Campiña muy vasta, vastísima, es la de la literatura cubana. Hay frutos en ella de todos los sabores, colores, fragancias. Lamentablemente solemos escoger nada más aquellos que, como las piñas, los mameyes y los mangos, todos los paladares aprueban. Pero hay más, muchos más para degustar. Están dispersos en todo el país y tienen calidad suficiente para satisfacer los más exigentes gustos.
Esta vez le propondremos probar con un bardo olvidado nacido en la provincia de Matanzas, y cuya patria chica lo fue la población de Bolondrón. Se desconoce la fecha —día y mes— de su nacimiento, pero sí que fue en 1855 y que su infancia transcurrió en un medio económico holgado, pues su abuelo paterno era dueño de ingenio.
Sin embargo, aquella vida apacible se transformó a partir de 1868, cuando su familia abandonó el país (por razones económicas y también políticas) y se trasladó a México. Allá, en Jalapa, se establecieron y forjó el joven nuevas amistades, algunas de los círculos literarios.
Pero la expatriación no debía durar si no lo indispensable y terminada la Guerra de los Diez Años la familia regresó a Matanzas, donde Manuel de los Santos Carballo casó, unión de la cual tuvo la cifra hoy considerable —si bien entonces bastante natural— de 6 hijos.
Como poeta, Carballo sintió profunda admiración por Víctor Hugo, por Lord Byron, también por los cubanos Gabriel de la Concepción Valdés (Plácido), por José María Heredia y algunos más. No muchos sabían de su condición de poeta, pues acostumbraba leer sus composiciones solo en el círculo de los amigos. Tuvo entre sus amistades a los hermanos Carlos Pío y Federico Uhrbach, aunque se afirma que fue de carecer retraído y cáustico.
Con todo, fue hombre de la prensa. Fundó la revista El Arte y el periódico La Palabra. También trabajó como redactor de La Mañana, de su compatriota y amigo Bonifacio Byrne, a quien admiró. Ya decidido a reunir sus textos, publicó en 1893 Voces en la noche, prologado por Nicolás Heredia, y La leyenda de la carne. Colección de poemitas, en 1895. Un tercer volumen apareció también en 1895 bajo el título de Temblorosas. Versos para mujeres.
Fue la suya una poesía original —apunta el crítico José Manuel Carbonell, quien mucho lo pondera en el tomo IV de su monumental obra La poesía lírica en Cuba—, con reminiscencias, a veces, de Víctor Hugo y de Espronceda, de contornos plásticos y coloridos fantásticos. Su imaginación, objetiva y visual, como la de Manuel de la Cruz, le hizo mirar las cosas a través de vidrios aumentativos, con proporciones colosales.
Soldado luchador contra el tirano,
tu sangrienta mirada,
tu frente altiva y tu desnuda espada
me dicen: soy tu hermano!
Cuando la voz de la venganza y muerte,
lanzando al opresor su santa ira,
la Justicia revuelve el brazo fuerte,
tú el acero le das, y yo la lira!
(Fragmento de «El poeta al héroe»)
Carballo colaboró en La Habana Elegante, Gris y Azul, El Fígaro…
La irrupción de la Guerra del 95 lo determinó a trasladarse a La Habana. Su situación económica era para entonces precaria y la salud le flaqueaba.
El poeta murió a los 43 años en la pobreza, el 1ro. de abril de 1898, fecha de la cual se cumplen ahora 125 años y que nos sirve de pretexto para evocar a una figura de las letras matanceras que hoy permanece en el olvido, como esos frutos silvestres que nos surgen al paso, bordeamos y no llegamos a probar, sin saber siquiera si han de gustarnos o no.
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