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En una entrevista con Stanley Koehler, William Carlos Williams (W. C. W.) suele reaccionar casi todo el tiempo contra el inglés que se hablaba en Estados Unidos, esto prefigura que entre los años 20 y 30 del pasado siglo, justo cuando seguramente comenzaba a gestarse la formación literaria del autor de Paterson, todavía esa nación —que desde hacía tiempo ya se había dado en llamar Estados Unidos de América— estaba en formación. De guiarnos por William, el idioma que todavía usaba Whitman no era norteamericano sino de Inglaterra. De igual modo Williams se refiere prácticamente al utilizado por T. S. Eliot. Es la forma de hacernos ver —entender, quise decir— la importancia que tiene el lenguaje en la aprobación de una sensibilidad y una cultura y esto, por lo menos, en el poeta que ahora nos ocupa. No hay que olvidar: la lengua, o más bien el lenguaje, es un proceso porque significa rechazo y asimilación. Lenguaje es identidad. Identidad implica resistencia.
Cuando se forma parte de una generación tan sólida como la que le correspondió, lo primero que nos salta a la vista son nombres de la talla de Eliot, Ezra Pound, Wallace Stevens, Marianne Moore, Robert Frost y Amy Lowell, así como los de Edgar Lee Masters y Carl Sandburg. De su entorno, al parecer, Williams sabía y era consciente.
Se dice que fue un poeta imagista, mientras él mismo se consideraba un poeta objetivista, en tanto pareció siempre responder a su célebre frase: «no en las palabras sino en las cosas». Y que en otras traducciones hemos encontrado como «no ideas sino cosas». La sentencia de Pound ya era de por sí sobrecogedora:«no palabras sino cosas». Puede que un reto y una cura todavía hoy —de las tantas que existen pero que nadie oye— contra la palabrería. ¿Dijimos Imagismo? Pues bien, veamos qué preconizaba ya por entonces tal manifiesto.
Imagist manifesto, por Stephen Spender
Emplear el idioma del habla común, pero emplear siempre la palabra exacta y no la decorativa.
Crear nuevos ritmos como la expresión de nuevos estados de ánimos.
Permitir una absoluta libertad en la elección del tema.
Presentar una imagen. No somos una escuela de pintores, pero creemos que los poetas deben expresar particularidades con exactitud y no ocuparse de generalidades vagas.
Producir poesía que es difícil y clara, nunca confusa e indefinida.
Finalmente, la mayoría de nosotros piensa que la concentración es la esencia misma de la poesía.
Y de un movimiento como el Imagismo se dice que tuvo un par de momentos. En Inglaterra uno, donde no encontró arraigo casi, y en los Estados Unidos, donde parece que sí. Y, detrás de todo, el gran Pound, como el gran animador que siempre fue de los poetas que escribían a ambos lados del Atlántico. Incluso de los que, habiendo nacido en un lado trataban de reflejar, o ver reflejado, cuanto se comenzaba a escribir del otro. Frost fue un caso del que Pound se admiraba, aun cuando le dolía que un país como Estados Unidos tuviera que exportar a sus poetas antes de ser conocidos en su propio suelo. Polémicas declaraciones de Ezra en su período londinense.
2
Williams buscó la manera, como todo poeta, de forjarse un destino. Y fue así que trató de vérselas, en materia de oficio, no solo con la distribución de los versos —y el espacio— en medio de la página en blanco —el guiño mallarmeano no digo yo si es claro, aunque sea para eso que, dicho sea de paso, no es poco—, sino que además, y sobre todo, con el lenguaje hablado por el norteamericano de todos los días, donde creyó encontrar la espontaneidad y medida para cuanto quería y necesitaba expresar. Entiéndase la funcionalidad del habla con arreglo a la tangencialidad del verso tan diferente y de manera totalmente opuesta a los presupuestos del Conversacionalismo aquí, en nuestros predios, tan bien enraizados desde los años 60. Primero, igual que en todo movimiento —si es que en verdad llegó a ser un movimiento—, como ganancia, luego como cansancio. Y he aquí por ello, y en el caso de W. C. W., la funcionalidad del habla en concierto con la funcionalidad del verso.
El empleo del ritmo en una lengua como la inglesa puede ser y parece que, de hecho, es determinante, en tanto este —el ritmo—, si se quiere, condiciona la emoción. Veamos:
Esto es solo para decirte
Me he comido las ciruelas que estaban en la heladera Y que tú a lo mejor guardabas para el desayuno Perdóname estuvieron deliciosas tan dulces y tan frías.
Recordemos al Borges que nos interesa, de los tantos que hay y ha habido, Jorge Luis: «La idea de la poesía como un chorro de palabras es una idea del todo errónea, yo creo, una idea falsa. Y además cuando uno ha vivido algo, cuando uno ha sentido algo, en un hombre de letras esto pide una forma». ¿No es lo que hizo e intentó a lo largo de toda su vida el poeta del que aquí ahora tratamos?
Williams sabe reaccionar contra E. E. Cummings y no lo hace mal cuando propone, de una nota colgada en su refrigerador un poema (antes ya citado), en tanto niega que un poema de Cummings, que parece seguir la misma pauta, sea un poema.
3
Sabemos que es difícil encontrar a algún poeta de cualquier tradición que, luego de hacer contacto con su obra, no haya tenido algo que deberle. Paz lo leyó. Paz tradujo a William Carlos Williams. ¿Qué no diremos de los poetas de su propio entorno?
Mi maestro es el gran poeta William Carlos Williams. Él renovó la poesía norteamericana, rompiendo con la retórica tradicional, al escribir versos medidos de acuerdo a la respiración y no al acento. Completó la revolución iniciada por Whitman, pues Williams escribe en versos cortos, al contrario de los versos de gran aliento de Whitman.
Las palabras que ahora acabo de citar no son si no de Allen Ginsberg.
Pero volvamos a Borges cuando refiere que «la idea de la poesía entendida como un chorro de palabras (…) es una idea falsa». Agreguemos nosotros: y no solo ya cuando se trate del verso libre, sino también de las llamadas formas clásicas o metradas.
Por tanto, convengamos en que la poesía de W. C. W. no es una que se diseca en sí misma, tampoco una poesía que parte de sí, de una lateralidad, sino de una latencia. Va a —o puede decirse también que viene de— esa latencia. Verso que cae —y lo hace todo el tiempo—, pero sin desprenderse del corpus al que a la misma vez se atiene en la búsqueda de sentido; se abre en el ritmo, en el espacio justo. Espejo y fondo de un lenguaje —dicción, habría que agregar— probablemente desechado por muchos de sus coterráneos hasta ese entonces. Si bien hasta ese momento ya el terreno había quedado abonado por el mencionado Walt. Tal como en Francia todo vino a ser de otra manera luego de ese nouveau frisson con que Víctor Hugo calificara la irrupción de Baudelaire con Las flores del mal. No hay que olvidar que Eliot, de vuelta al clasicismo, se va a Inglaterra. Quizás nos venga de ahí la queja de W.
William Carlos Williams nació en 1883 y, como tal, tuvo el privilegio de ser nieto de una mujer llamada Emily Dickinson. Murió el 4 de marzo de 1963 víctima de una hemorragia cerebral. Fue, como Gottfried Ben, médico de profesión. Su especialidad fue la pediatría y se cuenta que pudo asistir al nacimiento de unos dos mil niños. Para Gore Vidal es extraño que Williams no conociera la etimología de la palabra «venéreo» que, como todos sabemos proviene de Venus. Williams escribió ensayos y también novelas.
Señoras y señores, ladys and gentlemen: Los que estamos hoy aquí lo leeremos, los que estamos aquí hoy lo disfrutaremos. ¿Dónde si no?
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