Con cerca de una treintena de obras teatrales merecedoras de importantes reconocimientos y con puestas en escena en Cuba y en el extranjero, Ulises Rodríguez Febles (Cárdenas, 1968) ha emprendido una vuelta a sus inicios: la narrativa, a la que se ha consagrado en los últimos años. Ya se ha comentado que en los noventa, siendo él un adolescente, Salvador Redonet incluyó un texto suyo, «El señor de las tijeras», en su famosa antología de cuentos Los últimos serán los primeros. Sin embargo, de ahí en adelante Ulises se dedicaría casi exclusivamente a la dramaturgia.
Hasta que llegaron sus novelas. Primero fue Minsk (Unión, 2015) y después Las últimas vacas van a morir* (Ediciones Unión, en proceso de impresión), las cuales alcanzaron, respectivamente, los premios Cirilo Villaverde y Guillermo Vidal, ambos de la UNEAC. A mediados del pasado año concluyó la tercera, llamada temporalmente El mensaje, que le valió la Beca de Creación Juan Francisco Manzano, de la UNEAC matancera, y que en la actualidad «está buscando su camino». Por otra parte, en la Feria del Libro de Matanzas, Ediciones Aldabón presentará una colección de minicuentos suyos que no solo incluye el texto de la antología de Redonet sino que, además, asume su título.
Aunque en los últimos años no le has dado la espalda del todo a tu obra como dramaturgo (están tus obras Yo soy el rey del mambo, Danzón…), sí te has dedicado febrilmente a la novela, lo que justificas diciendo que «con el lenguaje del teatro uno no puede decir todo lo que quisiera»…
El teatro es apasionante, hace a vivir en el escenario, lentamente, lo que es un texto escrito para la representación: crea imágenes paralelas, múltiples, desde las visiones de los espectadores. Tiene ciertas reglas: algunas se transgreden, otras son inviolables al estar relacionadas con las leyes de la escena. La dramaturgia es síntesis de personajes, de la historia. Uno de los dones de un dramaturgo es su sensibilidad para seleccionar lo esencial, para captar lo que debe ser desechado o iluminado.
He probado traslados de un género al otro. Lo hice, por ejemplo, con la obra dramática Sputnik, de la que partí para preparar una novela y un guion cinematográfico. Sputnik la terminé en el 2006 y se estrenó ese mismo año por la Compañía Rita Montaner. En el caso de la novela, que titulé Minsk, la culminé en el 2011. Viví, en la práctica, las diferencias entre estos géneros, y confieso que disfruté mucho con los respectivos procesos de investigación y escritura.
Me asustaba la posibilidad de presentar Minsk a un concurso o a una editorial. Se trataba de una novela, que es para mí otra cosa. Es el desafío más grande para el que escribe, es atrapar el mundo y darle una magnitud estética diferente. La novela es apasionante y desbordada, sin que uno deje de tener dominio de la contención, de la síntesis; en ella se mezclan los géneros, se vuelcan muchas cosas, que a veces le son ajenas aparentemente, pero que le sirven de una manera especial, y la hacen muy atractiva como acto creativo. Siempre he dicho que la novela, comparada con los otros géneros, es como una maratón: apasionante, pero capaz de doblegarte en el tránsito hacia el final, porque hay que saber dominar los materiales con los que se trabaja, las energías que te son propias, y que te exige el género.
Creo que lo que escribo en Las últimas vacas… no se puede lograr en una obra dramática. La novela te libera con mayor fuerza de tus fantasmas, hasta el delirio, te permite adentrarte en caminos insospechados; además de ser un acto solitario, que depende de ti, de tu sensibilidad, esfuerzo, capacidad de búsqueda, de tus dominios de la técnica y tus dones naturales.
¿Entonces por qué en tus inicios acabaste dedicándote solo al teatro, cuando alcanzaste éxitos en la narrativa, como tu inclusión en la renombrada antología de Redonet?
El teatro es atractivo dos veces, como literatura y como espectáculo. Se convierte, casi siempre, al menos en mi caso, primero en libro, y luego, en el escenario, en las visiones de otros: directores, diseñadores, actores. Eso es fascinante, y a veces aterrador, porque el dramaturgo se convierte en un material más, en el fragmento de las conexiones de las obsesiones de otros, incidiendo o no en las tuyas. Hay que agregar algo más. Mi pasión de siempre era actuar. Escribía desde niño, pero para actuar. Lo hice siempre hasta que me di cuenta de que en realidad no era lo mío, pero que uno actúa escribiendo, incluso una novela. El acto de escritura es una metamorfosis de tu ser en otros, que tienen de ti aunque definitivamente no lo son; eres un ser polifónico que se comunica con los demás. La experiencia de haber actuado aumenta las posibilidades de captar las esencias de lo que escribes para ser representado. Según te alejas de esas experiencias, te vas convirtiendo en un espectador con sensibilidad, que desde la butaca se adentra en las ficciones de otros, incluso en las tuyas.
Entonces, confieso que es el afán por subir al escenario, por compartir la comunión y el fervor de la escena lo que hace que me aparte de la narrativa, específicamente de los cuentos iniciales, incinerados por mi conciencia crítica y la de los demás. También me sentía más cerca en aquel instante de los teatristas, es decir, por el vínculo constante de la representación. Esa es una etapa, la de la juventud, entre los 18 y los 23, en la que estás buscando un camino, entre muchos. Actuaba mis textos, especialmente El Corcel verde, un espectáculo de iniciación con el que gané premios de la AHS, en las universidades, y con el que recorrí casi toda la Isla, hasta llegar a las cien funciones. Por El Corcel verde fue que llegué al grupo El Mirón Cubano, a Teatro Papalote y luego a Teatro D´Sur. Fue El Corcel verde el que me integró al teatro, a la comunidad escénica, y me separó paulatinamente de la narrativa, aunque siempre me he declarado muy cercano, en esa etapa a las enseñanzas, a Redonet, Maggi Mateo, Madeline Cámara, Antonio Orlando Rodríguez y al chino Heras León, quienes impartieron cursos, charlas o fueron jurados de varios eventos en aquellos años de talleres literarios y cursos de verano en el Palacio del Segundo Cabo.
Han pasado varios años de aquellos inicios en que fui premio Calendario de Teatro, en su primera convocatoria, y soñaba tener una vida más activa en la práctica escénica, es decir, como actor o en mis incursiones como director en el grupo universitario Actus. Ahora tengo cincuenta y un años, he vivido innumerables experiencias como dramaturgo, investigador y promotor de la escena. Dirijo la Casa de la Memoria Escénica, centro de documentación que conserva y protege el patrimonio, el universo de la biblioteca y los archivos. Pero creo que sí, la narrativa me apasiona mucho más que el teatro, aunque no deseo ser absoluto: cuando creo que me he desviado hacia otras zonas de creación o de trabajo, reaparece la dramaturgia con proyectos apasionantes que me hacen involucrarme en ellos… Es como una llama de fuego, a la que el aire le renueva su esplendor.
Minsk tiene como embrión una obra dramática. Hay otras muchas huellas del teatro, de la dramaturgia en tu narrativa…
Soy dramaturgo y esa es una ventaja; algunas obras constituyen ejercicios para adentrarme en procesos más profundos y abarcadores como la novela. Fue lo que pasó con Minsk. En mi dramaturgia para niños también ocurrió, es el caso de Houdini. En estos momentos mi obra de teatro Yo soy el rey del mambo se está transformando en una serie de televisión y en un proyecto de novela, que pueden morir, pero están en proceso de investigación y escritura. Creo que el teatro, los argumentos, los personajes de mis obras escritas o que nunca llegué a escribir, a la inversa de otros, constituyen para mí una fuente para desarrollar universos creativos que abarcan nuevas dimensiones, que en realidad me seducen, y por los que siento un placer enorme, el del acto de escribir.
Muchos han asegurado sentir en mis novelas la palabra teatral. Y creo que tienen razón. La palabra teatral es, en sí misma, síntesis, la palabra teatral genera acción. Entonces, cuando un narrador trabaja con esas esencias, porque las tiene incorporadas a su manera de escribir, la de impregnarle una fuerza dramática a la palabra, le proporciona a su escritura zonas que particularizan su forma de narrar. Creo que en las potencialidades dramáticas del teatro está mi secreto como autor de novelas. Es una vía sedimentada de técnicas y saberes de una sensibilidad que me permite enfrentar el acto creativo, y que además particulariza los rasgos de mi escritura en mis novelas, el uso de los planos temporales y espaciales, lo objetivo y lo subjetivo; la perspectiva, la estructura, la selección y organización de los sucesos, el trabajo de caracterización con los personajes, las potencialidades de lo dramático.
El cuento «El señor de las tijeras», que incluye Redonet en su antología, da título a un volumen de minicuentos que Ediciones Aldabón presenta en esta Feria del Libro de Matanzas. Te oí decir que esos no eran más que textos que te habían servido de «desahogo», de «terapia»…
Para eso uno escribe, creo, por placer y para comunicarte con los otros, para reconocer que no estás solo y dialogar con otros, confrontar. Escribiendo te desahogas de muchas cosas, de lo que sientes ante lo que vives, tú y los otros; es como un acto justiciero, de comunión con los demás. La escritura redime, apacigua tu espíritu. Eso es lo que sucede con este libro, que en un inicio no concebí como libro, solo eran minicuentos al margen de cualquier hoja como cuando era estudiante, regados en la computadora, para desahogarme espiritualmente o para leer en un espacio público, porque también ficciones de este tipo contribuyen a una comunicación oral con los otros. Textos para divertirme, como un acto terapéutico… Los otros, los que no escriben, se desangran con la realidad, pero uno la expulsa de adentro, sobre la pantalla o la hoja en blanco.
Un día Daniel Bermúdez, el director de Ediciones Aldabón, me propuso publicarlo. Tú también me motivaste a hacerlo y en realidad comprendí que tenía un librito de esas obsesiones. Decidí llamarlo El señor de las tijeras, como aquel cuento de principios de los noventa, que fue mi primera publicación en revistas como Letras Cubanas y Vigía, en la antología de Redonet, y también la pausa en la narrativa, al menos en la visible, porque después de él, solo escribí teatro y textos que deseché.
«El señor de las Tijeras» es un cuento que nació de la rabia contra las prohibiciones, las limitaciones del ciudadano a los espacios públicos, y quizás es otras cosas más. Quizás esa es una particularidad de este libro de minicuentos, que aparece como una constante, aunque no en todos: es la respuesta literaria a algo. Me hace feliz responderle con literatura a la realidad que nos apabulla.
En este libro, en tus novelas y en no pocas de tus obras teatrales, junto al afán por documentar, por ser fiel a la Historia, a tu tiempo, desde una perspectiva digamos que realista, aparecen siempre personajes, tramas cuyos hilos se manejan en la dimensión de lo onírico, de lo fantástico…
Este universo es completamente onírico; por lo tanto, casi siempre lo veo así. En «El señor de las tijeras», por ejemplo, está lo fantástico, revelado a través del acercamiento a la realidad, hecho que muy bien analiza el estudioso José B. Álvarez en un libro sobre la narrativa cubana contemporánea, donde la incorpora en el capítulo de lo fantástico. En mi dramaturgia, eminentemente realista, está lo onírico en piezas como «El Concierto», «Ciudadanía», «Campo Minado» y «Criatura de isla», llevado a su máxima expresión. Es algo que tú mismo has revelado de alguna manera en el prólogo o texto introductorio a mi obra «Ciudadanía», publicada recientemente en la revista Tablas. En la novelística está también desde Minsk, donde se manifiesta en determinados sucesos o personajes. En Las últimas vacas… este elemento resulta muy visible, es un aspecto conceptual, desde el tratamiento de la tierra como materia transformadora hasta en otros aspectos que deben ser analizados por lectores o críticos. En El Mensajero es un rasgo que la particulariza, lo fantástico que incide en la realidad, en una novela que funciona conceptualmente como una fórmula, con diferentes ingredientes, que tiene diferentes medidas, propias de los fármacos. Por lo tanto, asumo que es un rasgo de mi obra toda. Un rasgo que la distancia de la realidad, que la penetra y la convierte en un poema lírico de las tragedias que he escrito. Lo fantástico, como un elemento, un recurso orgánico, que distancia y crea una belleza iluminada, en las profundidades y las márgenes de la realidad.
En todas tus novelas Matanzas aparece como escenario. ¿Te has propuesto incorporarla al espacio imaginario de la narrativa cubana donde no ha estado muy presente?
Matanzas, dicen, es una ciudad de poetas. Y es cierto. Milanés, Plácido, Agustín Acosta, Byrne, Marimón, Carilda, Zaldívar, Estévez, Laura Ruiz… es largo el listado de grandes poetas. Matanzas está inscrita en el imaginario insular por los versos de los poetas de todas las generaciones y épocas, por los testimonios de esos poetas, en sus epístolas, en sus ensayos, en sus memorias. Y también está en las biografías, en los artículos de escritores de renombre que la visitaron o vivieron en ella, en los versos de José María Heredia, quien al alejarse de Cuba el último fragmento de tierra que admiró fue Matanzas. Igualmente se halla Matanzas en el teatro, primero que nada en el Milanés dramaturgo, y en Estorino y José Milián. Estorino, en su Vagos Rumores, desde la visión de su protagónico José Jacinto Milanés, la describe como un personaje que nos llena de belleza y también de dolor, una relación trágica, que se repite en Milián, el de La reina de Bachiche o en Si vas a comer espera por Virgilio. También aparece en René Fernández, Jesús del Castillo y Albio Paz. En este último, por ejemplo, es admirable su visión de la ciudad desde la perspectiva de la actriz en Las penas que a mí me matan. Está en mis obras La cabeza intranquila, Oscurísima oscuridad y, especialmente, en Yo soy el rey del mambo, en los monólogos delirantes de Dámaso Pérez Prado…
Está Matanzas en la poesía y en el teatro pero no en la novela. La Habana aparece en casi toda nuestra novelística trascendente; es, por supuesto, el gran arquetipo citadino. Está Santiago, en especial ese que nos entregó Soler Puig. Está Santa Clara… Es interesante cómo se puede construir un mapa de nuestra novelística recorriendo las ciudades de la Isla… Pero, en ese mapa, Matanzas apenas se distingue. En Los ciegos, de Carrión, está Matanzas como escenario, está el Centro Detallista, que es la actual sede de Teatro El Mirón Cubano; quizás debe encontrarse en alguna que otra obra, pero esto lleva un estudio más riguroso, cuyo resultado de todos modos debe terminar siendo bastante magro. En la novela no está Matanzas como debía estar. Aún no hemos engendrado un novelista de raza que logre insertar a esta ciudad en el imaginario de la novelística cubana; aunque se están dando las premisas con ciertas novelas que leeremos en un futuro, como una de Alfredo Zaldívar, dedicada a Seboruco, y otra de Daneris Fernández. Ambas constituyen homenajes literarios a esta ciudad.
Es cierto que las mías han tenido a Matanzas como escenario: Minsk ocurre en Moscú y en Matanzas. En Las últimas vacas… está el campo, pero están otras ciudades, como Miami y Matanzas, que no se menciona pero lo está. En la tercera sí fue mi intención concienzuda hablar de Matanzas. ¿Por qué Matanzas, bellísima, mágica, cargada de tragedias humanas, de traiciones inesperadas, no va a ser el espacio para una novela? Sí, en mi tercera novela está Matanzas, reflexivamente, pero no la Matanzas hermosa, que también lo es, sino la trágica, la que a veces duele y lacera, con múltiples conflictos, anegada por sus influencias, por su particular arquitectura y geografía. Eso también me produce un placer inigualable, es como si pudieras hablar con ella, tenerla dentro, y sacarla fuera, maldita, dolorosa, dormida y despierta, alucinada… la ciudad que desando cada día, a veces sin reparar en ella; ojalá podamos eternizarla, descubriéndola a otros en la literatura.
***
* Esta entrevista fue publicada en 2020, Las últimas vacas van a morir (Ediciones Unión 2021), alcanzó el Premio Nacional de la Crítica Literaria 2022.
Leer también:
Ulises Rodríguez Febles: «Desde la literatura también se construye un país»
Twist and Shout, retuércete y grita, o la crisis de un proyecto social
Visitas: 328
Deja un comentario