Loyola fue el primero en intervenir y trazó una amplia panorámica de cómo se ha asumido la música a través de los tiempos. Habló de que la música es un hecho sonoro-acústico que percibimos a través de los sentidos, y que la existencia de este arte rebasa el carácter sensorial y asciende a otras valoraciones que van más allá de la creación y la interpretación para llegar al elevado concepto de pensar la música. Apuntó que pensar el universo sonoro y sus misterios ha sido una constante en el proceso de conocimiento de la más sobresaliente de las manifestaciones artísticas.
Por otra parte, valoró cómo desde la antigüedad el fenómeno musical atrajo la atención de los más grandes pensadores. Dijo que en la antigüedad la música poseía un carácter mítico. Luego en el medioevo era tratada como ciencia, y a partir del renacimiento como arte. Habló también de que los filósofos griegos ya utilizaban en sus fundamentaciones el papel importante de la música en la transformación social. Que Platón sostenía que “la música posee un papel educador propio” y lo extendía a “la función educadora y formadora de los ritmos, las tonalidades y los instrumentos”. Otros como Damon se apoyaban en el concepto del ethos, debido a que “los elementos integrantes de la música ejercen determinada influencia sobre el alma del oyente, por lo tanto, la pueden modelar en diferentes direcciones”. Por otra parte manifestó que Pitágoras, entre varios conceptos, decía que “la música imita los movimientos del alma humana, por eso puede influir en ella”. La música como catarsis para purificar el alma. Explicó que Pitágoras y su Escuela contribuyeron al desarrollo de lo que se denominó la Estética Musical Metafísica, que establecía como uno de sus basamentos que “los elementos sonoros contienen los mismos principios que rigen el cosmos”. De ahí, indicó el maestro, salió la teoría de La armonía de las esferas, y que más adelante, otro representante de la escuela pitagoriana, Filolaos de Crotonia planteó que “la esencia del mundo son los números, y en eso estaba el fundamento de la música y la estética. Así denominaba la Armonía como síntesis de la eternidad y el principio. La Armonía del alma como esencia de los sonidos y la música, decía.
Especificó Loyola que otros pensadores atacaron las teorías de la escuela pitagoriana, tal y como lo reflejaron Epicuro y sus discípulos en su Tratado sobre música, y que para otros como Diomedes el valor de la música se basaba en ofrecer impresiones sensitivas de placer. Aseveró nuestro presentador que en el periodo helenístico, la Armonía fue base esencial de las reflexiones sobre música, convirtiéndose en una figura alegórica, símbolo del orden. Con Platón y Aristóteles se amplió considerablemente el alcance del concepto de armonía, como fundamento esencial, no así con la definición que más tarde se le dio en la conformación de los acordes y que prevalece hoy día. También se le vinculó con las matemáticas como símbolo de las proporciones más perfectas, con la Psicología plasmada en la relación del cuerpo y el alma, con la Ética como significado de la pureza y con la Estética como definición de lo bello.
Subrayó más tarde que en la Edad Media se convirtió en concepto cosmológico, que apareció en la obra de varios teóricos, quienes afirmaban que el mundo está conformado en el modelo de los sonidos armónicos y que el cielo, es decir, el sistema planetario se mueve según el movimiento armónico. Aseveró también que de la antigüedad a la contemporaneidad que nos ofrece las virtudes de la musicoterapia, ha transcurrido un largo tiempo para validar los complejos procesos en el devenir de la música, que más allá de su universalidad, tienen su reflejo en la práctica científica como lo evidencia el desarrollo alcanzado en el estudio del cerebro a partir de avanzadas tecnologías de neuroimágenes vinculadas con la música.
Hoy día es imposible “pensar la música” sin su interrelación con la ciencia, sobre todo aquellas como la filosofía, la sociología (sociología de la música), la psicología (psicología de la música), las ciencias médicas (musicoterapia), la antropología, la conexión con otras artes (teatro y sus modalidades, danza y sus modalidades, artes visuales, el cine y los audiovisuales, así como la literatura), y la teología. Por último, el maestro fue categórico al expresar que el alma del cubano es la música y que el bolero es la miel de la vida.
La insigne intelectual Nancy Morejón disertó sobre la estrecha vinculación que hay entre la poesía y la música, y puso como ejemplo alguno de sus textos más importantes donde la poesía se imbrica con la música de una manera orgánica. Por otra parte declaró que desde su infancia estuvo rodeada de músicos y de orquestas y que ello había influido notablemente en su quehacer creativo.
El autor de este texto, por su parte, ha dedicado gran parte de su vida profesional al trabajo diplomático, lo que le ha posibilitado una relación con la música y los músicos cubanos de visita en otros países y en la propia Isla.
Este no es el único texto del autor referido a la música, hay otros con la misma temática, como por ejemplo el dedicado la destacada cantante Omara
Portuondo y otro referido a la obra de Bola de Nieve.
Oramas con esta obra nos presenta un acercamiento de carácter histórico a la génesis de la cultura musical cubana, a partir de la conquista y colonización y los componentes étnicos que incidieron en la formación de la nacionalidad, donde la música es una de sus máximos exponentes.
En la multiplicidad de tópicos abordados por el autor, no escapan las bondades que el universo sonoro cubano depara al receptor de un arte tan abstracto, cuyos misterios permanecen perennemente provocativos al descubrimiento. Oramas también insiste hasta la saciedad en el concepto de identidad nacional, el cual ha sido estudiado por distintos investigadores y ensayistas a lo largo de nuestra historia, y aún hoy se continúa profundizando como parte de un proceso inacabado.
En fin, espero que disfruten este texto que en su integralidad resulta convincente, necesario y oportuno.
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