En la sala Rubén Martínez Villena de la UNEAC, a las 3:00 de la tarde del pasado 30 de noviembre, se reunió el Panel de la Crítica compuesto por Vivian Martínez Tabares, Lilian Vázquez, Bárbara Balbuena, Gerardo Fullera y Yojuan García, para hablar sobre tres glorias de la escena nacional y universal, desaparecidas recientemente: el dramaturgo Eugenio Hernández Espinosa, el actor Mario Balmaseda y el etnólogo, africanista, bailarín, cantante, narrador oral, escritor y poeta Rogelio Martínez Furé.
Todos contaron anécdotas en las cuáles destacaban las facetas de estas tres personalidades, que fueron más allá de su tiempo cuando revolucionaron la visión de las artes dando luz sobre zonas ocultas por prejuicios —muchos de los cuales, aún persisten—. Sus, a veces, austeros discursos, se volvieron controversiales y polémicos y, en varias oportunidades, fueron víctimas del tiempo oscuro que no los comprendió.
En alguna ocasión apodado «el Marlon Brando de Cuba», Mario Balmaseda supo desdoblarse en cada personaje que interpretó, haciendo, hasta los secundarios, notables. Conocedor de la «calle», del movimiento y el acento cubano, no en vano recibió el Premio Nacional de Teatro en 2006 y relució con el personaje principal de Mi socio Manolo, escrito por la pluma de Eugenio Hernández.
Hernández sacó de su tintero personajes complejos, sociales, filosóficos, con la mirada afrocubana que pasea, a veces de manera muy estrecha, de la mano del cubano; de esta mirada se sirvió para recrear nuestra realidad como ningún otro. En 1995 le fue entregada la medalla Alejo Carpentier. Del ingenio que le hiciera merecedor de este lauro, nacieron obras como Cheo Malanga, Obebí, el cazador y María Antonia, esta última calificada como una de las imprescindibles de la segunda mitad del siglo XX cubano.
Furé se reconstruía cada vez que habla y creaba, desde su canto, su baile, su actuación y su escritura. Este «criollo rellollo», como él mismo se autodefinía, quien nunca negó sus orígenes, ni las fuentes ancestrales de las que bebía, fue Premio Nacional de Literatura 2015. Sus libros Diálogos imaginarios, Poesía anónima africana y Pequeño Tarikh, son referente de consulta obligatoria y periódica si se quiere saber mucho más de Cuba, de su racialidad y su mezcla prodigiosa. Por él se comenzó a impartir Arte africano, asiático e indígena en las escuelas, porque no solo se debía mirar a Europa.
En el panel se hizo énfasis en la necesidad de no olvidar ciertos pasajes de la Historia que pueden prevenirnos de cometer viejas faltas en el presente y el futuro. Entre ellos, el triste episodio de la quema de la primera obra para niños con temas afrocubanos apoyados con títeres, creada por Martínez Furé, y que fuera acusada de fomentar la brujería. Con tales antecedentes, el aprendizaje consciente de los errores se hace imprescindible, así como la reivindicación y el reconocimiento al talento y la voluntad que nos han puesto de frente a nuestra cultura y nuestras tradiciones. Nada en ellos fue un fetiche, aclaró Lilian Vázquez, eran vanguardistas, con un gran sentido de la modernidad, que llevaron a un primer plano la problemática del sujeto negro, con una expresión popular, exponiendo los elementos que nos representan como nación.
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