En ocasión de la XIII Feria Internacional del Libro de La Habana (2004), en la que se rindió homenaje a la cultura de Alemania, la Editorial Arte y Literatura publicó varias obras literarias de aquel país: dos antologías poéticas, seis periolibros que incluyen teatro, narrativa y poesía de diversas épocas, y tres novelas contemporáneas: Medea, de Christa Wolf; A paso de cangrejo, de Günter Grass, y El árbol de las serpientes, de Uwe Timm. Dos de esos autores eran conocidos en Cuba: la misma Editorial Arte y Literatura había publicado, de Wolf, Cielo dividido (1971) y Casandra (1990); y de Grass, en traducción del cubano Jorge Pomar Montalvo, El tambor de hojalata (1989).
El otro autor, Uwe Timm (Hamburgo, 1940), se publicaba por primera vez en nuestro país. Timm estudió filosofía y germanística en Múnich y París, fue profesor en varias universidades alemanas y es miembro de la Academia Alemana de Lengua y Literatura de Darmstadt, del PEN club alemán y de la Academia de las Artes. Ha recibido numerosos premios literarios, y su obra narrativa abarca desde novelas históricas hasta libros para niños y jóvenes.
El árbol de las serpientes fue traducido para la edición cubana por José Aníbal Campos (La Habana, 1965). Me correspondió «de oficio» revisar su trabajo contra el original –yo entonces laboraba como traductora y revisora para el Instituto Cubano del Libro–, y puedo dar fe de la excelencia de su versión al español.
Hace algún tiempo una investigadora canadiense me preguntaba sobre los motivos para que se editara en Cuba una o otra obra traducida. Como indagar en esos motivos requeriría una investigación per se, aventuré como respuesta mi suposición de que tal vez alguno de los profesionales vinculados con las editoriales cubanas en el momento de la publicación, pudiera haber recomendado obras que le parecieran dignas de divulgarse en el país, como ocurrió en su tiempo con la presencia de Alejo Carpentier en la Imprenta Nacional de Cuba y el ICL, y más modestamente, con las traducciones que hemos propuesto otros colegas y quien esto escribe. En el caso de El árbol de las serpientes, cabe la posibilidad de que en la selección influyera de algún modo Aníbal, quien además de estar bien informado sobre la literatura en lengua alemana, conocía personalmente a Timm y a su esposa Dagmar Ploetz, traductora al alemán de Gabriel García Márquez.
La novela cuenta la historia del ingeniero Wagner, cuya vida tranquila y sin sobresaltos le hace desear nuevos horizontes y aventuras.
A veces, los sábados por la mañana, cuando el ruido de la segadora en el jardín vecino lo despertaba, y mientras Susann, a pesar del ruido, seguía durmiendo a su lado con la cabeza hundida en la almohada, emitiendo ligeros ronquidos burbujeantes, entonces sentía el deseo, tanto más apremiante por impreciso, de que todo fuera diferente.* (p. 78)
Hastiado de una rutina que se le va haciendo más y más intolerable, el ingeniero deja en Alemania a su mujer y su hijo para asumir la que cree una ventajosa oferta de trabajo: dirigirá la construcción de una fábrica de papel en medio de la selva, en una remota provincia de Argentina. Pero allí imperan en esos momentos la represión y la violencia impuestas por la dictadura militar. Wagner no ha sopesado el riesgo que semejante situación implica, incluso para un extranjero como él. Esa primera equivocación es solo el inicio de una serie de descalabros: poco después de arribar a su destino en Sudamérica, Wagner atropella con su carro a una serpiente que es sagrada para los indígenas del lugar, y según la superstición de estos, al hacerlo atrae hacia sí la mala suerte; ofende a los trabajadores al meter las manos en su comida; no sabe cómo resolver los problemas de corrupción e ilegalidad en la construcción que ha venido a dirigir.
Para Wagner se trataba de un enredo insoluble, una angustiosa e irrazonable mezcla de violencia, de intereses sinceros y ocultos, entrelazados unos con otros e ignorados por él. ¿Cómo se dio el encargo de la obra? ¿Por qué esos dictámenes del suelo que no coincidían con el terreno? ¿Quién ponía el capital? ¿Quién era el dueño de este terreno? ¿Y quién el dueño del terreno anterior? ¿De dónde provenían los créditos?*(pp. 198-199)
Como el músico protagonista de Los pasos perdidos de Alejo Carpentier, Wagner se ha adentrado en un mundo que lo desconcierta y supera:
…solamente el intento por ver todas las variedades de forma y tonalidad de las hojas lo sumía en una gran confusión, y llegó a pensar en la pobreza del lenguaje para denominar y captar incluso este verdor que se precipitaba hacia lo alto devorando la luz. En cierta ocasión había leído sobre una tribu de indios del Amazonas que poseía más de doscientas palabras para definir el verde.*(p. 272)
Y como el músico de Carpentier,Wagner fracasará a pesar de sus buenas intenciones, y esto no por la condición –común a ambos personajes– de diferente o extranjero, sino por la incapacidad de adaptarse a la realidad-otra.
–Ese es el sur –dijo Wagner señalando hacia el sol.
–No, el norte –respondió el hombre.
Con un gesto de la mano Wagner dibujó en el aire el recorrido del sol.
–No –rectificó el hombre trazando otra línea.
Sólo entonces Wagner comprendió que aquí estaba observando el sol desde otro ángulo. Tendría que invertir su manera de pensar.*(p.20)
Con Luisa, su joven profesora de español, inicia un romance que le despertará ilusiones impensadas, pero esa relación se convierte en factor de conflicto, porque la joven está involucrada en la lucha contra la dictadura. Un día Luisa desaparece como tantos, como antes desapareciera Juan, el trabajador que ejercía funciones de traductor, con quien el ingeniero había llegado a entablar amistad. Wagner busca infructuosamente a la muchacha hasta que él mismo es detenido e interrogado por la policía, y puesto luego en libertad gracias a «altas influencias». Después se queda solo, abrumado por la fiebre, desorientado en medio de la oscuridad, recordando las visiones apocalípticas comentadas por su cocinera Sofía.
La lluvia cae compacta y regular. Se propone ya entrar en la casa cuando la luz se apaga de nuevo, y la colina se sumerge en una negrura aún más profunda. Wagner se detiene y escucha. Hay silencio, un silencio abismal. Sin disparos, sin gritos, también los animales han callado, como si el mundo contuviera el aliento.* (p. 325)
¿Final abierto, o desastre final? Más bien lo segundo. Me apena –y tal vez les suceda lo mismo a otros lectores– que no haya una segunda oportunidad para este personaje honesto y sensible, viajero en busca de cambio, Ulises extraviado en tierra ajena, sin regreso ni dioses que lo amparen en su soledad. Derrotado.
Pero la derrota de Wagner es inevitable porque no es solo la suya propia, sino al mismo tiempo la de una mentalidad neocolonial que lo condiciona sin que él sea consciente de que eso ocurre: la de quienes pretenden ser «portadores de civilización», ignorando la cultura y los valores autóctonos de unos países que necesitan encontrar sus propias vías de desarrollo, desde dentro. Un tema que no pierde actualidad ni interés para los lectores en Cuba y en América Latina.
*Uwe Timm, El árbol de las serpientes. Traducción de José Aníbal Campos. Editorial Arte y Literatura, La Habana, 2003.
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