Algunas veces olvidamos que antes de llegar a un cuarto escalón debimos pasar por tres y, cuando estamos en la altura deseada, la proclamamos reina del área al alcance de los pies, como si hubiéramos caído de fly en ese espacio. La conquista de las alturas muchas veces la medimos únicamente por el arribo y permanencia en la cima, pese a que esta, en verdad, constituye patrimonio integral del trabajoso y traumático trayecto. Y muchas veces ignoramos que, más allá de ella –y desde ella– otras alturas nos convocan.
La historia de las editoriales cubanas con sede en los territorios provinciales es la de ascensos y conquistas, donde la ruta principal se concreta con los grandes avances, pocas veces empañados por retrocesos, algunos de no poca profundidad, pero siempre superados por la suma de voluntades del sector creativo con las del institucional; partiendo de la más llana planicie hasta ciertas luminosas cumbres, con significativos forcejeos contra la conformidad, es posible describir –y celebrar– la incorporación de valores que definen los itinerarios socioculturales asociados al quehacer de estas casas.
Como se trata de instituciones que partieron de cero hace ya más de treinta años, las metas parciales, a medida que se concretaban las fuimos sintiendo, con engañoso entusiasmo, casi como definitivas. Poder publicar, cobrar derechos, comercializar nuestros libros a través de las librerías, realizar presentaciones en diversos sitios con presencia de público, ser objeto de estudio por la crítica y la academia, formar profesionales de la edición e ir produciendo libros cada vez más competitivos, no son metas menores. Pero a esas realizaciones, en algunos casos, les faltaba el cierre de candado que, además de asegurar lo conseguido, alejara la precariedad del gregarismo y la falta del diálogo constante y sistemático que la relación laboral propicia. Disponer de una sede donde colegiar los diversos proyectos de trabajo que genera la promoción literaria va mucho más allá del factor constructivo. Del pensamiento estratégico colectivo, en ese espacio de concertación, por lo general derivan realizaciones culturales concretas.
No son poco los ejemplos que le aportan fuerza a los razonamientos anteriores: Ediciones Matanzas y Ediciones Vigía; o las Editoriales Ácana, Holguín y La Luz, entre otras, desde sus sedes decorosas e insertadas en la dinámica vital del entorno, marcan diferencia con las que operan en el nomadismo. Su probada eficacia visibiliza notablemente la carencia que aún padecen otras. Y lo lamento sobre todo por aquellos territorios donde operan editoriales de probada profesionalidad y sostenido trabajo. Una sede es foro, pero también es taller de sueños y gerencia cultural.
Mientras fui director de la Editorial Capiro de Villa Clara, entre 1990 y 2004, no tuve una postura muy activa en lo tocante al tema de la sede, aunque algunos intentos fallidos se hicieron. La prioridad era mantener viva la casa editora en las duras condiciones del Período Especial y los primeros años posteriores. Casi todas las provincias estábamos en las mismas condiciones, pero con el paso del tiempo, un grupo de ellas logró hacerse de una buena sede, de manera que Capiro, y otras pocas devinieron excepción al continuar trabajando inmersos en la dispersión de sus especialistas. El 2020, y el aún corriente 2021, años del trigésimo aniversario de la mayoría, pudiera ser un buen entorno para desterrar la carencia.
De momento podría pensarse que no existe, por ningún rincón, la esperanza inmediata de materializar un reclamo de esta naturaleza, dadas las difíciles condiciones económicas en que nos han sumido las más recientes adversidades. Pero tengo la certeza de que en la reorientación u optimización de espacios subutilizados por el propio organismo, con contenidos endebles o disfuncionales, pudiera estar la clave.
Sería sano que no se identificaran estas razones con la petición de una dádiva en pos del confort, sino como la necesidad de un espacio donde pensar cotidianamente en colectivo y generar acciones de intervención comunitaria de mayor calado. Tanto la gestación de libros de interés, para los lectores y el sector intelectual, como en la expansión del diálogo cultural y la animación del centro y las periferias permitiría reasignar el protagonismo de algunos procesos a actores de diversas procedencias. Se trata, en concreto, de una base donde pensar y ejecutar las acciones estratégicas que le devuelvan al libro y la lectura su fuerza movilizadora de conciencia y sensibilidad en un entorno cada vez más necesitado de ello.
El llamado Sistema de Ediciones Territoriales recibió en el año 2000 el sabio espaldarazo de Fidel con una cuantiosa inversión y decisiones logísticas que, entre otras cosas, dotaron a las editoriales de personalidad legal, plantilla, financiamiento, insumos y tecnología Riso, pero la asignación de una sede quedó en el dominio de lo que los territorios dispusieran. Seguramente a algunos nos faltó visión para insistir más ante las autoridades sobre la importancia y utilidad de ese factor. Funcionar como guerrilla dio sus frutos, pero el nuevo momento trajo exigencias de otro tipo y no atenderlas podría resultar de irreversible perjuicio para el sostenimiento a largo plazo de ese imprescindible instrumento de socialización del pensamiento artístico.
No me parece ocioso reiterar que hoy la cultura está llamada a desplegar sus influencias en un entorno duramente amenazado por agresiones que, desde lo simbólico, buscan desmantelar ante los ojos de nuestra población, y del mundo, las esencias humanistas y los esfuerzos culturales de la Revolución. Solo nuestro batallar activo, científicamente concebido, organizado y desplegado a toda bandera, puede disipar con profundidad tamaña amenaza.
Es hora de que esa prioridad cobre cuerpo e ingrese, con categoría de urgente, en las agendas de quienes puedan decidir. Sin sedes, a las editoriales en cuestión quizás les resulte imposible sortear lo fragmentario para emprender la tarea de salvamento que les corresponde, de la misma manera que nuestros admirados científicos, sin los laboratorios adecuados, difícilmente hubieran podido concretar con la rapidez que lo hicieron las vacunas que tantas vidas vienen rescatando de las garras de la Covid 19.
(Santa Clara, 7 de octubre de 2021)
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