Varias veces de jóvenes leímos algunos poemas que podían memorizarse, que eran intensos, alguno de un autor perteneciente a una generación contigua hacia la que nos inclinábamos a buscar y a discernir. Pasaron 20 años para que llegara a mis manos una antología de la obra de Soleida Ríos[1], con muestras de más de siete libros de la autora.[2] De la errancia y la pérdida se alzan textos de los que distingo aún algunos poemas en los que la escritora nos habla de una «verde intemperie, donde sentarse cómodamente, y esperar a que el sol y el sereno la desgasten», o aquel donde la encontramos ‘mirando en cruz’ y se pregunta: «¿El que cruza verá?» A veces hace la fuerza de un estertor, a veces la carga negativa que refleja, pasa por intuición y se rechaza al tiempo que aniquila. Sabe que la intemperie y el amparo del monte se cobija en los muertos. A más de la presencia de un paisaje rural, es muy frecuente en estas creaciones la metáfora del árbol, la prestigiosa.[3] Se destaja en imágenes la metáfora del caos, donde animales, panes y peces se confunden. Sus textos buscan la atmósfera de aquellos lienzos medievales donde todo es sajado y devastado. El caos encuentra en las apariciones su imán figurativo, y en las enumeraciones el imán expresivo. Algunos fragmentos me recuerdan los secretos del arte de disecar animales —el tajo, el grito de horror en la fibra seca—. Percibo en toda esta selección, que su autora con cierto temor llama antología, una imaginación desbocada, marcada acaso por un rictus. Una señal se apaga y se queda en las mentes como único destino. La muerte navega en estas obras, cambia de cara, se le exilia, y regresa en paz, dando la desazón de otro poema. ¿Es la furia quien lleva a la crueldad o la crueldad a la furia? Vuelven los estertores de la pérdida —su fuerza, su contención, su azar inevitable ubican el mundo—. Un erotismo, a veces sutil, otras potente y sugestivo, emana del texto, aunque los personajes sean casi siempre el niño, el adolescente, el indefenso. Se va y se vuelve de una infancia arrasada que, a excepción de varios momentos de efectismo, suma imágenes desgarradoras.
Una inquietud particular me producen las prosas de Fuga, tomadas en su mayoría de El texto sucio.[4] El tono con que se cuenta un sueño es muchas veces el tono de estos textos. En algunos, de cierta recreación narrativa más ambiciosa, el tono se siente impostado, encartonado, ficticio y se mezcla a menudo a un tono de autovigilancia del yo. En ellos se explota reiteradamente un automatismo del cual se espera demasiado. Espacios enrarecidos cobran su poco a este yo lírico obstinado, especie de altura espiritual de las cosas. ¿En estas páginas se abusa de la atmósfera del sueño o del tono que implica narrar un sueño? Estamos en presencia de un texto a medio camino entre la viñeta y el testimonio. No el cuento, quizás el testimonio. No siempre el sueño los libera. A veces los deja presos, a ras de suelo, forzando el azar, el entramado literario o la imaginación. Se confunde el recuerdo, el sueño, el deseo, el instinto. El sueño se monta en otro sueño, lejos del fluir. Parece que una secuencia impide la otra cuando apenas la permite. Quizás el discurso es demasiado vigilado por el deseo, por eso desciende o se mantiene en un tono invariable. En ocasiones el fluir no parece de la vida, sino de la literatura. Es visible el anhelo de romper con los primeros moldes de su escritura: un roce en la abertura postmoderna. Hay «personajes» que se repiten de un texto a otro, de una viñeta a otra, diría más bien hay «obsesiones», camino de obsesiones y saciedad de goces inhibidos.
Alguien te dice: «En los sueños se busca un sentido de la realidad que no se apresa». Y recuerdas a H.D. que pronunciaba: You were awake in a dream. ¿El automatismo facilita o se opone al placer? Se ve a la poeta que entra en la vida, que ha de contar la vida con algo de inseguridad, de automatismo, de monotonía, sí, pero presumo que esto es a veces también el saldo literario, y ahí los ánimos se desvían. Pues lo que importa, según nos dice Wallace Stevens es que el poeta sea fiel a su arte y no «fiel a la vida», sea este sencillo o complejo, violento o apacible.[5] Se cuenta todo el sueño, y me pregunto: ¿Para qué se cuenta todo el sueño? ¿Por qué se cuenta todo el sueño? ¿Hasta qué punto se amalgama con la literatura? ¿El testimonio la sirve o termina traicionándola? Son los riesgos de vivir la imaginación[6] sin los límites o resortes que del lado de acá del espejo brinda y obliga lo literario.
Estas conjeturas marcan mi paso por el libro Fuga, en el que aún recuerdo y privilegio «Última noche de Zamfir», con la potencia de la desgarradura, «Casa» donde me predice con un verso, que se sale para bien de su contexto, que «muchos tienen sus escaleras rígidas», el enigmático «Cercas» o «Un soplo dispersa los límites del hogar» y la zona escasa que recoge del Libro de los Sueños. Soleida nos recuerda con su libro que la imaginación es el poder que nos permite distinguir lo normal en lo anormal, lo opuesto del caos en el caos, aunque siempre tengamos en cuenta que la construcción de la realidad en la literatura supone hablar de las cosas como si uno supiera de ellas algo más y no solo reproducirlas.[7]
[1] Soleida Ríos: Fuga, Ediciones Unión, Colección Contemporáneos, La Habana, 2004.
[2] «El libro de los sueños está entre las exclusiones de esta selección precisamente por su organicidad. Es su lujo de ser lo que le impide mostrarse aquí salvo en unas variaciones («Flujos») que incluyó en su momento en El libro roto. Aquí he privilegiado este último y El texto sucio. De Libro cero apenas el texto que le sirve de preámbulo y solo muy parcialmente recojo poemas de los primeros tres cuadernos», ob. cit., p. 9.
[3] Los niños hace un instante o hace doscientos siglos entraron al jardín con papeles marcados. Se tiran de los árboles. Se tiran.
«Maleva y los niños en el paraíso», p. 35
«cayó el teatro me sujeté de un árbol (Cada ventana tenía un árbol como un barrote un barrote guardián de salvación) Yo me quedé colgando
no había cielo ni mundo solo ese árbol ondulante».
«Flujos», 12, p. 51.
«todo fue un espejismo los árboles no huyeron».
«Un soplo dispersa los límites del hogar», p. 69.
Mis hermanos, besándose y mordiéndose
deliran
Pero no todos besan.
Pero no todos sangran.
Vivieron en un árbol (aún así).
«Casa», p. 19
[4] Soleida Ríos: El texto sucio, Editorial Unión, La Habana, Colección Contemporáneos, 1999.
[5] Wallace Stevens: El hombre con la guitarra azul y otros poemas, Editorial Aldus, México, D.F., 1993, p. 17.
[6] En el libro puede leerse: «Aunque me advierte que alguien ha dicho o se dice o se supone que es malo vivir la imaginación», p. 160.
[7] Véase Wallace Stevens: Ob. cit, p. 17 y Paul Valéry: Notas sobre poesía. Selección y traducción Hugo Gola, Universidad Iberoamericana, Colección Poesía y Poética, México, 1995, p.24.
Visitas: 137
Deja un comentario