L’Art poétique, de Nicolas Boileau-Despreux, presenta, de manera sucinta, el sistema de reglas literarias del primer clasicismo francés. El librillo, publicado en 1674 después de mucho trabajo y pulimiento, surgió al fragor de la primera gran polémica literaria francesa: la querelle des anciens et des modernes, o disputa entre los antiguos y los modernos, que ocupó a los escritores y críticos durante más de treinta años a finales del siglo XVII.
La querelle comienza con una discusión de género: ¿puede lo «maravilloso cristiano» integrarse a los géneros clásicos tales como la épica y la tragedia? Ya italianos como Torquato Tasso habían utilizado diablos, ángeles y otros seres sobrenaturales del cristianismo en sus obras de corte clásico. En Francia, autores como Desmarets de Saint Sorlin, siguieron a los italianos. Desmarets no solo escribió Clovis, una épica cristiana, sino que teorizó sobre la «onda poética del futuro» en su libro Comparaison de la langue et la poésie française avec la langue et la poésie grecques et latines (1570).
En su libro, así como su épica, Desmarets de Saint Sorlin propone la superioridad de la literatura moderna sobre la antigua al argumentar que los modernos representan la madurez del mundo, y la antigüedad, su adolescencia. El librillo de Boileau constituye, pues, la contestación a la propuesta de Desmarets de Saint Sorlin.
L’Art poétique está redactado en versos ordenados en cuatro cantos en los que Boileau pretendió no solo establecer el canon clásico francés para la literatura, sino que pretendió hacer una demostración de sus preceptos en la redacción misma de sus versos. El poema incluye algunos prejuicios y preferencias de Boileau en cuanto a autores, géneros y periodos literarios, pasa juicio sobre varios de sus contemporáneos y establece los requisitos esenciales para la buena escritura. La naturaleza ingeniosa y aforística en que Boileau ha expresado sus preceptiva literaria acusa la intención fuertemente pedagógica del poema: es que Boileau está a la cómoda sombra de los clásicos y desea agradar y educar: sigue la máxima de Horacio de que la poesía debe ser dulce y útil.
De hecho, el saqueo de la Epistula ad Pisones de Horacio no acaba en el bello utilitarismo que Boileau propone. Gran parte de L’Art poétique es apenas una paráfrasis del texto horaciano. Además, en la discusión de la épica y la tragedia, Aristóteles anda por aquí como por su casa, y grande es la deuda de Boileau con el filósofo griego. Veamos primero que propone el texto de Boileau:
En el primer canto de su poema, Boileau, al igual que Horacio en su Epistula, dirige consejos al joven escritor: examina bien tu verdadera aptitud y no erres en tu selección de una carrera literaria; no te dejes engañar por la rima fácil y «seguid pues la razón, y de ella sola / valor y lustre vuestro verso aguarde» de modo que «Todo ceda y se acerque al buen sentido» (p. 1-3); le advierte al joven escritor sobre los peligros del preciosismo y del excesivo ornato literario como cosa superflua, para concluir: «sabrá escribir quien sepa ser conciso» (p. 14) . Aconseja también el rechazo de los modos vulgares como el burlesco, los viciosos juegos de palabras y el doble sentido, y propone, en suma, la búsqueda y factura del «verso sencillo» (p. 15).
Boileau también indica la importancia del verso melifluo y bien metrado. Rechaza el abuso de culteranismos como «pedante orgullo» (p. 17) y recursos de versificación como el encabalgamiento. Advierte que la razón y el discernimiento son fundamentales para la calidad del poema:
Tú, antes que escribas, a pensar aprende: La expresión copia siempre al pensamiento Clara u oscura, como lo es en sí mismo: Lo que bien se concibe, bien se enuncia, Y voluntaria la dicción se ofrece. (p. 18)
L’Art poétique subraya la importancia del dominio del idioma: «El autor más sublime, sin lenguaje, / será en el fondo un escritor maldito» (p. 18). Fundamental para este dominio es el trabajo sosegado y constante en la obra misma. No hay prisa por sacar el poema a la luz: debe trabajarse hasta la perfección y la sencillez en la expresión: «Limar conviene siempre, y pulir mucho» (p. 19). Esta máxima, que Horacio tomó de los primeros versos del libro de Catulo, indica que arte y juicio deben ir de la mano.
Pulimiento y trabajo son esenciales, pues son herramientas de calidad que auspician el «orden», y, precisamente, Boileau propone la obra como una unidad orgánica: «Su lugar propio ocupe cada cosa; / Y al principio y al fin responda el medio; / Y, cual piezas por mano delicada / juntas, un solo todo harán las partes» (p. 19). Este concepto de la obra como unidad orgánica es un claro eco platónico. En su Fedro, Platón propone que «cada logos debe constituirse como un ser vivo, con un cuerpo propio, con cabeza y pies, y con un torso intermedio y con extremidades que estén de acuerdo entre sí y con el todo». Se trata de una unidad vital que va más allá de la coherencia del cuerpo, y se afirma también como una unidad en el efecto que el texto tendrá en su interlocutor. Aristóteles, en su Poética, hace reclamo similar: «Todo lo que es bello, ya sea una criatura viviente o un objeto compuesto de varias partes, no solo debe tener sus partes ordenadas, sino también ser de un tamaño adecuado, ya que la belleza viene junta con el tamaño y el orden» (Lib. 7).
El segundo canto de L’Art poétique constituye un repaso de los géneros poéticos principales, y comentarios de Boileau a cada uno. Gran defensor de la sencillez clásica, Boileau defiende el «estilo simple, ingenuo, y no fastuoso» del idilio (p. 25) y toma como modelos a Teócrito y a Virgilio; la sinceridad del sentimiento de la elegía clásica en boca de Tibulo y Ovidio; de la oda, que «aunque sin freno al parecer delira / hijo es del arte su desorden bello», celebra la fiesta de su lenguaje y el contagio que produce su danza en los que la escuchan. Boileau dedica ponderación al soneto y advierte que Dios «toda licencia prohibió en tal obra». Boileau se lamenta de los excesos que han victimizado a la forma del soneto y su asedio por toda suerte de mediocres, como ha ocurrido también, según él, con la forma del epigrama, que él llama «plaga italiana» y del cual dice:
La ultrajada razón, al fin despierta Le expulsó por jamás del serio estilo Y marcado de infamia en cualquier obra, Le confinó por gracia al epigrama, con tal que el chiste láncese oportuno Del pensamiento y nunca del vocablo. Así se atajó el mal… (p. 31)
Luego Boileau pasa a comentar la sátira, que practica él mismo con bastante éxito, y traza desde Roma su importancia en la promoción de los valores cívicos y morales. Alaba la obra de Lucilio, Horacio, Persio y Juvenal. Concluye el segundo canto con una caracterización del lector francés de sátiras:
Tolera el Lacio impúdicos vocablos; Mas el lector francés ama el decoro: Cualquier sentido obsceno le displace, Cuando la voz no le disfraza honesta: Candor quiere la sátira, y no en voces Desvergonzadas predicar vergüenza. (p. 33)
El tercer canto del poema de Boileau está dedicado a las formas narrativas y dramáticas, siguiendo bastante de cerca la Poética de Aristóteles y la Epistula ad Pisones de Horacio. Comienza con la idea aristotélica de que la imitación en sí es fuente de belleza:
No hay horrible sierpe o monstruo que no pueda
El arte imitador volvernos grato. (p. 37)
Del mismo modo, adopta y promueve la catarsis aristotélica, animada por la compasión y el temor, busca un teatro racional e imitativo que mantenga las tres unidades que Castelvetro, en su traducción de la Poética en el siglo XVI le atribuyó a Aristóteles:
Pero, según razón, sea entre nosotros La acción con arte distribuida, Que en un solo sitio, en un día, un hecho solo Tenga hasta el fin el auditorio atento. (p. 39)
Del mismo modo, repite el esquema de verosimilitud aristotélica, según el cual lo verosímil atañe más a la coherencia de la acción que la veracidad pura. Boileau luego establece la importancia de imitar y explayar los mitos clásicos. Aboga también por la coherencia del personaje, de idoneidad de la relación entre el personaje y su lenguaje y la sinceridad. Allí donde Horacio habla de la conveniencia de recorrer el camino frecuentado de los mitos clásicos y sugiere que solo se recurra a temas nuevos si se tiene talento peculiar para hacerlo, Boileau rechaza toda desviación de dichos mitos y critica duramente la mezcla de formas clásicas con leyendas cristianas, lo que considera una inadmisible mezcla de géneros: «Misterios tan terribles mal se avienen / Con profanos adornos» (p . 46), aunque nota que «cada edad tiene lo suyo, y gustos nuevos» (p. 54). Boileau retoma más adelante la prohibición de la mezcla de género en los siguientes términos:
Mal sufre la Comedia el llanto y pompa
Del trágico dolor: mas no descienda
a mendigar con indecentes modos
De plaza en plaza la plebeya risa. (p. 55)
Asimismo sugiere la imitación de hombres superiores para moldear los héroes del drama y de la épica, y la concisión de la trama de ambas:
¿Quieres siempre agradar, jamás cansando? Elige un héroe a interesarme propio, Así en virtud, como en valor preclaro; Grande aun en sus defectos; en sus obras Siempre digno de gloria: cual fue César Cual Alejandro, o cual Luis, en suma; * * * De héroe vulgar fastidian las proezas. Profusos no os mostraréis en incidentes: La cólera de Aquiles bastó a Homero Para un largo poema… (p. 48)
La épica, a diferencia del drama que nunca debe representar lo monstruoso en sí y sin necesidad, se nutre de la ficción. Según Boileau, el poema épico «todo a la admiración en él conspira / Todo en él toma cuerpo, alma y semblante» (p. 44). Naturalmente, propone como modelos épicos a Homero y, sobre todo, a Virgilio.
Interesantes comentarios hay para la comedia, ya que introduce en la discusión el concepto de naturaleza. Para Boileau, la comedia no es retórica o género, sino representación directa de la naturaleza tal cual es, y no, como establece Aristóteles, la representación de los hombres peores de lo que son. Dice Boileau:
Sigue a Natura con sagaces ojos; Si la cómica palma ansioso anhelas; Estúdiala en el hombre; que si indagas Del corazón los senos escondidos, Sabrás lo que es un pródigo, un avaro, Un honrado, un hipócrita, un celoso, Y alegrando la escena felizmente, Sabrás darles acción, gesto y palabras. (pp. 53-54)
Tan natural es la comedia bien hecha que no constituye retrato ni pintura, sino verdaderas personas.
En el cuarto canto, Boileau retoma el tono pedagógico, recalca la necesidad de reconocer la vocación, la importancia de someterse a la crítica y autocrítica severas, establece una suerte de canon de ética de la praxis poética, rechaza el carrerismo y el lucro, aunque reconoce la necesidad que tiene el escritor de ganarse la vida, e indica que la literatura debe ser sentenciosa, educativa, edificante:
Así, en candentes páginas escrito
El verso dio el saber a los mortales;
Las saludables máximas llevando
A corazón por el suspenso oído. (p. 66)
El poema concluye con una loa a Luis XIV y el mismo tópico de Horacio en su falsa modestia: «Más que apto a producir obras perfectas / a reprobar las malas inclinado» (p. 70).
L’Art poétique constituye, pues, un resumen de las opiniones de Boileau en cuanto a la literatura. Está dirigido no a expertos o «savants» sino a la elite culta de su tiempo. Aconseja a los escritores en ciernes a prestar oído a la vocación, a practicar aquel género para que está mejor dotado, y a privilegiar la razón sobre el estilo, y sobre todo, a complacer al lector. El genio no basta para ser poeta, también hay que desarrollar destrezas y tener gran disciplina de trabajo. Dado que no hay nada nuevo que decir, el giro del lenguaje es esencial. La vocación poética también implica el ejercicio de la amabilidad, la virtud, la sociabilidad y la lealtad a los amigos. Debe trabajarse para la gloria, no para el lucro.
Boileau pronuncia que los grandes géneros deben mantenerse «claros y distintos». A los preceptos de Aristóteles-Castelvetro de unidad de acción, tiempo y lugar, Boileau le añade la unidad de percepción: que el público pueda enfocar su interés en un solo espectáculo. La verosimilitud es más importante que la verdad y, al igual que propone Aristóteles, las convenciones que gobiernan la sociedad política y la urbanidad determinan qué constituye material aceptable para la escena, y qué debe representarse o meramente narrarse. Boileau insiste en la grandeza del carácter del héroe y en la necesidad de dar un tratamiento claro a la falla trágica que ocasiona la caída. El poeta trágico debe presentar los matices que le dan fuerza a sus personajes como individuos a la vez creíbles y reales, y no meramente nociones vagas del autor mismo o una vaga fórmula de heroísmo.
La maravilla de la ficción es la marca de la épica, sujeta a los mitos clásicos. Por lo que rechaza a los poetas épicos italianos como Torquato Tasso que mezclan lo maravilloso cristiano con las formas de la épica clásica. Boileau sustenta, pues, la primacía de los autores antiguos sobre los modernos. Iguala la comedia a la naturaleza, y postula la importancia de la observación para poder captar las diferentes características de los distintos tipos de personas. La comedia, según Boileau, no representa a los hombres peores de lo que son, sino iguales a lo que son.
Boileau cierra su poema disculpándose de ser mejor crítico y escritor satírico, que poeta. Sabiendo eso, ya es mucho su saber.
(Publicado originalmente en 2003)
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Tomado de Bodegón con Teclado
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