Una de las grandes virtudes del texto es que brinda al lector la posibilidad de descubrir la producción dramatúrgica pinareña que durante más de dos décadas se ha validado en escena y que, al parecer, estaba condenada a permanecer en la densa niebla del olvido editorial. Una dramaturgia que trasciende el carácter enteramente perfectible que la identifica, y que va mucho más allá de la naturaleza de determinados tratamientos temáticos e ideoestéticos y artísticos (con mayor o menor arraigo en lo convencional), ya que los autores de las obras incluidas en Tras la cortina pertenecen a las más disímiles generaciones.
Por otra parte, la lectura de esa antología deviene una suave caricia al intelecto y el espíritu del lector, con apoyo en el hecho de que no ha pretendido ser localista, pactar o hacer concesiones con la realidad que trata de reflejar, sino todo lo contrario. Algunos de los títulos que la configuran son: “Chivo que rompe tambó”, de Luis Ángel Valdés; “Abrir y Cerrar”, de Evelín Gómez; “La otra cara de la moneda”, de Miguel Pérez; “Historia de un teatro a punto morir”, de Margarita Esquivel; “Variación No.37”, de Eileen López Portilla; “El cuarto contiguo de Josephine Baker”, de Lisandra López; “Morir dos veces”, de Lisis Díaz; “El Casting”, de Irán Capote o “Normal”, de Dunieski Jo.
Esos textos devienen hallazgos de investigaciones que colocan el dedo sobre la llaga y revelan, con meridiana claridad, un proyecto auténticamente cubano, que la mayoría de las veces no coincide con el sueño triunfalista enunciado por el discurso oficial.
Por lo tanto, esas obras le muestran al lector desde la deformación del referente, la ironía, el uso deliberado de la cita, seres absorbidos por la codicia, traidores a sus propios conceptos, asfixiados por las carencias y las necesidades, que acuden al cuerpo y a los poderes que les han sido otorgados, para resolver cuestiones inmediatas y personales.
Tales situaciones dramatúrgicas nos colocan ante una crisis de valores, que parece destruirlo todo, y lo peor, parece no tener fin. En síntesis, constituyen una radiografía psicosocial de nuestro cuarto oscuro; o una escritura heredera del legado intelectual y espiritual, así como de las preocupaciones filosófico-antropogénicas de autores naciones devenidos clásicos: Virgilio Piñera (1912-1979), Abelardo Estorino (1925-2013), José Ramón Brene (1927-1990), Héctor Quintero (1942-2011), Alberto Pedro (1954-2005), Amado del Pino (1960-2017) y Tomás González (1938-2008), hasta Víctor Varela, Norge Espinosa, Abel González Melo o Rogelio Orizondo, entre otros relevantes dramaturgos cubanos.
Los dos tomos en que se estructura Tras La Cortina son imprescindibles no solo para los pinareños, sino también para el resto de los amantes del buen teatro cubano contemporáneo.
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