Sobre una poesía de la que ya he escrito y he encomiado se me pide regresar, con motivo de la publicación de una nueva antología de la obra de su autor. Es Domingo Alfonso, que ahora nos entrega el volumen En busca de la poesía & En piel color tabaco, publicado por Cubaliteraria en 2021 de manera digital. En los últimos diez años han visto la luz varias antologías de toda su lírica, donde los poemas han sido revisados, corregidos y hasta sustituidos unos por otros en el territorio interno de cada libro.
Hallamos la causa de semejante hecho en que Domingo se ha preguntado cómo lo leerá la posteridad, al tiempo que él mismo ha sugerido, con sus selecciones, cómo él quisiera que la posteridad lo leyera. Pese a lo cual algunos ya sabemos cuáles poemas suyos integrarán los volúmenes académicos, por ejemplo, «Después del amor», donde, como bien afirma Roberto Méndez, «el poeta evidencia la capacidad para conjugar lo particular y lo social, e integrarlo en un testimonio existencial, de manera que es capaz de hurtarse al influjo de ciertas crónicas mal versificadas que en esos tiempos algunos querían hacer pasar como ‘poesía comprometida’»:[1]
Esta mujer y yo terminamos.
Ahora, dejando el desorden de las sábanas
hemos mirado por la ventana hacia la calle.
Un poco a la derecha
unos obreros componen una enorme valla
que dice: Todos con boinas rojas a la Plaza de la Revolución.
Ella se vuelve al interior del cuarto de hotel.
Yo miro sus nalgas color de tinta de imprenta.
Siento lo que los hombres normales ante tal espectáculo:
Doy gracias a quien corresponda por encontrarme vivo.
«Poemas del hombre común» —frecuentemente citado por los estudiosos—, «El rostro de Marlon Brando» o «Nacida para el amor». Domingo siempre ha estado ahí, en su lugar de poeta alejado de los cenáculos naturales y orquestados. En los años 90 y principios de los 2000 los poetas de su generación que más se hacían notar, y que el status quo promovía con cierto frenesí, no eran precisamente ni Domingo Alfonso ni Georgina Herrera, cuyas obras han seguido mostrando su sedimento ahora que aquellos conversacionales encumbrados han muerto.
El poeta Domingo sigue aquí, a la espera de un gesto de la crítica o del poder literario que demarca tamices misteriosos y hasta desconocidos. Sus poemas pueden ser acusados de sencillez o simplicidad, pero nunca de ausencia de vibración humana, en los que se canta, de manera natural y asombrada, a un tiempo, al carácter efímero del placer y de la existencia, al clamor vacío de las almas, y asistimos a la dramaticidad de un poco de misterio. Véase sino su poema «La orden»:
Alguien me dice:
márchate,
es la Orden.
¿…Qué más?
Su oculta dimensión
está de pronto clara;
recojo mi equipaje,
mi sonrisa, mi alma,
me voy sin un adiós.[2]
Desfilan ante nuestros ojos breves angustias y angustias hondas, «que se esconden al compás del propio corazón»,[3] como la existencia, en labios de un poeta que siempre va cantando el devenir de una manera más leve o más profunda. Por sus ojos pasa la vida horizontal y verticalmente hablando, viviendo, ensanchada en los otros, y ha conseguido «hacer que su tristeza sea algo más que la lamentación del sentimiento».[4] Pasan estampas condensadas de la infancia.
Esta poesía, directa, cruda y hermosa, atesora variados dramas humanos —y cotidianos, por cotidianos trascendentes— mediante retratos que también pueden ser encontrados en otros miembros de la generación de los años 50, donde describe seres desafortunados, como es el caso del poema «Adolfo»; ancianos que perdieron su mundo, véase en este sentido el texto «Árbol desarraigado»; situaciones determinantes de su vida, como pueden ser el placer o la muerte, entre los que se incluyen los autorretratos «Ese tal vez soy yo», o «Duro, como yo mismo», tan exacto:
Duro, como yo mismo,
el pequeño hombre que me acompaña;
fuerte, inflexible,
lo pesa, lo juzga, lo analiza todo.
Pero a veces me decepciona:
abraza a un niño.
Corta una flor.
Entre ellos destaco igualmente el poema «La joven madre», donde es curioso darse cuenta de que la protagonista del poema no es la madre, sino el hijo que viene con su fuerza arrolladora que todo lo trastoca, aun cuando adivinemos en él alguna huella de nuestra propia sangre. El poeta es capaz de ver esta semilla hecha hombre, con todos los defectos que la condición humana presupone. En este poema el verso «que surge sin cesar de nuestra sangre» es una hermosa imagen que denota toda la carga genética que recibe un hijo de su árbol genealógico, de sus antepasados, que a veces tienen poco que ver con sus padres.
Los exergos que coloca en cada uno de sus libros van dando la medida de la cualidad de su poética, donde se representa «la brevedad de lo que se vive»,[5] «el deseo, el sexo, que es la vida».[6] En su obra curiosamente aparecen también varios poemas con una poética que antes no había advertido, donde declara para quién escribe:
Escribo para esa alma
cuyas pupilas, en medio de la angustia,
leerán despacio mis pobres renglones.
Para este desconocido, con zozobra que veo
tal vez un poco derrotado
—para enseguida poner los pies sobre la vía.
Escribo.
Sus manos recorrerán estas páginas
y esa persona lejana
—acaso una réplica tardía de mí mismo—
será mi justificación.
Sus ojos
recorriendo las letras dispuestas
para él, unas después de las otras
a fin de que descubra
aquello que he buscado
toda mi vida en vano.[7]
Escribo también para las putas,
para ellas (como para las rosas)
Escribo.
Nalgas abiertas, clítoris olorosos, tetas
erizadas por ese fuego
poniendo verticales
las vergas, que entonces,
nada piensan.
Deseo
mezclado en ocasiones con imágenes
de Washington, Máximo Gómez,
Hamilton y Grant.
Mujeres
ultrajadas en el foro abierto
—no están en la pantalla de televisión—
pero anheladas
dentro de la más intima
médula masculina.
Confiesa su idea de lo que es un escritor, alguien «sin dinero ni poder, acaso con algún amigo, (…) un artista intérprete de su propia existencia»;[8] o el poeta, del que está seguro que guarda «parecido con una taza de urinario puesta por un arquitecto a la entrada de un edificio humilde; un poeta es algo para satisfacer necesidades».[9] Recordamos en este sentido otros textos donde nos confiesa que el poema, la poesía, es la vida, y viceversa, la vida es poesía, como en el poema «Manifiesto».[10] Describe su recepción por los seres comunes, como en «Describo mi auditorio».[11] En esta nueva lectura de sus versos descubro el papel de su poesía para recrear la realidad, aunque toma como motivo poético lo cotidiano.
El tema racial en la poética de Domingo se esboza en «Los ríos», como un tipo de conciencia sobre este fenómeno que se escapa, aunque no sea el tema de su poesía:
Los ríos
son largos y tremendos,
como latigazos,
o como serpientes inacabables,
o como las penas de la raza negra,
o como los ríos.
Ahora, en su nuevo libro, se hace presente en la sección «En piel color tabaco» y en el poema de igual nombre:
Do quiera camines
Con tus nalgas, calcetines, y el dolor de muelas
Metido en piel color tabaco.
Aunque olvides el barco negrero,
el látigo y los cien filos que rebajan tu vida
saltarán a tus paredes
Aunque vivas en pasado mañana
alguien te colocará
con sucios letreros
toda la angustia del siglo dieciocho.
queriendo herir tus ojos.
En nuestras largas conversaciones el poeta apuntaba que él es un hombre negro, que incluso se casó con una mujer negra, y que su objetivo en la vida fue estudiar y hacerse persona decente como los hijos de los más bendecidos o beneficiados de la historia y la vida. Pero ahora se ha dado cuenta de que siempre algo avieso e inhumano te va a señalar, y no se puede negar una verdad como un templo.
Mi antología sobre su poesía se conformará de la siguiente manera:
- «La joven madre»
- «Duro, como yo mismo»
- «Poema pop. 1967»
- «Historia de una persona»
- «Elogio del arquitecto»
- «Después del amor»
- «El rostro de Marlon Brando»
- «Uno de mis grandes amores»
- «Nacida para el amor»
- «Hombre mirando hacia el mar»
- «Hombre inclinado»
Como dije en un texto anterior, fue por allá por 1999, durante una memorable visita al golfo de Guacanayabo, cuando lo oímos referirse a sus poemas eróticos de un modo muy peculiar, pues en su lírica abundan textos de marcado tono erótico con elementos románticos y existenciales evidentes: «Ahora voy a leer los poemas que me han dado mala fama». Contrastaba su manera de leer y comportarse y, como dice Enrique Saínz, la jerarquía inusual del sexo en su poética. Si la existencia para el poeta es efímera y a todo lo acompaña un atisbo de muerte,[12] es el amor y la unión de los sexos lo que permite la eclosión que abarca el universo todo en su complejidad, armonía, rapto, flujo y concatenación. Considerado por la crítica académica como el poeta de su generación que incurre en las «notas de mayor desenfado y prosaísmo», Domingo es dueño de una poética forzosamente dramática, recordando a Pavese,[13] porque su mensaje es el encuentro de dos personas —el misterio, la fascinación y la aventura de estos encuentros—, no la confesión de su alma.
Notas:
[1] Roberto Méndez: «Domingo Alfonso traza signos sobre la arena», en Domingo Alfonso: Vida y muerte. Ediciones Unión, La Habana, 2017, p. 17.
[2] Domingo Alfonso: ob. cit., p. 63.
[3] Domingo Alfonso: «Sentados en un café verde», ob. cit., p. 53.
[4] Véase Susan Sontag: Renacida. Diarios tempranos, 1947 -1964. Mondadori, Barcelona, 2011, p. 165.
[5] Francisco de Quevedo.
[6] Luis Cernuda.
[7] «Para esa alma que leerá estos renglones», ob. cit., p. 213.
[8] Domingo Alfonso: «Viejo», ob. cit, p. 238.
[9] Domingo Alfonso: «Elogio del arquitecto», ob. cit, p. 77.
[10] Domingo Alfonso: ob. cit, p. 78.
[11] Domingo Alfonso: ob. cit, p. 79.
[12] Los poemas reflexivos sobre la muerte se vuelven numerosos con el tiempo.
[13] Véase Cesare Pavese: El oficio de vivir. El oficio de poeta. Editorial Bruguera, Barcelona, 1979, p. 250.
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Tomado de La Jiribilla
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