
Francisco de Asís de Icaza, crítico, poeta e historiador mexicano nació en Ciudad México el 2 de febrero de 1863 y falleció a los 62 años en Madrid, España. Conocido por su obra poética, también se desempeñó como diplomático y sus ensayos fueron bien recibidos por la crítica. Asís de Icaza era miembro de la Real Academia de la Historia y la Academia de las Bellas Artes en España. En México, impulsor de la fundación de la Academia Mexicana de la Historia. Sus obras El Quijote durante tres siglos y Sus amores y sus odios y otros estudios le valieron el reconocimiento tanto en México como a nivel internacional, entre ellos, el Premio Nacional de Literatura en 1925.
En la ciudad española de Granada una placa recoge su poema más famoso:
Dale limosna mujer, que no hay en la vida nada, como la pena de ser, ciego en Granada.
A continuación, otros tres de su autoría:
En la noche Los árboles negros, la vereda blanca, un pedazo de luna rojiza con rastros de sangre manchando las aguas. Los dos, cabizbajos, prosiguen la marcha con el mismo paso, en la misma línea, y siempre en silencio y siempre a distancia. Pero en la revuelta de la encrucijada, frente a la taberna, algunos borrachos dan voces y cantan. Ella se le acerca, sin hablar palabra se aferra a su brazo, y en medio del grupo, que los mira, pasan. Después, como antes, caen el brazo flojo y la mano lacia, y aquellas dos sombras, un instante juntas, de nuevo se apartan. Y así en la noche prosiguen su marcha con el mismo ritmo, en la misma línea, y siempre en silencio y siempre a distancia.
Paisaje de sol Azul cobalto el cielo, gris la llanura de un blanco tan intenso la carretera, que hiere la retina con la blancura de la plata bruñida que reverbera. Allá lejos, muy lejos, una palmera, tras unas tapias rojas, a grande altura, como el airón flotante de una cimera, levanta su penacho de fronda oscura. Llego al lejano huerto; bajo la parra que da sombra a la escena que me imagino, resuenan los acordes de la guitarra; rompe el silencio una copla que ensalza el vino... y al monótono canto de la cigarra avanzo triste y solo por el camino.
El encanto del libro Desperté de mis sueños al dolor de la vida, y hallé de mi pasado todo el derrumbamiento, y vi mis viejos libros como el arma el suicida a quien no quiso detener en su intento. Parte de mi existencia a la suya va unida. Los miro con amor y con remordimiento; cambié mi vida propia por la suya fingida para vivir los siglos con sólo el pensamiento. Encarné la leyenda. Como en el áureo cuento al regresar de paso por la senda florida el ave de la gloria me detuvo un momento... Y como el santo asceta al volver al convento, hallé muertos los míos y la celda caída, porque la voz del ave era un encantamiento.
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