
Hace varias décadas, cuando comenzaba a escribir cuentos, me surgió la necesidad de conocer cómo, dónde y cuándo había nacido la narrativa cubana, porque al iniciarse uno como seguidor de ese estilo comunicativo, debe conocer lo más posible de todo el desarrollo de este tipo de escritura.
Por eso me parece interesante y casi imprescindible publicar esta investigación que, a pesar de los años, mantiene su vigencia, básicamente para los jóvenes que comienzan a decursar en la narrativa y que les corresponde conocer quiénes fueron los primeros cubanos que incursionaron en este mar tempestuoso, valorar sus obras y que les sirvan de clases indirectas.
Al final de mi escrito me he propuesto valorar la narrativa cubana en estos momentos en nuestra patria, donde tantas circunstancias nos asolan.
Por ello, aquí va el trabajo.
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Si nos remontamos a los tardíos inicios de la narrativa cubana habría que empezar por decir que en el siglo XIX se destacaron básicamente dos autores y dos novelas: en 1839 la primera versión de Cecilia Valdés de Cirilo Villaverde, (la segunda versión saldría a la luz en 1889), la cual se considera la primera novela realista en América Latina, y Mi tío el empleado de Ramón Meza, publicado en 1887, también de corte realista y costumbrista.






En 1885 José Martí publicaría Amistad funesta, José A. Echeverría publicaría Antonelli, primera novela histórica en 1839, y además saldrían a la luz Francisco de Anselmo Suárez Romero y El negro Francisco de Antonio Zambrana. Todas, más o menos, abordaban el antiesclavismo y el costumbrismo desde el punto de vista temático y mantenían un estilo realista, cercano al realismo español y al naturalismo francés.
En esta época aparecen los primeros cuentos con cierto nivel como «Pascua de San Marcos» de Ramón de Palma, «El camarón encantado» de José Martí, y Lectura de Pascuas, primer libro de cuentos cubanos aceptado por todos y aparecido en 1899 con la autoría de Esteban Borrero Echevarría.
Estos cuentos también reflejaban la historia de las contradicciones políticas y sociales de la época, a la manera del realismo crítico.
Con la aparición del siglo XX la narrativa cubana avanza primero lentamente.
En 1905 el propio Esteban Borrero publica «El ciervo encantado», cuyo tema central es la condena a la intervención norteamericana en Cuba; y aparecen los nombres de Jesús Castellanos y Alfonso Hernández Catá que abren un nuevo espacio temático mostrando el mundo campesino, y José Antonio Ramos, que refiere una narrativa preñada de preocupaciones sociales.
Aquí también encontramos las novelas de Miguel de Carrión Las honradas y Las impuras, las que abarcando un amplio contenido social enfrentan la corrupción de la sociedad habanera de la época, y de Carlos Loveira, Juan Criollo en 1927, con un marcado corte naturalista pero de contenido puramente cubano.
Luego Luis Felipe Rodríguez, que se convertirá en icono para generaciones posteriores, aborda la temática rural cubana con sus tipos y conflictos en obras como La pascua en la tierra y los relatos de Marcos Antilla. Aparece también Enrique Serpa, cuya «Aleta de tiburón» para muchos es el antecedente temático del famoso relato de El viejo y el mar, de Hemingway.
Por solo mencionar a los ganadores del Premio Hernández Catá, otorgado por la prensa y la crítica, y considerado el más importante de la época, señalaremos a Novás Calvo, ganador con «La luna nona» la primera vez que se otorgaba en 1942; luego lo obtuvieron Félix Pita, Dora Alonso, Raúl Aparicio, Carballido Rey, Onelio Jorge Cardoso y José Lorenzo Fuentes, entre otros, todos con una narrativa realista.
En las décadas del 40 y 50 se consolida un buen número de narradores con calidad y, aunque la publicación de libros es mínima, se populariza la publicación de cuentos y relatos en revistas y periódicos.
Fuera de Cuba publica Alejo Carpentier Guerra del tiempo en México y Virgilio Piñera, Aire Frío en Argentina.
Carlos Montenegro publica la novela Hombres sin mujer, la que pudiera considerarse la primera novela testimonio publicada en Cuba. Montenegro es otro narrador de fuerza que cuenta su historia de recluso en las mazmorras del Castillo del Príncipe, en La Habana.
En resumen, muchos estudiosos consideran que para el 1910 ya hay una primera generación de narradores puros que permeados por modernos recursos estilísticos provenientes de Europa, (aprehendidos de autores como Maupassant, Anatole France, Eça de Queiroz), hacen un cuento universal, americano y de amplia tendencia social en cuanto al abordaje temático, que en ocasiones llega a ser de franco carácter revolucionario y antiimperialista.
Hay una segunda generación alrededor de los años 20, influida por novelistas como Gorki y cuentistas como Horacio Quiroga, de profundo corte realista y en busca de ambientes muy cubanos, como la manera de vivir de la población más menesterosa, el propio acontecer nacional, los problemas raciales, el campesino y el latifundio, la penetración de Estados Unidos, todo ello cerca del costumbrismo y a la manera de un relato documental.
Cerca de la década del 50, muchos dicen que sobre 1948, se ha considerado que el cuento cubano alcanza la mayoría de edad, manteniendo una gran vigencia por cuanto, al no existir editoriales, se hace casi imposible publicar libros, y solo es posible darse a conocer en periódicos y revistas, que exigen a su vez de los autores trabajos breves.
Aquí aparecen narradores, los menos, que se apartan algo de la tendencia realista y se acercan al cuento imaginativo y fantástico. Dos narradores descuellan: Labrador Ruiz con su «Conejito Ulán» y Alejo Carpentier con «Viaje a la semilla». Otros autores continuadores de esta corriente son Virgilio Piñera, Eliseo Diego y Ezequiel Vieta, que abordan temas de carácter lúdicro, onírico, macabro, de ciencia ficción, de humor negro y manejan la sátira y la fábula.


Aparecen revistas como Espuela de plata en 1939 y Orígenes en 1944, que le dieron impulso a la corriente fantástica e imaginativa dentro de la narrativa de la época.
Como se observa, a pesar de la existencia de autores que cultivan la literatura imaginativa y fantástica, la mayoría de los narradores hacen un discurso realista, comprometido y de denuncia crítica a la situación prevaleciente en el país, tanto en lo que respecta a lo social, lo económico, y lo político, y en lucha denodada por mantener la nacionalidad cubana a toda costa.
En general la casi totalidad de los autores avanzan con una tendencia cercana al realismo crítico, y un mensaje directo que a la vez decanta el populismo complaciente y sale en busca de su universalización.
En esta etapa se destaca con muchísima fuerza la obra de Onelio Jorge Cardoso: «Taita, diga usted cómo», «Hierro Viejo», «Juan Candela», «Los carboneros», y la mujer está representada en la figura de Dora Alonso, que maneja con acierto el cuento campesino
Con la llegada de la Revolución comienzan a agigantarse las posibilidades de creación: aparece la Imprenta Nacional de Cuba, dirigida por Alejo Carpentier y surge en 1961 la UNEAC.
Los temas generales que aborda la narrativa cubana de esta primera época siguen siendo críticos del pasado, muchos del pasado reciente, y lo contraponen con las nuevas condiciones que se vislumbran.
La literatura cubana de entonces empieza a moverse en varias direcciones: los escritores cercanos a Lunes de Revolución, un suplemento literario del periódico Revolución, los próximos a la revista y grupo Orígenes, los que cierran filas con la revista Ciclón y los escritores nucleados alrededor del viejo Partido Socialista Popular, de franca filiación pro soviética.
Aparece casi enseguida una narrativa de la realidad inmediata, que condenaba al pasado y proclamaba la negativa de volver a vivirlo.
Se destacan escritores como Guillermo Cabrera Infante (dirigía Lunes de Revolución), Calvert Casey, Humberto Arenal, Antonio Benítez Rojo, Antón Arrufat y otros, que comenzaron a tomar de la historia la etapa de lucha contra la dictadura o abordaron también el vacío existencial predominante en la época para propiciar sus creaciones.
En una suerte de segunda generación inmediata aparecen nombres como Jesús Díaz (Los años duros), Norberto Fuentes (Condenados del Condado), Eduardo Heras León (La guerra tuvo seis nombres y Los pasos sobre la hierba, que abordaban temas de mucha actualidad como la lucha contra los alzados en el Escambray, los combates de Girón, las jornadas de los cortadores de caña para la zafra azucarera). Los integrantes de esta generación operaban con mayor inmediatez y ello dio lugar a la aparición de la llamada Narrativa de la Violencia, muy influida por la literatura rusa de autores como Isaak Bábel, (Caballería Roja), Alexander Bek (La carretera de Volokolamsk y Los hombres de Panfilov).
Aparece también el testimonio como un nuevo género literario, preciso para abordar la inmediatez, y se destaca en primera fila la novela de corte antropológico Biografía de un cimarrón, de Miguel Barnet.
Los años 70 siguen esta tendencia en el abordaje de la actualidad y se mantiene una narrativa cercana a la Revolución, pero comienza a observarse cierto rechazo de muchos autores reconocidos a seguir formas convencionales de contar, y aparece el miedo al panfleto literario, y a escribir obras de franco contenido político, porque ya se ha establecido con fuerza la tendencia, impulsada por una línea oficial, a la imposición del realismo socialista como corriente estética.
La propia Tesis del Primer Congreso del PCC de 1975, para no hablar de los documentos emanados del Congreso de Educación y Cultura de 1968, aborda el asunto en los siguientes términos:
El arte en el socialismo es una de las vías principales del conocimiento, que utiliza para ello la apreciación estética con el fin de indagar y expresar la realidad por caminos propios.
La creación artística y literaria debe reflejar la problemática de la vida social e individual y las tensiones inherentes al proceso. Al tratar tales conflictos lo hace desde las posiciones de clase del proletariado, con su firmeza y claridad ideológica, con su enérgica y total intransigencia frente a las manifestaciones de la ideología del pasado y con su defensa de los intereses del pueblo
Es decir, no solo le aplica una condición pedagógica a la literatura que en la práctica no tiene, sino que sugiere, de manera contundente, que se escriba sobre «la problemática de la vida social e individual y las tensiones inherentes al proceso, desde posiciones de clase, con firmeza y claridad ideológica, con enérgica y total intransigencia frente a las manifestaciones de la ideología del pasado».
Los 70 fueron los primeros años del Quinquenio Gris, que para algunos es un decenio y es negro, y fue la parametrización, la UMAP, el caso Padilla, y otros acontecimientos bien conocidos por todos, y sufridos por muchos.
Entonces era de interés político que apareciese una nueva generación de escritores para sustituir a los viejos creadores que no se adecuaban a las «instrucciones», y se fomentaron los Talleres Literarios y los concursos literarios para escritores jóvenes, la Colección Pluma en Ristre, el concurso David de la UNEAC, y se fomentó mucha literatura de baja calidad, descuidada, escasa de valores literarios, mal acabada y mal hecha.
Es de destacar que entre el 75 y el 82 publican su primer libro 45 autores y aparecen nuevas tendencias en las obras, como las luchas internacionalistas.
Se potencia oficialmente la literatura policíaca y el género testimonio, al punto que Ediciones UNION, la casa editorial de la UNEAC, entre 1978 y 1985 publica 20 títulos del género testimonio y se crea un concurso nacional de literatura policíaca.
Esta etapa se caracteriza porque muchos escritores reconocidos se ven condenados al ostracismo y dejan de escribir (es absolutamente comprobado, por ejemplo, en los autores de obras de teatro a partir de la investigación realizada por Esther Suárez Durán con los principales dramaturgos cubanos).
Ya en los 80 comienzan a aparecer textos donde la épica y la violencia son sustituidas por la reflexión individual y dramática.
Muchos investigadores coinciden que con la aparición de «Noche de fósforos» y Campamento de artillería de Rafael Soler se inicia un estilo de narrar que ya no refleja, admira, alaba y reafirma la realidad, sino que la interroga desde una perspectiva ética, haciendo recaer el interés temático en sus conflictos personales y sus propias contradicciones. Ya no es el hombre de acción participando y contando, ya la narrativa se hace más intimista, reflexiva, cotidiana.
Se abordan temas cercanos al miedo a la muerte, la pérdida de la inocencia, el miedo en general, el dolor, puede incluso darse toda la acción en un ambiente rural pero no ya se muestra al campesino explotado o dueño de su tierra trabajando por el bienestar social, si acaso es el mundo interior del campesino lo que sale a flote, su vida íntima.
Es entonces que comienza el declive de la épica de la guerra, la literatura de compromiso social, incluso de compromiso político, (pienso en la «Elegía a Jesús Menéndez» de Guillén o en muchas de las cosas de Onelio), que son perfectas obras de arte y responden a un verdadero compromiso político o social, pienso además en alguna narrativa bien escrita con un corte cercano al realismo socialista, que al decir del Che y de Ambrosio Fornet no era una escuela demoníaca en sí misma, sino que la demonizaron cuando fue impuesta como única forma de creación, pero que pudo ser una escuela literaria más dentro del universo creativo soviético y universal; pienso en la propia literatura testimonial desaparecida de nuestras librerías, pienso en la literatura policíaca, de amplio gusto popular que ha disminuido considerablemente en la narrativa cubana actual.
Todo ello se ha trasmutado por una narrativa que se identifica con el dramatismo cotidiano de la vida, que se ha hecho intimista y muchas veces alejada totalmente de la realidad o abordándola de manera desenfocada e hiperbolizada. (Pienso en los seguidores del realismo sucio y en los que medio en broma, les llamo seguidores del realismo socialista hipercrítico y no apologético).
Y no abogo por ninguna exclusión. Me parece que la madurez que ha alcanzado la narrativa cubana contemporánea, —muchos estudiosos dicen que por primera vez que se puede hablar de una novelística cubana—, permite que se mueva, como nunca antes, dentro de un amplio diapasón de libertad creativa, manteniendo una gran multiplicidad de formas y viéndose favorecida con el hecho de que, con escasas excepciones muy puntuales, los libros rechazados a los autores por las editoriales son por causa de evaluaciones negativas de los Comités de Lectores, formados por profesionales del oficio y miembros legales del gremio, y que generalmente no hay factores extraliterarios que exijan posturas ajenas a la ética y al profesionalismo de nuestro oficio, que se desarrollan por doquier nuevas formas, nuevos estilos, nuevos abordajes y puntos de vista, que no hay homofobia, ni posiciones racistas o exclusión de género y que lo bueno o lo malo que hagamos dentro de nuestra misión como creadores será hijo de nuestra capacidad y nuestro trabajo, sin la «ayuda solidaria y desinteresada» de nadie.
Pero por desgracia, quizás sea verdad aquel mal achacado a nuestro pueblo de que o nos pasamos o no llegamos: la narrativa realista está venida a menos, es mal considerada por muchos estudiosos, no está de moda excepto en las variantes antes mencionadas, que además sufren el asedio y el acecho de la comercialización, y en fin, es como agua pasada que no mueve lo que tiene que mover a pesar de su secular historia.
Hay valiosos narradores cubanos de los que nadie se acuerda, como Félix Pita, Antonio Benítez Rojo, Samuel Feijóo y hasta Onelio Jorge Cardoso, considerado El cuentero mayor, a quien se tiene en cuenta demasiado poco para mi gusto.
Ahora mismo las situaciones que estamos viviendo no permiten hacer una evaluación adecuada de la narrativa cubana en los últimos años, las publicaciones generalmente han desaparecido y hay una situación que me tiene preocupado, porque he sido jurado en los últimos años del Concurso David y los narradores incipientes están alejados de los grandes escritores y de los mejores libros, que sus consejos y sus lecturas son los que nos ayudan a aprender a escribir, porque hay que tener en cuenta que no hay escuelas para escritores, la literatura se logra aprendiendo y aprehendiendo de nuestros mejores autores.
De todas formas, soy optimista, creo que vivimos momentos muy complejos en cuanto al desarrollo del país, no solo en lo que respecta a la cultura, sino a todo lo demás, y que la narrativa debe ser tenida en cuenta en la solución de todos nuestros problemas actuales cuando le llegue su momento.
¡Que así sea!
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