
Jaime Torres Bodet (México, 1902-1974) fue un escritor mexicano, uno de los principales animadores del grupo formado en torno a la revista Contemporáneos (1928-1931), cuya particular síntesis de tradición y vanguardia resultaría de gran trascendencia en el devenir literario y cultural del país. Miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, de El Colegio Nacional, del Instituto de Francia (cuya Academia de Bellas Artes presidió en 1966 y 1967) y de la Academia del Mundo Latino, fue investido doctor honoris causa por las universidades de Albuquerque, Burdeos, Bruselas, La Habana, Lima, Lyon, Mérida, México, París, Sinaloa y del Sur de California, recibiendo en 1966 el Premio Nacional de las Letras.
Escritor de pluma fértil y exquisita, Torres Bodet comienza a escribir y publicar temprano, a los dieciséis años, su primer libro de poemas, Fervor (1918), que rastrea aún las influencias y los modos de un modernismo declinante que se irán atemperando hasta desaparecer de su estética, gracias, a la lectura de sus contemporáneos: André Gide, Jean Cocteau, Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez…
Así pues, partiendo de sus primeros postulados modernistas, inicia un período de búsqueda estética y estilística que se plasmará en obras como El corazón delirante, publicada en 1922, Biombo (1925) o la ya posterior Sin tregua, que aparece en 1957 y cuya sensibilidad alcanza rasgos muy personales, que se encarnan en unos versos de refinada exquisitez y en una temática posromántica que se acerca al realismo para utilizarlo como símbolo, como metáfora. El surrealismo que alienta en la poesía de Torres Bodet y también su prosa, haciendo hincapié en su imaginación desenfrenada y en algunas de sus imágenes más extravagantes. Sin embargo, lo cierto es que el poeta intenta hallar un equilibrio personal, una senda que serpentea entre lo tradicional y lo innovador, entre clasicismo y vanguardia, como apuntaban ya los primerizos versos de Fervor, un equilibrio que va perfilándose y se impone por la sinceridad de su actitud literaria.
El sentimiento manifiesto en su lírica y su preocupación existencial desembocan, casi como una inesperada paradoja, en una ansiosa invocación a la muerte, que sorprende por el vigor, el plástico dinamismo de unas imágenes transidas de anhelo y por las que fluyen el tiempo y la vida, la inalcanzable eternidad como deseo y ensueño. La muerte se convierte de este modo en la única salvación, la única realidad tangible ante la inconsistencia de lo real, el arma que nos libera del mal que atenazaba a Baudelaire: el tedio. Y Torres Bodet la invoca en Regreso con un verso que es casi un grito: «¡Afirmación total, muerte dichosa!», pues la existencia, la vida humana, por más que se empeñe en una inútil búsqueda, no permite conocimiento alguno (…) una prefiguración del existencialismo, se tiñe de horror cuando estalla la violencia de la Segunda Guerra Mundial y empuja al poeta hacia una solidaridad, como en el poema «Civilización», en la que palpita ya su postrer humanismo.
Selección de poemas
Dédalo
Enterrado vivo en un infinito dédalo de espejos, me oigo, me sigo, me busco en el liso muro del silencio. Pero no me encuentro. Palpo, escucho, miro por todos los ecos de este laberinto, un acento mío está pretendiendo llegar a mi oído... Pero no lo advierto. Alguien está preso aquí, en este frío lúcido recinto, dédalo de espejos... Alguien, al que imito. Si se va, me alejo. Si regresa, vuelvo. Si se duerme, sueño. «¿Eres tú?» me digo... Pero no contesto. Perseguido, herido por el mismo acento —que no se si es mío— contra el eco mismo del mismo recuerdo, en este infinito dédalo de espejos enterrado vivo. (Cripta)
Río
¡Río en el amanecer! ¡Agua de tus ojos claros! Caer —¡subir!— en lo azul transparente... casi blanco. Cielo en el río del alba —mi amor en tus ojos vagos— oh, naufragar —¡ascender!— ¡siempre más hondo! ¡Más alto! ... Río en el amanecer... (Poemas)
Romance
Era de noche tan rubia como de día morena. Cambiaba a cada momento de color y de tristeza, y en jugar a los reflejos se le iba la existencia, como al niño que, en el mar, quiere pescar una estrella y no la puede tocar porque su mano la quiebra. De noche, cuando cantaba, olía su cabellera a luz, como un despertar de pájaros en la selva; y si cantaba en el sol se hacía su voz tan lenta, tan íntima, tan opaca, que apenas iluminaba el sitio que, entre la hierba, alumbra al amanecer el brillo de una luciérnaga. ¡Era de noche tan rubia y de día tan morena! Suspiraba sin razón en lo mejor de las fiestas y puesta frente a la dicha se equivocaba de puerta. Entre el oro de la miés y el oro de la hoja seca nunca se atrevió a escoger. La quise sin comprenderla porque de noche era rubia y de día era morena. (Biombo)
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Elaborado con información de Biografías y Vidas.
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