José Jacinto Milanés (16 de agosto de 1814, Matanzas, Cuba – Ibídem, 14 de noviembre de 1863). Poeta y dramaturgo cubano esencial para entender el romanticismo en nuestra literatura. Su lenguaje se encuentra basado en la naturalidad y la sencillez. Está trabajado a partir del habla, y se aparta de la dicción convencional predominante entonces, que constituyó para tantos poetas de la época una coyunda que no pudieron superar.
Bajo el mango
¿Quieres, mi luz, nos vamos a la aldea?
En hora buena sea.
(Floresta de rimas antiguas castellanas)
¡Oh!, si pudieras tú, dando la espalda
a esta ciudad activa y negociante
y llamados tal vez, hermosa mía,
por una fresca y purpurina tarde
salir conmigo a pasear a solas,
tu mano fiel bajo mi brazo amante,
y así gozar los dos de esas tres dichas,
¡el cielo azul, la libertad y el aire!
Yo te llevara caminando lento
a un escondido y pintoresco valle
que al pie de un monte se ocultó modesto
por no mostrar su gentileza a nadie.
Yo, vagabundo trovador, un día
le sorprendí, me alborocé de hallarle
y desde esa ocasión tengo jurado
que con rima sonora o prosa fácil
habré de revelar en dónde existe
a todo aquel que los paisajes ame.
Para el amor que cavilando llora,
para el dolor que se disuelve en ayes,
para todo el que sienta y el que gima,
no hay asilo más bello. ―Tú, no obstante,
que no ves nube en tu horizonte puro
y existir sin amar no lo alcanzaste,
tú cuya frente cándida y serena
la inocencia y beldad ornan iguales,
no vendrás a gemir al valle alegre.
Sola vendrás, observadora amable,
dando a cada airecillo una sonrisa
y a cada flor admiradoras frases,
a demandar al sonrosado cielo
por qué es tan bello al fenecer la tarde,
por qué al unir la voluptuosa noche
con el día ardoroso y centelleante
parece alzar naturaleza entonces
un gran himno de boda al bello enlace,
mientras que susurrando la acompañan
monte, valle, raudal, insecto y ave.
Ya nos espera en actitud pomposa
formando un pabellón con su follaje
aquel mango gentil, que porque fije
la curiosa atención del caminante,
se supo aislar: ―Enriquecido siempre
por el amor de su terrestre madre,
de verde ramo y de amorosa fruta
su grueso tronco engalanado atrae.
Salúdalo, mi bien. ―Tú, que eres bella
y en ese tu mirar casto y suäve
y en ese ingenuo sonreír descubres
el inocente corazón de un ángel;
tú que sabes hallar palabras dulces,
palabras tan hermosas e inefables
que Dios no más a la mujer inspira
y que las busca y las bendice el vate;
tú sola encontrarás el raro idioma
bañado de color, rico de esmalte
con que habla al mundo vegetal a veces
una tierna beldad que a solas vague.
Y mientras llena de placer recorras
tan rica infinidad de novedades,
ya la brisa fugaz que arruga el lago,
ya el vago azul del horizonte amable,
ya la yerba sutil que forma al cerro
un vestido talar de cola grande,
la blanca quinta entre el montón de palmas
y el negro buey que en la colina pace,
yo clavaré mis ojos en tus ojos
y a cada ¡ay Dios! que alborozada exhales,
iré sintiendo retornar al alma
mi ausente dicha y mi ventura errante.
Después te rogaré… pero ¿qué digo?
¡Cómo nos lleva y nos arrastra fácil
al hermoso país del desvarío
la gallarda ilusión, que toda es aire!
No, hermosa, no. La sociedad ordena,
legisladora autorizada y grave,
que no debes romper el noble culto
con que tu sabia y advertida madre
te enseña a amar el femenil decoro.
Ámalo pues, y sin venir al valle,
que yo pretendo visitarlo solo
y en cada flor me volverá tu imagen,
cuando tu aguja y tu lección te pinten
la dicha fiel del que trabaja y sabe,
acuérdate de mí, triste poeta,
que en ti confundo a la mujer y al ángel.
Su alma
Yo podré, cuando a mi anhelo
noble inspiración socorra,
hacer un verso que corra
manso como un arroyuelo.
Puedo en él pintar un cielo
azul, un lago tranquilo,
una selva, fresco asilo
de pajarillos cantores,
sembrando en todo las flores
espléndidas del estilo.
Podré, con arte sutil,
pintar en vago horizonte
doble contorneado monte
como un seno femenil:
un alba dulce de abril
en que parezca brillar
el aire, una ronca mar
que en corvas ondas se mece,
y otras cosas que parece
que no se pueden pintar.
Pero la cosa que ignoro
poder pintar cómo es ella
es el alma pura y bella
de la hermosura que adoro.
Como es tanto su decoro,
su compasión, su ternura,
a veces se me figura
que un ángel debe de ser
que ha bajado a ser mujer
por consolar mi amargura.
¡Oh mi amor! Deja a un artista
que con el reflejo grave
de tu alma casta y suave
su pobre cántico vista.
Deja que al mundo egoísta
pinte con libre pincel
tu alma candorosa y fiel:
deja que cantando así
él no se olvide de ti,
ni yo no me acuerde dél.
En otro tiempo, con frente
en que el pensar se grababa,
yo por el mundo cruzaba
transeúnte indiferente.
Un desengaño inclemente
hirió como daga aguda
mi alma indefensa y desnuda,
y reprimiendo el dolor
iba buscando el amor
impelido por la duda.
Vi dulces y hermosos seres;
y cuando con castos fines
buscábalos serafines
los encontraba mujeres.
Sólo hallé sed de placeres,
vanidad, ternura incasta;
nada del amor que gasta
el corazón en que nace,
que en sí mismo se complace
y que a sí mismo se basta.
Y cuando el alma burlada
dijo, con honda amargura
al amor: ―Tú eres locura,
y a la ilusión: ―Tú eres nada;
llegaste tú, mi adorada,
y cerrando al fin mi herida
te dije, dando salida
al desengaño pasado:
―¡Tú eres mi amor ignorado!,
¡tú eres mi ilusión perdida!
Desde entonces, prenda mía,
la fe que me abandonaba,
como fugitiva esclava
al pensamiento volvía.
Desde aquel próspero día
muerta mi antigua tristeza
pedí amor, pedí belleza
a Dios, poeta grandioso,
en ese poema hermoso
que llaman Naturaleza.
Y vi que el alma sañuda
que asida de su dolor
deja el jardín del amor
por el yermo de la duda,
es sobremanera ruda;
por donde se puede ver
que siempre hay en la mujer
algo puro de los cielos:
que son hermanos gemelos
sentir, amar y creer.
¡Oh!, cuando mi vista vaga
por todo el cuerpo social
y encuentro en él, por mi mal,
alguna asquerosa llaga:
cuando no hay quien deshaga
ni me arranque aquel pesar
de ver la llaga durar,
mancha negra en lino fino,
que primero rasga el lino
que se consiga lavar;
y lanzándome el dolor
de uno en otro devaneo,
en mis adentros no creo
sino sólo lo peor:
¿quién en mi negro interior
vierte luz consoladora
sino tú, mi dulce aurora?
¿Quién me enseña que es felice
más que el rencor que maldice
la resignación que llora?
Pero es menester oír
su voz, angélico ser,
con tan dulce reprender
que parece sonreír;
es necesario sentir,
¡oh hermosa como ninguna!,
cuanta languidez reúna
tu mirar puro y sencillo,
en donde hay algo del brillo
misterioso de la luna.
¡Ay! En aquellos momentos
en que conversando a solas
nos van llevando las olas
de los vagos pensamientos,
colmado de sentimientos
pedí a Dios, meditabundo,
que me llevase a otro mundo
más venturoso y mejor,
en donde fuese el amor
más cándido y más profundo.
Mas ya que vivir en éste
me impone Dios, le bendigo,
porque al fin vivir contigo
ha sido bondad celeste.
¿Qué me importa que denueste
mi ideal filosofía
una mordaz ironía,
si hallo, contra este rigor,
mi gloria que es hoy tu amor,
tu amor que es mi poesía?
Verdad es que a veces pienso
(¡y ésta es mi angustia mayor!)
que aunque te debo un amor
siempre firme y siempre inmenso,
no juzgarás tan intenso
el mío, y que de esto infieres
que somos ingratos seres,
si es así como nos nombres,
nosotros los tristes hombres
con vosotras las mujeres.
Pero esto nace, bien mío,
no de que es mi amor menor,
que mudo es profundo amor
cual mudo es profundo un río;
nace de que mi albedrío
teme entrar en la mar honda
de amor, y que ella me esconda
tanto, que nauta inexperto
me encuentre lejos del puerto
sin vela, timón ni sonda.
Porque ese amor, frenesí
que las entrañas devora,
hoguera atormentadora
que rompe fuera de sí,
no es amor digno de ti
ni digno de mi laúd;
sino el que es placer, salud,
paz, esperanza, consuelo,
apacible como el cielo,
dulce como la virtud.
Amor que ni arruga cejas
ni deja crecer desvelos,
sembrando de bellos celos
y de enamoradas quejas.
Rico de memorias viejas,
que las guarda una por una:
que ríe al ver una cuna,
que al ver una tumba llora,
adorador de la aurora,
bendecidor de la luna.
Que encuentra más poesía,
más placer y más beldad
al campo que a la ciudad
y a la tiniebla que al día.
Que ama la melancolía
sin ir tras la soledad:
que estima la sociedad
detestando su egoísmo:
que va tras del heroísmo
y no tras la vanidad.
Amor que va a la conquista
de lo grande y verdadero,
torciendo el rostro al dinero
y volviéndolo al artista:
que ve en el mundo una lista
de goces castos y buenos
que de vil codicia llenos
los más se dejan atrás;
y en vano buscan los más
el bien que gozan los menos.
Este misterioso amor,
todo dulzura y paciencia,
que es hijo de la inocencia
y es hermano del pudor,
el mundo escarnecedor
sueño, mi bien, lo apellida,
lo mofa y lo dilapida;
pero bien sabes, mi encanto,
que más vale el lloro santo
que la risa descreída.
Quien busca amor y belleza
no hay que le aflija ni asombre,
pues cuando le cansa el hombre
halla la naturaleza.
El que con bestial pereza
levanta un ara dorada
a su codicia malvada,
¿qué espera del egoísmo?
Tras el fastidio, el abismo
de la inexplicable nada.
La fuga de la tórtola
Canción
¡Tórtola mía! Sin estar presa,
hecha a mi cama y hecha a mi mesa,
a un beso ahora y otro después,
¿por qué te has ido? ¿Qué fuga es ésa,
cimarronzuela de rojos pies?
¿Ver hojas verdes solo te incita?
¿El fresco arroyo tu pico invita?
¿Te llama el aire que susurró?
—¡Ay de mi tórtola, mi tortolita,
que al monte ha ido y allá quedó!
Oye mi ruego, que el miedo exhala.
¿De qué te sirve batir el ala
si te amenazan con muerte igual
la astuta liga, la ardiente bala
y el cauto jubo del manigual?
Pero, ¡ay!, tu fuga ya me acredita
que ansías ser libre, pasión bendita
que aunque la lloro la apruebo yo.
—¡Ay de mi tórtola, mi tortolita,
que al monte ha ido y allá quedó!
Si ya no vuelves, ¿a quién confío
mi amor oculto, mi desvarío,
mis ilusiones que vierten miel
cuando me quede mirando al río
y a la alta luna que brilla en él?
Inconsolable, triste y marchita,
me iré muriendo, pues en mi cuita
mi confidenta me abandonó.
—¡Ay de mi tórtola, mi tortolita,
que al monte ha ido y allá quedó!
Foto tomada de UCLV
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