La maravillosa palabra de Onelio Jorge Cardoso
Lo conocimos a través de Germán Piniella, compañero de las aulas de Periodismo, que había publicado un cuento (era el primero de aquel grupo de jóvenes escritores donde estaba él, Rogerio Moya, Renato Recio, el que les habla, con las respectivas novias y esposas) y que nos reuníamos en casa de Moya los fines de semana para castigarnos mutuamente con nuestros primeros experimentos literarios. Aquel cuento había llamado la atención de Onelio, y él, generoso como siempre, lo había elogiado en el periódico EI Mundo. Conocerlo fue una de las experiencias deslumbrantes de nuestra incipiente carrera literaria. Conversar con él era una fiesta. No había poses magisteriales, no había distancia ninguna entre nosotros, no nos hablaba desde la altura de un escritor consagrado, sino desde la más íntima cercanía. Y era un caudal de anécdotas que iba contando con su particular sentido del humor, con el tono de un campesino sabio y poeta que ya había llegado al lugar anhelado por todo escritor, y desde ese espacio privilegiado, el de los elegidos por la literatura, nos tendía la mano fraterna y solidaria. En aquellos tiempos —hablo de la década de los sesenta— no eran muchos los escritores que prestaban atención a los balbuceos literarios de los jóvenes que aspiraban a serlo. Onelio fue una excepción. Pertenecía, con plena carta de ciudadanía conversacional y con características muy suyas, al grupito de grandes conversadores de nuestra literatura: Alejo Carpentier, José Antonio Portuondo, Oscar Hurtado, entre otros. De ellos, tal vez fuera el de menor cultura literaria, incluso era evidente que carecía de conocimientos teóricos acerca de las técnicas narrativas, cuya aprehensión, en su caso, se realizaba a través de lecturas y de la propia praxis, pero sobre todo, a través de una extraordinaria sensibilidad artística: la existencia en su obra de piezas perfectas, en las que las técnicas narrativas aparecen empleadas de mano maestra es la prueba más palpable; pero estoy seguro de que en aquel selecto grupo de conversadores, era el de mayor experiencia autóctona, y en él se sintetizaba, de alguna forma, toda la sabiduría ancestral del hombre de campo.
Y ¿qué decir de su obra? Hace veintiséis años, en un texto que escribí para el homenaje que el Instituto Cubano del Libro le ofreció por sus setenta años, dije que Onelio se había ganado un lugar dentro de esa rara especie literaria, tan difícilmente alcanzable por los escritores vivos: la de los clásicos. Y allí intentaba explicar las razones de esa afirmación.
Precisamente hoy, en el libro que tengo el honor de presentar ante ustedes, Un poco más allá (Proyección ético-estética de la cuentística de Onelio Jorge Cardoso), de la escritora, doctora y profesora, de mi hermana Denia García Ronda, están las razones verdaderas, profundas y brillantemente analizadas y escritas, de esa afirmación.
De todos es conocida la extraordinaria labor de investigación, análisis y exégesis que Denia ha realizado con la obra de Onelio durante más de treinta años, y si como ella señala, la producción narrativa del gran cuentista es «el más orgánico y representativo cuerpo cuentístico de la literatura cubana», tendríamos que afirmar que los textos de Denia sobre el Cuentero Mayor son «el más orgánico y representativo cuerpo crítico de la literatura cubana sobre la obra de Onelio Jorge Cardoso». Desde el temprano prólogo a los Cuentos de Onelio, en la edición de la Editorial Arte y Literatura, de 1975, hasta este libro definitivo que hoy ponemos a consideración de los lectores: a mi juicio, la más completa disección, análisis e interpretación de su obra, todo ese corpus crítico nos devuelve al gran cuentista de cuerpo entero. Como explica la autora, a sus trabajos anteriores les faltaba este, que era una deuda por saldar: el estudio general de su obra, «vista tanto en sentido histórico-genético como en las características ideotemáticas y composicionales de cada relato y libro», precisamente el contenido de su tesis del doctorado en Ciencias Filológicas, en 1995. Y esto se aborda y se resuelve en el libro de manera brillante.
Hay momentos de especial profundidad en el manejo del material crítico. A manera de ejemplo puede citarse, dentro del excelente capítulo «Onelio Jorge Cardoso ante la crítica», el análisis que hace Denia de las observaciones de José Rodríguez Feo ―hombre de Orígenes, subraya la autora― acerca de la primera edición de Cuentos completos, de 1962, que constituye un verdadero «descubrimiento», y donde «por primera vez se alude al carácter artístico del personaje de Juan Candela […] y se reconoce explícitamente el carácter universalista de los cuentos de Onelio Jorge Cardoso». Pero lo mismo puede decirse de sus comentarios a los criterios de Reinaldo Arenas y Reynaldo González sobre la ya retórica discusión de la pertenencia o no de Onelio a las filas del criollismo; o de los textos de Mónica Mansur y Renato Prada Oropeza, Eliseo Diego o Jaime Mejía Duque. Otro de los cráteres, es decir, momentos de alta concentración analítica de este importante libro, es el ejemplar acercamiento a ese cuento fundador del sistema ético-estético de Onelio, que es «El cuentero», que Denia ya había realizado en 1995 con la publicación por Letras Cubanas de El cuentero: la otra dimensión, y que ahora retoma en Un poco más allá. Pocas veces he visto un análisis tan lúcido y profundo de un cuento cubano realizado por un crítico cubano. Por otra parte, la clasificación, por razones metodológicas, de la obra de Onelio, que se adopta en el libro, facilita notablemente este exhaustivo estudio de la obra de uno de los grandes cuentistas latinoamericanos de todos los tiempos, a quien yo equiparo con Horacio Quiroga, injustamente olvidado por las nuevas generaciones de narradores cubanos.
No voy, por supuesto, a describir el libro capítulo a capítulo, ni a deshacerme en elogios justamente merecidos para la autora, pero sí quiero subrayar que Denia, que está en posesión de todas las herramientas técnicas, conocimientos narratológicos y lucidez crítica, se ha cuidado de utilizar un lenguaje que, sin rechazar, cuando son imprescindibles, algunas categorías del metier ―ese que ha sido bautizado con el pintoresco término de «metatranca»―, es absolutamente accesible tanto para el lector especializado como para los que buscan en este libro lo que la autora nos ofrece con inusitada riqueza: a través de su obra, la imagen completa de uno de los creadores cubanos más relevantes de los últimos cincuenta años.
No quiero terminar sin leerles un párrafo de Onelio, que es una pequeña joya, y que Denia vuelve a poner, ante mis ojos maravillados, la prueba más palpable de que el Cuentero Mayor era un maestro de las técnicas narrativas que empleaba sin conocer sus definiciones teóricas. El párrafo es de ese cuento, puro realismo mágico, que es «Abrir y cerrar los ojos». Dice el narrador-personaje:
Tiempo en imaginación no es lo mismo que tiempo en realidad, el que se genera de las vueltecitas que da la tierra. Vaya, para no tener mucho que explicar: resulta que cuando usted sale a la mar, en cualquier de sus barcos, usted puede estar un día, dos, diez, y hasta un siglo navegando en un minuto.
¿Se quiere una definición mejor de lo que llamamos «tiempo real o cronológico» y «tiempo psicológico»? En nuestras clases de técnicas narrativas en el Centro Onelio, empleamos la definición que da Mario Vargas Llosa en su libro Cartas a un joven novelista. No tengo que subrayar que esa definición palidece ante la sabia explicación popular, pura poesía, de uno de los cuenteros creados por la maravillosa palabra de Onelio Jorge Cardoso.
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Texto incluido en El libro de las presentaciones, publicado por Editorial Oriente en 2018.
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