La verosimilitud de los diálogos, su incidencia como ráfaga en el equilibrio y la progresión de la narrativa, son herramientas que el narrador conoce y emplea a conciencia en su relato Capricho. Los personajes aparecen bien esbozados a pesar de que el cuento se nuclee en lo sintético, en cierto valor anecdótico que es, hasta cierto punto, intrascendente, y en el que se mezclan —sin saturar— realismo, humor y cierto guiño tragicómico.
Venturosa resulta la estructura dialógica en la que se sedimenta gran parte del relato; a la cual debemos no solo la progresión dramática sino el conocimiento de quiénes son los personajes que pueblan este universo de sensualidad, sonrisas, negación erótica y deseo. No solo porque, como ya he señalado, los diálogos apuestan por lo natural, sino porque recibimos casi toda la información de cómo es el universo de la historia gracias a ellos.
La historia, por su parte, transcurre sin sobresaltos, sin grandes momentos que no sean los del espacio lúdico que la propia dramaturgia del relato presupone. Esta no es una trama que pretenda ser trascendente sino todo lo contrario: su objetivo es el divertimento, la diatriba del juego que se establece entre receptor y obra, entre receptor y emisor, y entre el emisor y la pieza narrativa. Trinidad esta que deviene en instancia de jolgorio y en la cual el lenguaje está en función de marcar pautas, movilizar hacia la rápida progresión y resolución de la historia, y dejar como colofón la posibilidad de un final abierto, un final guiño donde hay una muda de nivel de realidad (o, al menos, se aventura un chispazo de esta).
El narrador sabe que a su historia no le es conveniente la extensión y, mucho menos, la pretensión de perdurabilidad. Por eso apuesta, de manera inteligente, por la síntesis, por dejar en el paladar del lector cierta posibilidad de sonrisa inteligente y, más que eso, la posibilidad de ser cómplice, una especie de voyeur que puede asomarse a las breves páginas del relato y observar a gusto, sin consecuencias de ningún tipo. Es en esta posibilidad de participación lectora, en esta posibilidad de que el receptor sea cómplice de la trama, que la narrativa alcanza su mayor valor.
Capricho es un relato para pasar un buen instante y luego cruzar página. No se quedará demasiado tiempo grabado en la mente del lector: otros son sus derroteros. Sus personajes se diluirán en la memoria e incluso el guiño del final resultará semejante a otros muchos guiños que han poblado la literatura de todos los tiempos. Sin embargo, esta lectura fácil y agradable, bien articulada narrativamente, cómplice y testigo, es ese tipo de capricho que podemos darnos como receptores y que, sin dudas, en su breve tiempo de existencia en el mundo de nuestra espiritualidad, dejará un saldo positivo.
Carlos Ettiel Gómez Abreu. (Jagüey Grande, 1978). Poeta, narrador, escritor para niños. Licenciado en Derecho. Miembro de la UNEAC. Egresado del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso.Entre sus libros publicados se encuentran Polvo de hadas (poesía p. niños Ed. Matanzas., 2012). Sombras del alma (décima, Premio Mangle Rojo, 2012). Reino de hechizos (poesía para niños, Ed. Aldabón, 2014). Los caprichos del tiempo (poesía para niños, Premio La Edad de Oro, Ed. Gente Nueva, 2015). Proyecto Mellizos (noveleta, Premio Hermanos Loynaz, Ed. Loynaz, 2016). Su obra ha sido laureada en diferentes certámenes como 2012: Premios Modesto San Gil, Juego Florales de Matanzas., Mangle Rojo y Mención Fundación de Nueva Gerona. 2013: Premios Eliecer Lazo, Milanés y Mención El Dinosaurio. 2014: Premios Benigno Vázquez, Regino Pedroso y La Edad de Oro. 2015: Mención Félix Pita Rodríguez y Premio Hermanos Loynaz. 2016: Premios J. Ángel Cardi, Aquelarre, Menciones Farraluque y El Cuentero. 2016, 17 y 18: Menciones en el Prewmio Paco Mir. 2017: Premio Francisco Riverón y Beca Juan F. Manzano. 2018: Premio Ala Décima. 2019: Premio Regino Boti, entre otros.
Capricho
Era su tercera noche en el Hotel Cohíba. Había un inexplicable aroma de luna, de misterio y sensualidad en la brisa del Vedado que no podía explicarse. Llegaron a las habitaciones del noveno piso pasados de copas. Se conocían. Como bohemios escritores, consideraban aquel tiempo suficiente para tener sexo entre ellos, pero esa noche se acostaron en paz. (El exceso de bebida les impidió ponerse creativos). Mañana sí. ¡Seguro!
Por ahora cada cual especulaba con quién lo haría o si era mejor guardarle fidelidad a su pareja (porque todo a la larga se sabe y los novelistas tienen la mala costumbre de contar este tipo de situaciones en su literatura).
Tocaron a la puerta en uno de los cuartos.
—José Luis, ábreme. Dale, mi amor, quiero hablarte.
—Vete, Yaíma, estás borracha.
—No me iré hasta que me abras.
—Por favor, mañana conversamos.
—Mañana no, ¡ahora!
—Mira el estado en que estás. Así no vale la pena.
—No importa, dale. Solo quiero decirte que estás muy rico. ¡Muy rico, José Luis, y muero por estar contigo!
—¿Ves?, ahí tienes el alcohol.
—El alcohol no, papi, las hormonas. Me fijé en ti antes de beber. No seas malo, ábreme.
—¡Te dije que no, ve para tu cuarto!
—Voy a dormir aquí afuera.
—Problema tuyo.
—¿Vas a dejar que pase frío? Déjame entrar, anda, verás cómo nos calentamos.
—Caliente está ella —dijo Marcos, uno de los compañeros de habitación a José Luis—, tienes que hacer algo, esta mujer no nos dejará dormir.
—¿Qué quieres que haga?
—¡Sal, enfréntala!
—¡No me digas! Los dos somos casados. Esto se puede complicar. ¿Te imaginas si alguien del hotel se va de lengua? La Habana parece grande, pero el chisme vuela.
—Abre la puerta, papi, no pierdas esta oportunidad. Mañana te vas a arrepentir. Sabes bien que soy la más buena del grupo. Mijo, no te voy a arrancar ningún pedazo.
—¡Se reprende! —dijo el otro compañero de cuarto.
—Deja el cuero, socio.
—José Luis, Julio tiene razón —señaló Marcos y propuso un plan: intercambiar de cama con Julio, taparse con la colcha cabeza y todo, hacerse pasar por Julio y, cuando ella se acerque… asustarla.
—¿Crees que funcione?
—Nada se pierde con probar.
Por fin se abrió la puerta. Yaíma gritó de alegría.
—Lo sabía, mangón, a mí no hay quién se me resista. ¡Con este cuerpo y esta cara! Te lo advertí. ¿Te lo dije o no te lo dije? Yo logro todo lo que me propongo. Qué rico, esta noche voy a comer sin miseria. Te voy a quitar la cáscara con los dientes, mi vida. ¡Prepárate! A ver, no seas tímido, saca la cabecita de abajo de la colcha. ¿Todavía te resistes? No te hagas más el duro, mijo. Sal de ahí, lo único que quiero es conversar. Bueno, no te voy a mentir, tú sabes la cosita que quiero. Mejor dicho: la cosota, pues con esa estatura debes de tenerla bien grande. ¡Vamos! No te hagas más. Tú también estás loco por hacerlo, aunque te empeñes en negarlo. ¡Dime algo, papi! José Luis, José Luis… ¡Contra, voy a pensar que eres maricón!
—¡No jodas más, vieja! ¡El socio no va a conversar ni menos acostarse contigo!
—¡Tú no eres José Luis, comemierda! ¿Qué haces en su cama? Pero… yo lo vi entrar. ¿Dónde está?
—Lo sacaste de quicio y se tiró por la ventana.
—No seas estúpido. No fastidies, negro, mira que no estoy bien. ¡Por tu madre, dime que eso es mentira! ¡Ayyy, nooo… José Luiiiiis!
—¡Sepárate de ahí, loca de mierda, te vas a caer! —gritó Marcos.
—¡Mangón, por qué lo hiciste, yo estaba dispuesta a todo cuando tú quisieras, sin compromiso ni nada! ¡Espérame, me voy contigo, machote!
—¡Corre, Julio, esta anormal se tira!
José Luis salió del clóset donde se había escondido. Estaba más cerca, llegó primero a sujetarla. Yaíma sintió el robusto cuerpo detrás de sí, una mano abrazaba por la cintura y otra por los hombros. Giró para verle los ojos azules. Por fin, apretujados, como ella quería. Sintió la presión de José Luis a la altura de sus glúteos. Él se separó un poco.
—¡Sabía que te gustaba! ¿Vas a negarlo ahora?
Yaíma le agarró una mano y se la hizo deslizar por los senos.
—Siente mi pecho. ¿Cómo está?
Intentó besarlo.
José Luis no quiso: Eres un imbécil por desaprovechar esta oportunidad, Yaíma tiene razón, está buena, la vida es corta, etc., pensó.
—¡Tranquila!
Forcejearon un poco, igual a una pareja que juega antes del sexo.
A las dos de la madrugada llegó la policía a la calle lateral del Cohíba.
Los juegos eróticos en el noveno piso son peligrosos, sobre todo si está la ventana abierta. Con esto de los móviles y las redes sociales, ahora todo el Vedado, La Habana y hasta el país entero especulará sobre la «aventura amorosa» de ellos.
Hubo, sin embargo, una rarísima sensación de vida alrededor de los cuerpos. La gente se amontonaba en la calle. El babalao que vive dos cuadras más abajo pasaba por allí. Escuchó algo parecido a un susurro del más allá en el que la muchacha tendida junto al joven aún le pedía saciar su pasión.
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