
Cuando a inicios del siglo XX el pintor ruso Kazimir Malévich introdujo un nuevo camino para las vanguardias pictóricas, no era consciente de su alcance. Su obra Cuadrado negro sobre fondo blanco (1915) marcaría el inicio del Suprematismo y sería luego un hito en la Historia del Arte. Tal y como su nombre lo dicta, la pintura únicamente nos remite a un cuadrado negro encima de otro cuadrado blanco, que es su fondo y que en amplitudes le excede. Pero lo que pretendía Malévich y con él todos los abstractos era mostrar un punto ciego, poner el foco en lo «no existente» a través de formas geométricas puras; o recrear un universo sin objetos, un universo metafísico que expresara lo más genuino del ser, donde un cuadrado vaciado de sentido, fuera solo un cuadrado. Sin embargo, la obra también habla de colores contrarios y la hegemonía de un cuadrado blanco que, de poder unir sus extremos y cerrarse, ahogaría en él su centro.
Comienzo así, tan lejos de Cuba y de Charo Guerra (Limonar, Matanzas, 1962), porque solamente en el tiempo hallaremos ciertos paralelismos, arrimos o caprichos, instantes que nos devuelven la esperanza y el misterio de lo humano. Pese a mis intentos de asociación, como señala Terry Eagleton, en lo adelante «lo que la obra nos diga dependerá del tipo de preguntas que podamos dirigirle desde la favorable posición en que estemos colocados históricamente».[i] Fue así que leyendo Limpieza de sangre[ii] (Premio UNEAC de Poesía 2020), libro reciente de la escritora matancera, no siempre, no al inicio, llegó una visión de la obra de Malévich como epifanía, pues ambas son en lo esencial un corazón negro latiendo en su cáscara blanca.
¿Cuánta agresión tiene que darse en la historia para que el cuerpo y la mente se revelen? ¿Cuál embestida nos hará ver por sobre el hombro de nuestras primeras figuras vinculares? De esto y más advierte, con cuidada sutileza, Limpieza de sangre, libro profundo, autobiográfico y la vez social que habla de oscuras leyes obedecidas al interior de esas constelaciones familiares que, de tan férreas y obstinadas a repetirse, se cumplieron. Y de lo mucho que hemos suavizado lo abismal una vez cerrada la puerta de la casa. Como en Cuadrado negro… Charo Guerra nos habla también de la conquista de lo blanco y la desposesión de lo negro, poniendo así el foco en un tema, todavía hoy tabú, todavía escarnio pese a nuestro consabido mestizaje: el racismo solapado y el blanqueamiento de los rasgos, de la sangre, hasta desaguar en un carácter anémico / vacilante.
Desde Atavismos, poema que abre el libro, la autora nos presenta un sujeto lírico que anhela hacer justicia. Para ello serán necesarios el escrutinio, el detalle, la mirada que todo lo sabe y ve; y una voz resuelta a contar lo que no se dijo o se acordó no decir en «el sistema». En el exergo ya nos adelantaba la autora en versos de García Lorca lo complaciente que puede ser el silencio. Es ahí, en el silencio, el en sigilo de toda intención de verdad, donde germina este libro.
El silencio será una imagen que a lo largo del cuaderno se repite y que en lo profundo delata el miedo, la frustración de la voz, la frustración de la verdad al no poder valerse por sí misma. Dice la poeta:
«(dedo recto sobre la boca) / la primera lección que trastorna a los hijos…».[iii]
«el recuerdo de los labios encogidos».[iv]
«Ssshhh (asimilar las onomatopeyas y gestos de silencio)».[v]
«Quiero gritar, pero no puedo / Llorar, / y ya no puedo. / Hay una mano que aprieta mi boca sin tocarla».[vi]
«Le hablo sin mirarle a los ojos / porque he comenzado a dudar de los que digo».[vii]
Los versos anteriores, infieren otro de los grandes subtemas del libro: la vida falaz, la vida como ensayo o interpretación donde terminamos creyendo la historia inventada o dudando de la verdad. En todo caso, simulación, escaparate, artificio, Limpieza de sangre expone a un padre cuya idea de no pertenecer a la raza negra lo somete y lo confina a un lugar oscuro de su/la historia familiar lo mismo que un colono. El libro se abre de esta forma a ese concepto que esgrimen grandes pensadores como Frantz Fanon, Walterio Carbonell o Pablo González Casanova sobre relaciones sociales asimétricas basadas en el poder y en los distintos tonos de piel: el colonialismo interno.[viii]
La casa será el lugar del coloniaje: «La casa escoge su disfraz, / colores mortecinos y esponjosos / que van sin rumbo fijo / atravesando los vidrios heridos por la luz»,[ix] figura retórica esta que aborda, así lo entiendo, el peligro, el estruendoso encuentro en la herida de la luz y la verdad.
Como si estuviese en un plano cinematográfico de situación, en un primer grupo de poemas, donde se encuentran La casa (detalles) y Holograma del trópico, la autora se regodea en lo contemplativo. Charo Guerra sabe mirar y tiene la dicha de espaciar tranquilamente la mirada sobre la realidad, el pasado, la memoria, las cosas. Ve escenas, fragmentos que parecen pequeñas viñetas del entorno. Ella sabe que, como sentencia el padre, «El equilibrio se alcanza en los detalles».[x] Lo primero fue el detalle y luego la búsqueda de la totalidad, «una totalidad que adquiere peso» y más tarde será una «escena desasida».[xi]
Así como la contemplación insiste en el detalle, tiene otro camino que es más un estado mental que la mera observación de lo circundante; algo parecido a un estado de gracia en comunión con la materia y con Dios, y que nace de una profunda reflexión de sabernos incompletos, mortales… La poeta sabe que la paz, esa conformidad buscada, siempre viene de otra parte: «Si el tiempo detuviera su paso unos segundos/si esa sensación tantas veces soñada /se hiciera perceptible».[xii] Invocación similar podemos encontrar también en los poemas VI de Holograma del trópico, Saludo familiar y Oración. Alternadamente se pasean Oggún guerrero, Nuestra Señora del Loreto, San Judas Tadeo y otros santos que van lo mismo por los signos de Ocha que por la sólida fe cristiana, pero que conectan en ese pedido del cuerpo, una suerte de protección a lo que somos y lo que existe.
Podría decirse que Limpieza de sangre es un libro difícil que pasa primero por la razón; tiene que pasar primero por la razón. Asimismo, entreveo una posibilidad de perdón tras el error de quien hizo lo que supo o lo que pudo, desde su «favorable posición». Sin embargo, lo esencial aquí, no es el perdón, sino la resistencia; un cimarronaje elegido por la autora, atavismo de Rosario Pérez Owens, pero de otro modo, que da disposición a sus riquezas.
Por la prevalencia de la verdad entre ellas, la justicia en contraposición con el yugo de la palabra no dicha, y del cautiverio, y por todas las veces que Rosario Pérez Owens languidece y se esconde entre la resistencia a decir la verdad y acallarla— aplaudo, gozo este libro/regalo, lo inundo de anotaciones mías / otras. Y por «esas mujeres que aceptan en la superficie de las cosas, por las que parecen consentir, por las que sumisas al hombre, sobrepasan al hombre por la tranquila certidumbre que esté en ellas, por su dulce obstinación cambiada en grito salvaje».[xiii] Y por su corazón negro latiendo, osadamente.
[i] Eagleton. T. Una introducción a la Teoría Literaria (1998), p 48.
[ii] Guerra. Ch. Limpieza de sangre (2023). Ediciones UNION.
[iii] G. Ch. Ob. cit., p. 8.
[iv] G. Ch. Ob. cit., p. 8.
[v] G. Ch. Ob. cit., p. 10.
[vi] G. Ch. Ob. cit., p. 17.
[vii] G. Ch. Ob. cit., p. 22.
[viii] Torres. J. El concepto de colonialismo interno (2017). UNAM.
[ix] G. Ch. Ob. cit., p. 18.
[x] G. Ch. Ob. cit., p. 22.
[xi] G. Ch. Ob. cit., p. 27.
[xii] G. Ch. Ob. cit., p. 29.
[xiii] Glissant. E. El Lagarto (1980). Editorial Arte y Literatura., p.68.
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