
Ulises Rodríguez Febles es un jugador todo terreno. Se desempeña en varias bases y posiciones, lanza, fildea y batea, acaso como el legendario Martín Dihigo, el protagonista de su obra Béisbol.
Ahora lo podrán atisbar mediante este retrato, pasado pero vigente, que le hice algunos años atrás.
Memoria de este Ulises
Aunque comenzó a escribir en los 90 del siglo pasado, su nombre aparece asociado a la múltiple promoción debutante en los 2000 que trajo nuevo rostros, paisajes y caminos a la dramaturgia nacional.
Ulises Rodríguez Febles, nacido en Cárdenas en 1968, no viene de los estudios de dramaturgia en el Instituto Superior de Arte, de donde proceden la mayoría de quienes en las últimas tres décadas se hacen llamar autores dramáticos en esta Isla. Se formó en Español y Literatura en un instituto pedagógico, aunque lo suyo nunca ha sido enseñar en un aula.
Tal vez esa condición de outsider le permitió escribir muy a su manera, acertar y equivocarse, ganar un sello propio, hacerse responsable de propuestas temáticas muy particulares.
Ulises no se caracteriza por la revolución de los lenguajes, no es un radical en ese sentido. Se mueve dentro de estructuras más tradicionales «asaltadas» por la irrupción de un viento que sopla y hace olas sobre el mar realista. Así, sus paisajes son narraciones centradas en personajes a quienes ocurre algo insólito o se empeñan en sueños difíciles.
En «El concierto» (Premio de Dramaturgia Virgilio Piñera), su protagonista se afana en reunir al viejo grupo musical de su juventud, cuando la prohibición o el prejuicio sobre la música de Los Beatles que los deshizo, ha quedado atrás, pero supuran sus cicatrices. «Carnicería» gira en torno al delirio nacional por la carne de res, a la par que desmonta toda una estructura de conflictos económicos y éticos. «Huevos» relanza la llaga de la emigración por el Mariel en 1980 y la violencia ideologizada que desató, mientras la reciente «Criatura de Isla» discute la insólita aparición de una suerte de animalejo desconocido para, en analogía, polemizar la rareza, la anómala —por particular— situación cubana de hoy mismo.
Ulises ha escrito también para el mundo de las figuras animadas, tironeado por la fértil vida titiritera de Matanzas, puerto donde vive y echó amarras. Recién debutó como narrador con su primera novela, Minsk, en la cual una moto (parecida a la que él mismo conduce a diario entre la plaza Vigía y el reparto Versalles), se desplaza entre las difíciles reminiscencias de las nupcias cubano-soviéticas.
Eso es lo de Ulises: la memoria. Mostrarla, revivirla, habitarla, escudriñarla, recobrarla. En consecuencia, creó y lidera la Casa de la Memoria Escénica de Matanzas, donde archiva, documenta y asaetea el pasado y la actualidad de las artes escénicas de la nación.
Escritor, hombre de teatro, gestor cultural y ciudadano se juntan en una misma persona que, desde la ciudad de José Jacinto Milanés y Carilda Oliver Labra, pelea para que toda evocación o remembranza ocupe su lugar en la historia e ilumine los días de nuestro presente.
II
Cuando escribí ese texto, ya Ulises había dado a conocer Béisbol, sumándose a una larga e ilustre saga de recreaciones del «deporte nacional» en la literatura dramática cubana: Ignacio Sarachaga, Raimundo Cabrera, Federico Villoch, Ignacio Gutiérrez y Amado del Pino, entre otros.
Al volver sobre la pieza, la descubro más potente, más abierta a infinitas posibilidades teatrales. Ese carácter lúdicro, tan orgánico al juego que lo sustenta, propone como espacio escénico una barbería. Potente, doblemente beisbolero. Porque la discusión sobre la pelota fue siempre parte del «orden del día» de las viejas barberías, no extinguidas por completo. Se discutía en ellas sobre los partidos efectuados la noche anterior en el torneo nacional de turno y se polemizaba sobre divergencias perennes, del béisbol insular e internacional, lo que aparejaba interminables discusiones bizantinas.
Además, podemos asociar la propia estructura física de la barbería a un terreno de pelota en miniatura, excelente trazado de una maqueta que el dramaturgo brinda a la dirección escénica para levantar la puesta. Si a ello sumamos los diferentes planos en que se mueve, entre la realidad y la evocación, la riqueza del trabajo está servida.
Como en la barbería, el teatro de nuestro autor es discutidor, polémico, popular. Accesible y profundo como suele ser lo popular verdadero. Ciudadano, teñido de intercambios sociales y políticos.
Aquí Ulises le agrega tensión en audiencia máxima. De una parte, un juego Cuba vs Estados Unidos. La metamorfosis, en un plano simbólico, del enfrentamiento real —político, económico, militar, cultural— de las dos naciones. La agresiva potencia imperial contra la pequeña isla en permanente lucha por sostener su independencia. En el plano de sus historias culturales, profundamente enlazadas a través de sistemáticos impactos mediante intercambios, costumbres, manifestaciones artísticas y el ¡béisbol!, creado en Norteamérica.
De otro, un protagonista inmejorable. Martín Dihigo, de esa estirpe casi sobrenatural de grandes beisbolistas de la historia en el universo todo de este deporte. Como receptáculo de todos los enfrentamientos, también de quemantes dramas humanos.
Ahora que el juego de pelota, sus técnicas, saberes y ecos sociales son patrimonio inmaterial de la nación, en declaración oficial y pública que tuvo como escenario el mítico Palmar de Junco, de la Matanzas beisbolera de Ulises, tenemos en Béisbol, escrita mucho antes de dicho acontecimiento por Ulises Rodríguez Febles, una memoria de Cuba y un espejo donde se refleja nuestro autor, uniformado como Martín Dihigo.
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Aparecido en Memoria de este Ulises, La Jiribilla, 26/2/2016
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