Médico, escritor y, a su pesar, caballero del imperio británico. Y no porque un patriota como Sir Arthur Conan Doyle (Edimburgo, 1859-Windlesham, 1930) renegara de su tierra. El título fue fruto de una defensa férrea de la polémica guerra de los Boers, el conflicto en el que participó como sanitario y que enfrentó a Inglaterra con los colonos holandeses en el Sur de África.
Pero, a él, esa defensa que creía una obligación, no le pareció suficiente aval para merecer el honor, por lo que no utilizaba el distintivo al firmar sus libros. Doyle fue el creador del detective más famoso de todos los tiempos y uno de sus detractores: mató a Sherlock Holmes cuando se cansó de él, lo resucitó cuando se lo reclamaron y jamás consideró que este personaje ni su inteligencia hiperlógica fueran su mayor legado. Él prefirió sus novelas históricas, ésas que hoy nadie recuerda.
Sus dotes narrativas fueron fruto de las lecturas de su madre Mary Foley Doyle, que trató, a través de estos relatos, de que su familia escapara de una situación complicada. El padre, Charles Altamond Doyle, un funcionario con aspiraciones y dotes como ilustrador, ahogó sus frustaciones en alcohol y falleció recluido en una institución sanitaria. Pero para Doyle, el padre no fue un borrón en su historial. Sobre él, afirmó: «Él tuvo sus debilidades, como las tenemos todos, pero tenía muchas virtudes».
La madre se encargó de que valores casi caballerescos, más propios de novelas, prevalecieran en los suyos. Los problemas económicos fueron solventados, en parte, por los huéspedes que alquilaban las estancias de su casa. Uno de ellos, el doctor Bryan Waller, al que los historiadores adjudican un romance con la madre del escritor, cuando su marido estaba todavía vivo, ayudó al joven Arthur a escoger sus estudios: sería médico como él y estudiaría en su misma universidad, la de Edimburgo. En la escuela fue popular por su habilidad para los deportes y conoció a un profesor, Joseph Bell, que dicen, inspiró a su legendario personaje.
Antes de obtener el título, a principios de 1880, Conan Doyle se embarcó en un ballenero llamado «The Hope» para ejercer de cirujano. Sustituyó a un amigo suyo y, más que sus virtudes como médico, demostró lo bien que se le daba el boxeo, que consideraba todo un arte.
Un año más tarde consiguió el título y empezaron sus planes para ejercer la medicina. Le faltaban fondos para establecer una consulta y valoró una oferta para volver a embarcarse. Se trataba del «Mayumba», un barco enorme cuyo último destino sería el oeste de África.
Doyle aceptó el trabajo, lo abandonó al poco tiempo y, en contra de la opinión de su madre y de su mentor Bryan Waller, se marchó con su compañero de estudios George T. Budd a Plymouth para ser su socio. Budd era mejor vendedor que doctor, y sus beneficios se debían más a las medicinas que dispensaba a sus pacientes que a sus propias consultas. Doyle no estaba de acuerdo con sus métodos y terminó por establecerse por su cuenta en 1882, en Portsmouth, Inglaterra.
Sus dos esposas
Allí conoció a Louise Hawkins «Toulie», su primera esposa, con la que tuvo dos hijos. En 1887, publica Estudio en escarlata, la primera historia de Holmes. Seis años después, su mujer enferma de tuberculosis y se muda con ella a Suiza para que mejore su salud. Junto a ella prospera su carrera literaria y parece que el matrimonio marcha bien. Vuelven a casa porque echan de menos a su gente y ese mismo año, en 1897, Conan Doyle conoce a Jean Leckie, una amazona, de la que se enamora.
Su mujer no se enterará de la infidelidad pero, tras el fallecimiento de «Toulie» en 1906, el escritor se casa con Jean. Con ella tiene tres hijos y junto a ella acabará sus días en 1930. Al estallar la Primera Guerra Mundial, en 1914, trata de alistarse. Tiene 55 años pero en su carta defiende que es fuerte y tiene una voz audible. Le rechazan, pero él ayuda con la propaganda y con el apoyo de voluntarios civiles desde Reino Unido.
La muerte de uno de sus hijos, Kingsley, por una neumonía que contrajo en la guerra, le hace estrechar su vínculo con los círculos espiritistas, con los que ya había tomado contacto y a los que había defendido públicamente, a pesar de que no todos sus fieles lo aceptaran. Se trataba de una corriente que defendía el contacto con los muertos, la hipnosis y la escritura automática, y de la que fue un miembro activo hasta su fallecimiento. Se convirtió en su principal fin y en el de su familia. Antes de morir, escribió: «El lector juzgará que yo he vivido muchas aventuras. Las mayores y más gloriosas me esperan ahora».
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Tomado de Sherlock Holmes.
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