
Cuando en la universidad recibíamos la asignatura de Literatura latinoamericana, el profesor Ricardo —un joven hermoso y culto— nos despertó esa voracidad por leer, por leer de verdad, a los escritores del boom. En una librería de libros usados, frente al parque Vidal en Santa Clara, encontré un ejemplar de La ciudad y los perros. Una edición española de 1985. Ya estaba así, como lo conservo hasta hoy: la cubierta carcomida por una esquina, el lomo comenzando a desprenderse, y adentro, aunque las polillas habían dejado su huella, no habían conseguido devorar ni una palabra de Mario Vargas Llosa.
Tiene una dedicatoria que no es suya, sino de quienes lo regalaron: «Deseamos que te guste, Paco, José y Elena». No dice a quién iba dirigido. Queda el misterio. ¿Quiénes serían Paco, José y Elena? ¿Qué lleva a una persona a desprenderse de un libro como este? Pero gracias a ese acto de desprendimiento, llegó a mí.
Grabé en mi memoria su último diálogo:
—Yo soy tu amigo —dijo el Jaguar—. Avísame si puedo ayudarte en algo.
—Sí puedes —dijo el Flaco—. Págame estas copas. No tengo ni un cobre.
Yo tampoco tengo ni un cobre, pero tengo este libro. Y los recuerdos alrededor de él. Y las historias dentro de él. Y las tormentas que desató su autor por atreverse a pensar y vivir con coherencia.
Ayer falleció Mario Vargas Llosa en Lima. La noticia no resulta indiferente: se va un genio de la escritura. Y por una de esas coincidencias que sólo parecen posibles en el mundo de la literatura —donde el azar también escribe—, hoy, por mi oficio, en la sede de la Oficina del Historiador de la Ciudad de Camagüey he conocido al embajador del Perú en Cuba. Acaba de inaugurar en Camagüey una exposición con reproducciones del cronista indígena Felipe Guamán Poma de Ayala, autor de un manuscrito ilustrado enviado al Rey Felipe III hacia 1615. Se presume que tenía ochenta años cuando lo entregó, lo que sitúa su nacimiento poco después de la conquista del Perú.
Conversamos sobre Vargas Llosa. Ante el comentario de que muchos cubanos están conmovidos por su muerte, el excelentísimo señor Gonzalo Guillén me dijo:
Hoy día en Perú ha sido declarado duelo nacional. La familia, Patricia Vargas Llosa y los tres hijos han decidido que todo se mantenga en el más absoluto respeto, de intimidad, de tranquilidad… pero sí, se ha declarado duelo.
En Perú es una pérdida enorme porque Vargas Llosa supo congregar, por y en contra, a muchos peruanos. Uno podía estar de acuerdo o en desacuerdo con él, pero nadie puede negar su obra, una enorme obra, y la coherencia consigo mismo. Fue muy coherente consigo mismo, que siempre trató de defender en lo que él creía.
Ha dejado una obra inmensa y la gran tristeza, hoy lo comentaba con mis colegas latinoamericanos, es que fue el último del boom que se nos va. De esos cuatro grandes que fueron Cortázar, Fuentes, García Márquez y él. No dudo que sigue habiendo grandes escritores, pero esa generación fue absolutamente brillante. Es una pena enorme, y creo que debe serlo para toda la región. Porque nos representó a toda la región.
Casualmente, también ayer se clausuraba en Camagüey el primer Coloquio Nacional Orgullo de Ser Cubano, donde el director de la revista Revolución y Cultura, Enrique Ubieta, presentó el número especial de 2024. Mencionó allí un artículo dedicado a Mario Vargas Llosa. En ese texto se recuerda que su primer viaje a Cuba fue en 1962, y que en 1965 regresó como jurado del Premio Casa de las Américas. Para entonces, su primera novela La ciudad y los perros ya circulaba en la isla gracias a una edición de Seix Barral. Cuba también lo leyó, lo celebró, y luego lo debatió, como se debate todo lo que importa.
Recuerdo también mi primer viaje a España. Entre los pequeños recuerdos que llevaba para regalar, entregué un tinajón con motivos arquitectónicos de Camagüey a una peruana que me acogió en su hogar madrileño. Ana me abrazó conmovida. Aquel objeto de arcilla la remitió con ternura a su tierra natal. Me conmovió también a mí esa forma tan sencilla de invocar la pertenencia.
Y eso es lo que hacen ciertos libros, ciertos autores, ciertos días: nos devuelven al centro de lo que somos. Aunque tengamos el lomo suelto, aunque nos haya mordido el tiempo por una esquina, mientras una sola línea quede intacta, algo sigue hablándonos.
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Tomado del periódico Adelante
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