Palabras de Enrique Pérez Díaz, al presentar la obra Hospital para gatos locos, de Mildre Hernández, este miércoles en la 29 Feria Internacional del Libro de La Habana:
Mildre Hernández es famosa en la literatura infantil cubana por su capacidad para provocar asombros y emociones. Su desarrollo literario ha ido en progreso en virtud de su estilo desenfadado y sugerente, de los temas complejos que abordan sus historias y de ese aire tan especial que la distingue cuando, para dirigirse a los lectores (niños o de cualquier edad), el entramado de su narración nos va capturando, entre risas, razonamiento e incertidumbre. Sí, porque este sentimiento viene asociado a toda su producción literaria que ya es abundante y cuenta con los más prestigiosos premios que se confieren en Cuba a tal disciplina.
De sus libros iniciales, que se movían en una poética sencilla y aparentemente tradicional, Mildre ha ido ganando experiencia y la complejidad de su discurso, no solo estilístico sino argumental, se hace mayor, sobre todo por lo diverso del entramado y la polifonía que sus personajes, historias y ambientes consiguen ofrecernos cuando nos llevan a entornos tan originales que solo pueden haber sido concebidos por una mente fuera de serie.
Ya hace tiempo que sus fábulas presentan las realidades de animales que sucumben al mundo humano y su maldad y poco raciocinio.
Si nos vamos a Diario de una vaca o El niño congelado, apreciaremos que sus argumentos apuestan decididamente por el bienestar animal, pero en una segunda lectura el nivel de alegorías a problemas universales, resulta tan poderoso y avasallador como el trepidante ritmo de cada historia.
En el primero de ellos, unas vacas escapan de la vaquería con la pretensión de emigrar a la India donde las de su especie cuentan con todas las garantías por su carácter sagrado. Las peripecias que viven en el largo camino hacia el exilio pueden constituirse como uno de los momentos más hilarantes y rocambolescos de la literatura infanto-juvenil cubana.
El largo viaje hacia la libertad también es el argumento que mueve a los seres de El niño congelado, una avasalladora fábula modernista y citadina sobre una sociedad mecanizada por la opresión y la cosificación de los seres vivos. Con aires lejanos de la película tiempos modernos o del Momo de Michael Ende, Mildre logra conseguir una atmósfera opresiva que nos hechiza y aterra a la vez. Los personajes más perturbados resultan a la postre los más rebeldes y razonables y consiguen evadir la enajenación de una fábrica que a todos aterra.
De alguna manera, esa misma sensación puede producir en el lector un libro como Hospital para gatos locos, publicado por la Editorial Oriente, una de sus obras para niños más recientes, junto a la serie de la niña Cuasi, quien cada año nos sorprende por sus ocurrencias y desplantes hacia el mundo adulto.
En esta novela van apareciendo una serie de caracteres felinos totalmente inadaptados a la sociedad. Con un aire de mofa al mundo normal, Mildre establece una paradoja entre lo posible y lo insólito y, jugando con los más efectivos códigos intertextuales, presenta la historia de unos gatos inadaptados que para sobrevivir van encontrando fórmulas que les permitan atemperar sus relaciones con el entorno en que viven.
Pinceladas sobre el racismo, el maltrato animal, la convencionalidad a la hora de mirar o tratar a un animal y otras lacras van fluyendo de una inquietante historia que se desarrolla en una especie de recinto hospitalario que a veces nos parece más prisión que otra cosa y adentro del cual los gatos avasallados van encontrando resortes psicológicos para sobrevivir a la agobiante realidad de aquel sitio.
Pero los gatos de Mildre son emblemáticas al presentar, todos y cada uno de ellos, una serie de caracteres que, como en los seres de El niño congelado, van en busca del rescate de una identidad perdida que un mundo alienante les arrebató. Cada uno de los personajes opta por enajenarse a su manera, pero esa enajenación es justamente la patente para poder sobrevivir.
El desatino aparente de las situaciones pone en evidencia el mundo contradictorio del hospital, con sus reglas y convenciones y el modo en que los mininos consiguen saltarlas, trascenderlas y sobrevivirlas.
De todas las líneas argumentales que a lo largo de su interesante creación, Mildre Hernández ha aportado al corpus de la literatura cubana para niños (y no tan niños, pues realmente sus relatos y poética no tienen edad) esta es sin duda alguna una en la que se mueve con toda la comodidad de una experta, la creatividad de quien se renueva a sí misma y la forma de comunicar las mayores verdades del modo más alucinante y jocoso. Leerla nunca nos deja indiferente y siempre nos hacer pensar en cuanto nos podrá aportar todavía en su camino futuro como escritora.
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