Dentro de los poemas de José Martí, de gran variedad métrica y estrófica, organizados en los Cuadernos de apuntes encontramos dos sonetos «de gallardo porte». Ellos son «[Quieren, oh mi dolor…]» y «[Tienes el don, tienes el verso]», ambos, «de dos rimas en los cuartetos, del orden clásico ABBA–ABBA y también muy ceñidos en los tercetos a los viejos moldes, tres de combinación CDC–DCD, y los demás CDE–CDE».[1] Ellos fueron los dos únicos sonetos que escribió nuestro mayor poeta.
En «[Quieren, oh mi dolor…]», cuyo borrador manuscrito aparece en el Cuaderno de apuntes 20 se repite el instinto invocativo para con el dolor que habíamos visto en su temprano poema «[¡Dolor! ¡dolor! Eterna vida mía]», escrito en España. El soneto en cuestión constituye uno de los tantos textos donde se esboza su poética. En este sentido exhibe conexiones con «Académica» de Versos libres. Aquí el dolor es por extensión lo natural, lo brioso, lo hermoso, lo que fluye con la misma cadencia de los fenómenos físicos. El dolor es un atuendo natural del alma:
Quieren, oh mi dolor
que a tu hermosura
de su ornamento natural despoje,
que el árbol pode, que la flor deshoje,
que haga al manto viril broche y cintura:
Quieren que al verso arrebatado
en dura Cárcel sonante y apretada aherroje,
cual la espiga deshecha en alta troje
o en el tosco lagar la vid madura.
¡No, vive Dios! La cómica alquilada
el paso ensaye, y el sollozo en donde,
betunosa la faz, gime e implora: —
El gran dolor, el alma desolada,
ni con carmín su lividez esconde
ni se trenza el cabello cuando llora.
En el poema la manifestación del pensamiento analógico ocurre a nivel de la metáfora. Se le buscan, como decíamos, atributos que reproduzcan la esencia del dolor. Presenciamos la batalla del poeta por imponer una nueva forma del verso. Ese «verso arrebatado» es condición que atesoran sus Versos libres, que se encontraban en pleno proceso de composición por aquella época. Percibimos su voluntad de experimentación, su alarde de virtuosismo: el canto a la libertad del verso también en exigentes metros. Para describir la poesía al uso, la poesía que se guiaba por estrechos moldes utiliza una y otra vez en todo el poema imágenes que dan sentido de opresión. En el texto se establece una correspondencia entre el dolor y la naturaleza y, paralelamente, un nexo entre el vestuario, el atuendo femenino: «carmín», trenzar el cabello[2] —lo no libre, lo apretado, lo preso, lo innatural—, los afeites y lo falso.[3] Todos, innecesarios para la verdadera poesía.
Vuelve a ser sumamente sintomático un apunte de Martí en el Cuaderno 20, cercano al soneto comentado, que reproduce el rechazo martiano por la poesía al uso:
(…) esos poemas de aguamiel, poemitas de cerebros tullidos, inflados, estúpidos, compuestos, pujados, barnizados, que la gente común admira, y los críticos que están en edad de merecer ponen por sobre su cabeza, en espera de que el poeta de fama se eche al hombro en premio a sus encumbradores y suba por el cielo la vanagloria de ambos, en copas de alabanza, en estrofas peinadas de sus versos.
En el soneto objeto de nuestro análisis, curiosamente recogido por Rafael Esténger en el libro Cien de las mejores poesías cubanas (Lima, 1959) emerge la idea del «verso natural», esencial en su poética: «Contra el verso retórico y ornado/ El verso natural»,[4] y su rebeldía contra las cárceles métricas, ideotemáticas y estróficas a que estaba sometida la poesía por época. Poesía ampulosa y atada en demasía a los moldes tradicionales. Paradójicamente el soneto es «la exaltación rimada de su verso libre».[5] Al rechazar la poesía anquilosada de su época Martí también advierte que: el panorama artístico de su época es de «reenquiciamiento y remolde, de incubación y rebrote en que, perdidos los antiguos quicios, andamos como a tientas en busca de los nuevos (…) es preciso derribar y fundar». Ada Teja afirma que esta búsqueda de lo fundacional es el eje de toda su obra, literaria y política. El criterio con que Martí se acerca al arte reside en ver en qué medida este mejora al hombre y lo ayuda a construirse a sí mismo, en lo personal y lo colectivo. Él juzga su época de forma crítica y, junto al encomio por el arte europeo, presenta una poesía española contemporánea vacía, «retórica y ornada», la francesa y la inglesa permeadas del mal du siècle y decadentismo, y una literatura poco cuajada.
En este campo Martí señala la contradicción entre el arte hueco y decadente de los modelos que era tradición imitar y la necesidad de América de realizar un arte robusto, ceñido a lo nacional con todas sus problemáticas y, a la vez, abierto a las aspiraciones de libertad y universalidad del hombre, un arte que vigorice y funde la nacionalidad americana.[6] «[Tienes el don, tienes el verso…]», cuyo original, fechado el 7 de mayo —sin año—, también puede encontrarse en el Cuaderno de apuntes 20 es una especie de autorretrato del poeta donde encontramos como preocupación latente a la escritura. Resaltan algunas de las ideas de Martí sobre el dolor y sus preceptos éticos en torno a él, tales como el principio de que la queja prostituye al carácter y el dolor está mejor donde no se lo ve, temas recurrentes en su obra literaria en general.[7] Cobra independencia del resto un verso tan rotundo como: «Viva mi nombre oscuro y en reposo», considerado como una de sus «audacias de la pasión»[8] en estos poemas. El poema que analizamos ha sido considerado por la crítica como de «acento formidablemente nuevo» para la época, «que es para gustar despacio: poesía que deja atrás al romanticismo sentimental y vano para ofrecer una amplia zona de posibilidades expresivas la idea del “verso natural”». La yuxtaposición entre las dos estrofas del poema y la afirmación rotunda del final permiten elevarlo a otro plano, a un plano trascendente. Una vez más lo analógico es un elemento recurrente.
[1] Juan Marinello, «La almohada de piedra: los “Versos libres” y las “Flores del destierro”», en José Martí. Ediciones Júcar, Madrid, 1972, p. 187.
[2] Existen coincidencias entre los textos «[Quieren, oh mi dolor…]» y «[La poesía es sagrada]» (Poesía Completa, E. C., T. I, p. 166) este último de Versos libres. En ambos poemas Martí utiliza, para referirse a la poesía artificiosa la imagen de los cabellos trenzados (lo no libre, lo innatural):
«[Quieren, oh mi dolor]»
El gran dolor, el alma desolada,
ni con Carmín su lividez esconde,
ni se trenza el cabello cuando llora.
En «[La poesía es sagrada]» al negar que la poesía sea tomada como una «esclava infeliz que el llanto enjuga/ Para acudir a su inclemente dueña», dirá:
Con desmayadas manos el cabello
peinará a su señora […]
le apretará las trenzas.
Hay insistencia en dicho recurso para denotar lo inauténtico.
[3] En el soneto se utilizan varios emblemas de lo falso: la cómica —además, alquilada—; el acto de ensayar; sollozar, gemir, implorar, actos de debilidad y el maquillaje del rostro.
[4] Ver el poema «[Contra el verso retórico y ornado]» de Versos libres.
[5] Ángel Augier, «Martí poeta y su influencia innovadora en la poesía de América» en Acción y Poesía en José Martí. Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1982, p. 221.
[6] Ada Teja, Ob. Cit., p. 15.
[7] Entre los muchos ejemplos que reflejan esta idea hemos decidido ilustrar con uno de sus poemas de madurez, «He vivido: me he muerto»:
Quejarme, no me quejo: que es de lacayos
quejarse, y de mujeres,
y de aprendices de la trova.
Poesía Completa E. C. t. I, p. 92.
Y otro ejemplo excelentísimo, de su prosa: «El pudor del dolor es el Silencio». «Fragmentos del Discurso pronunciado en el Sepelio del Poeta Alfredo Torroella», en Obras Completas, T. 19, p. 405, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1991.
[8] Fina García Marruz. «Los versos de Martí» en Temas Martianos, 1ra. serie, Biblioteca Nacional José Martí, La Habana, 1969, p. 244. Ob. Cit., p. 245.
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