron traducidas por la autora de este trabajo.
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