Nuestra isla ha sido pródiga en educadores, desde el padre José Agustín, pasando por aquellos que, sin serlos por formación, lo fueron por el espíritu: los alfabetizadores, que en el año 1961 cumplieron la misión de enseñar en los más apartados rincones de la isla, hasta los que hoy, en otras tierras, incluso de habla no española, aplican el plan «Yo sí puedo». A ese grupo de educadores pertenecen Miguel de Carrión y Serafín Pro. El primero fue maestro de Enseñanza primaria a su regreso del exilio en los Estados Unidos, después se hizo médico y, finalmente, se convirtió en uno de los novelistas más relevantes de la primera generación republicana; y luego en 1903, junto a Serafín Pro —pionero en la fundación de agrupaciones corales—, fundaron y dirigieron la revista Cuba Pedagógica, subtitulada «Revista de orientación educacional». Más tarde, cuando estos pasaron a ocuparse de otros asuntos, fungieron como tales figuras Félix Callejas, profesor de Gramática en la Escuela Normal de Maestros, quien ocupó importantes cargos en la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes y fundó en 1904 una revista dedicada a los niños: La Edad de Oro; Ramiro Guerra, quien desde 1900 prestó servicios en la Enseñanza pública en su natal Batabanó y redactó libros de lectura para la Enseñanza primaria. Además, le cupo el honor de fundar la primera Escuela de Comercio de La Habana y de fungir como profesor de su universidad. Después se convertiría en un importante historiador, con obras hoy clásicas sobre nuestra historia como su fundamental Azúcar y población en Las Antillas; y Arturo Montori, pedagogo, precursor de la llamada «Escuela nueva» e impulsor de la enseñanza laica, además de novelista. Entre sus redactores hubo también notables figuras de la pedagogía cubana como Alfredo M. Aguayo.
Estos y otros nombres se vincularon a Cuba Pedagógica a lo largo de su existencia, prolongada, al parecer, hasta mayo de 1922, y dieron a sus páginas, junto con un notable grupo de colaboradores como Enrique José Varona, Manuel Márquez Sterling, Juan M. Dihigo, Gonzalo Aróstegui, Dolores Borrero, Aurelia Castillo de González y Federico Uhrbach, estos dos últimos destacadas figuras vinculadas también a la poesía. La publicación no siempre contó con recursos financieros y a ello se debe la variación en su salida: quincenal, mensual, trimestral, pero siempre orientada a la publicación de materiales relacionados con la instrucción escolar y con métodos pedagógicos de enseñanza, entre otros recursos útiles para la enseñanza de alumnos primarios, y también insertaron cuentos, poemas, discursos literarios y lecturas dedicadas a los niños, aunque en los números finales redujeron sus propósitos, pues solo aparecen programas educacionales, índices académicos y sistemas evaluativos, lo cual evidencia que la publicación se fue alejando de cuestiones literarias para convertirse en una revista de carácter técnico, pero mientras mantuvo sus vínculos con la literatura algunas de las personalidades antes citadas colaboraron en sus páginas dando a conocer composiciones en verso, como Aurelia Castillo de González, autora de un conjunto de fábulas algunas de las cuales fueron incluidas en libros de textos para la Enseñanza primaria, como «El ruiseñor y el loro», que hemos visto reproducida más de una vez al repasar las páginas de esta revista:
En casa de un famoso pajarero
un lance vi que referirte quiero,
porque algo provechoso me ha enseñado,
como verás después, lector amado.
Olvidando que estaba entre prisiones,
cantó un mirlo con suaves inflexiones;
que así los males la inocencia olvida
y su candor feliz presta a la vida.
Al terminar los ecos peregrinos,
de aprobación se oyeron dulces trinos,
y exagerando la alabanza un loro,
—¡Magnífico! —exclamó—, ¡qué pico de oro!—.
Poco después un cuervo macilento
sus lúgubres graznidos lanzó al viento,
y de las aves todas solo el loro:
—¡Soberbio! —prorrumpió—, ¡qué pico de oro!—.
Luego del ruiseñor la voz divina
al silencioso público fascina,
cuando del loro el entusiasmo estalla
exclamando: ¡Qué pico…! —¡Calla, calla!—
le dice el aplaudido con premura,
¡Reserva para el cuervo esa figura!—.
Y todos los presentes en un coro
a guisa de sermón dicen al loro:
—Alabanza que a todos se prodigan,
ni nada valen, ni a ninguno obliga.
De esta reconocida poetisa, la figura más activa y destacada de las letras cubanas de la década del 90 del siglo XIX, también se incluyeron otras fábulas, como «El grillo y la oruga» y «El reloj y la campana».
Federico Uhrbach, quien junto con su hermano Carlos Pío —caído en la manigua insurrecta—, forma uno de los binomios más atractivos de la literatura cubana de sabor modernista, muy vinculado amorosamente, el segundo, a la figura de la «adolescente atormentada» Juana Borrero, dio a Cuba Pedagógica algunas composiciones poéticas de intención didáctica, posiblemente escritas con la intención de que encajaran en sus páginas, pues ese no fue el tono que caracterizó su poesía, de matices más bien melancólicos.
Como otras tantas revistas de esta intención, o no, que surgieron por esos años, Cuba Pedagógica, carente de apoyo oficial, no pudo continuar publicándose y, al parecer, cesó en la fecha señalada, pero sus páginas son una fervorosa defensa en pro de una educación de avanzada y regida por el espíritu de ennoblecer la enseñanza.
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