Jean de La Fontaine (Château-Thierry, Aisne, 8 de julio de 1621-París, 13 de abril de 1695) fue un fabulista francés. Sus cuentos y novelas están inspirados por Ariosto, Boccaccio, François Rabelais y Margarita de Navarra. También es autor de Cuentos Galantes (libertinos) que fueron adaptados al cine por Benazeraf. Sus fábulas fueron publicadas en múltiples ediciones ilustradas. A mediados del siglo XVIII, se lanzó una edición en varios tomos.
Sor Juana
Parió sor Juana, en sazón, Y muy contrita, ayunaba, Y siempre rezando estaba, Con sin igual devoción. «Ved, dijo en cierta ocasión La abadesa, muy ufana, Ved cómo vive sor Juana, Seguid su conducta bella». Y las monjas, bajo el manto, Dijeron a esta querella: «Viviremos como ella, Cuando hagamos otro tanto».
El glotón
Para su cena, un glotón, Ordena que con presteza Le sirvan un esturión. Exceptuando la cabeza Le come, enferma, le dan Cien lavativas copiosas, Y le dicen, con afán. Que ponga en orden sus cosas. «Amigos, dijo el glotón, Tenéis sobrada razón, Y puesto que he de morir, Haced que sin dilación Me puedan aquí servir El resto de mi esturión».
La ternera perdida
Perdió un hombre del campo una ternera, Y fue a buscarla al bosque más cercano, Do se subió a la copa de una higuera Para ver a lo lejos, en el llano. Llegó en esto una dama y un mancebo Que amantes navegaban en conserva, Y de la higuera al pie —decirlo debo— se tendieron los dos sobre la yerba. Sólo hablaban las manos y los ojos, Cuando el doncel, parando la recreo, Exclamó en el ardor de sus antojos: «¡Qué veo, Señor mi Dios, y qué no veo!». Y al oír esto, gritóle el aldeano Que observaba en la copa de la higuera: «El que ve tantas cosas, Mi hermano, ¿No ve por esa selva una ternera?».
El amor mojado otra imitación de Anacreonte
Acostado blandamente Estaba, en sueño sumido, Durmiendo tranquilamente, Cuando un nimio, diligente Metió en mi puerta ruido. Llovía mucho, la tormenta Era grande, el tiempo crudo. «Abrid, que estoy desnudo, Y es la tempestad violenta». Yo, bueno y caritativo, Abrí el humilde encañado De la choza donde vivo Al pobre niño arreciado, Que entró temblando y calado. «¿Cómo te llamas?» ansioso Le pregunté, y él me dijo: «Espera y no seas curioso, Lo que urge, si bien colijo, Es secarme, presuroso». Encendí lumbre. Él miraba Si el agua no había empañado Un arco, que me inquietaba. Mas, me acerqué y con cuidados Calentándole, pensaba: ¿Por qué este temor cobarde? Es blanco como el armiño, Sereno como la tarde Cuando de Julio el sol arde. ¡Qué puede hacer, si es un niño!». Él, entre tanto, sin pena Sacudió el blanco ropón, Y mesando su melena, Tomó un dardo y con fruición Me lo lanzó al corazón. «Acepta el dardo, buen hombre, Acuérdate de tu amada Y del amor, que es mi nombre. —¡Ay! Por aquista jugada, Conozco tu alma taimada. ¡Ingrato ycruel! ¿Es posible Que tal pago se conceda A quien os abre y hospeda Con toda el alma? Increíble Parece». Y él, con voz queda, Dando un salto de costado Y subiéndose al balcón, Respondió: «Me voy pagado, Que mi arco está en buen estado Y enfermo tu corazón».
El gascón castigado
Por haberse un gascón vanagloriado De poseer cierta bella, Se vio de tal manera castigado, Que merece contarse en honor de ella. Era su dicho vano, Y nada poseía; Pero es lo natural del ser humano Creer del mal cualesquiera fantasía, Y exigir sólo la testificata Cuando del bien se trata. De él empero la dama se burlaba, Rara vez sus visitas aceptaba, Y cuando de graciosa y de divina A veces la trataba, La hermosa se iba a ver a su vecina, Y con la boca abierta lo dejaba. Ella era Inés y la vecina Juana, Tomás, de ésta el esposo, Antón el pretencioso, Y Pedro, amigo suyo de jarana. Es todo, si no miente mi memoria. Según cuenta la historia, Este Pedro de Juana era el amigo, El galán favorito, el chichisveo, La cosa indispensable a su recreo, Algo más todavía de lo que digo. En cuanto a Inés, su sincera alegría, Su carácter jovial, su dulce calma, Probaban que aún no había Gérmenes amorosos en su alma. Nadie sabía el valor de su ternura. Mas buena la juzgaban para el caso; Iba a cumplir los veinte, y la natura Colmó su dicha con letal fracaso, Quitándola un marido De esos, que sin disgusto se amortaja, Y la dejaba un capital, metido Dentro de una tinaja. Tenía la bella en suma, Un algo muy capaz de hacer espuma Los sesos de un gascón; mil atractivos, Un aire virginal, muy buena pasta, Y ciertos promontorios expresivos. En cuanto a Antón, era gascón, y basta. Dirigió Antón a Inés ledas canciones, Suspiros en tropel, frases angélicas; Pero, los juramentos de gascones, No pasan por palabras evangélicas. Inútil era amontonar razones Para probar que estaba enamorado, Mas quería se creyese era pagado. Un día le dijo Inés en son de broma, Ocultando hábilmente su artificio: «—Quiero, amigo, pediros un servicio; No tendréis que ir a Roma; Se trata nada más de un chasco airoso, De engañar a un celoso. Queremos que durmáis, hasta mañana, Con el esposo de mi amiga Juana, Que por mí os lo suplica; Está Pedro con ella en tramontana, Y por ver si se explica, Y consigue acabar la pelotera, Bien necesita de una noche entera. Queremos que, sintiéndose a su lado, Piense Tomás con ella estar echado; No la toca, pues vive en la abstinencia, Y ya por celos, ya por impotencia, Lo más grato del mundo ha abandonado. Duerme como un lirón; no la examina, Se contenta con ver su papalina, Y así ya os dejaremos arreglado. Complacedme, os daré buena propina». Por agradar a Inés, en un establo Habría dormido Antón, con el diablo. Llega la hora y lo meten en la cama; De la traidora luz matan la llama, Y el buen Tomás, muy luego, Ocupa su lugar. Antón se siente Del temor abrasado por el fuego, Y helado empero está; muy suavemente Se coloca en lo extremo de la orilla; Se ahoga por no toser; tan estirada Su carne está que, sin gran maravilla, Habría entrado en la vaina de una espada. Daba Tomás más vueltas que un molino, Todos eran vaivenes y deslices Y con extraño tino, Llegó a meterle un dedo en las narices. Y lo que más temía Es que al cabo le diese algún capricho Soplado por amor. Atroz manía Cuando uno de los dos… ¡Bastante he dicho! Grande era su pavor. Ya nota un brazo En su frente posar, ya un pie le escarba; Y aun creyó, entre un pellizco y un codazo, Del amigo Tomás sentir la barba. Algo hubo más terrible; Coge Tomás de pronto una campana Y toca de manera tan horrible Que no parara allí criatura humana. A tan feroz ruido Antón se cree perdido Y jura renunciar a su adorada. Como nadie acudiera a la llamada, Tomás al cabo se quedó dormido. Antes de amanecer se abrió la puerta, Como se había pactado, Y ¡oh colmo de dolor! tan luego abierta Se encontró todo el cuarto iluminado. Después de aquella vela, Antón se habría vestido sin Candela. Era entonces su pérdida segura, Y, confuso, a Tomás pide perdones. «Os perdono» le dice una voz pura Que en el alma movía las emociones. Y era Inés, que ocupado el lecho había En lugar de Tomás, y muy ligera, Mal vestida, corriera A los brazos de Juana, que venía Con Pedro, de calmar su pelotera. Era, repito, Inés, que a todo trance Del gascón contó el lance, Y para que de rabia enloquecido Se matase, con daga o con veneno, Mirando el dulce bien que había perdido, Dejaba al aire su turgente seno.
La lección del ingenio
Hay un juego en extremo divertido, Que renueva a menudo nuestro fuego, Y que juega el más lego, Pues no se necesita gran sentido. Adivinad cómo se llama el juego. Juega el noble, el artista y el labriego, Divierte a la que es fea como a la hermosa, Siempre es cosa sabrosa, Y tan bien juega el lince como el ciego. ¿Adivináis cómo se llama el juego? Es del amante la felice estrella, No es preciso escribano con su pliego Que argumente, pues luego Que dos están en él, nunca hay querella. ¿No adivináis cómo se llama el juego? Pero, ¿qué importa? Sin buscar el nombre Ni amontonar razones, Quiero deciros otro de sus dones: Da la razón a la mujer y al hombre. Antes que fuese Inés a aquesta escuela, Era Inés una tímida gacela, Era Inés una tonta Que sólo para hilar estaba pronta; Nada alteraba su serena calma, Y no tenía más alma Que su linda muñeca Que vigilaba cual gallina clueca. De continuo su madre le decía: «Vete a buscar ingenio, desgraciada». Y la pobre, corría Entre la vecindad, avergonzada, Buscando do el ingenio se vendía. Daba lástima y risa; Hubo al cabo en el barrio una criatura Que, apiadada, le dijo fuese aprisa A visitar a Fray Buenaventura Que de ingenio tenía la asignatura. Inés, aunque indecisa Por distraer a tan grave personaje, Tomó el camino sin mudar de traje. «¿Querrá hacerme, decía, dones tamaños, A mí, que sólo tengo quince años? ¿Valgo yo semejante sacrificio?». Su candor aumentaba su belleza, Y el mismo dios-amor perdiera el juicio, Viendo de aquella virgen la cabeza. «Reverendo, si no me han engañado, Dijo la niña al fraile, en el convento Sois profesor de ingenio, renombrado. ¿Queréis darme un tantico, de fiado? Con poco me contento, Pues no es mucho el dinero con que cuento. Si no basta una vez, hasta que aprenda Volveré. Mas, tomad aquesto en prenda». Y así hablando, sacaba de su dedo Una sortija de plateado brillo, Hasta que el monje dijo: «¡Quedo, quedo! Conservad, jovencita, vuestro anillo, Que daré la lección que vos queréis Sin que nada paguéis. Aquí, como doquiera, bien se entiende, Gratis damos también lo que se vende; Venid, pues, y guardad vuestro tesoro; Nada temáis, lucero: Mis hermanos se encuentran en el coro, Para mí, sordomudo es el portero, Y para confesiones tan secretas, Son aquí las paredes muy discretas». Vense en breve amparados bajo el techo De la celda, y el monje, entusiasmado, Sin más ni más la tira sobre el lecho, Y a besarla se va, determinado A firmar pronto el plácido convenio. «¡Cómo! exclama la niña sorprendida, ¿Es así como dais lección de ingenio? — Es así, por mi vida». Responde el fraile, y de deleite lleno, Posa su mano sobre el blanco seno. «¿Y así también? —Sí tal. Es de la ciencia». Inés tiene paciencia. El ingenio con tacto y con acierto Sigue avanzando, pues Inés aguanta, Y tanto se adelanta Que a la fin y a la postre llega al puerto. A Inesita la cosa daba risa, Y el monje, con recato, Repitió la lección a poco rato; Y viendo a la doncella tan sumisa, Procedió a la tercera, ardiente y vivo, Que era el buen padre muy caritativo. «Decidme, Inés, ¿qué os parece el juego? —El ingenio nos viene luego, luego, Dice la bella. Pero, y ¿si se fuese? —Si aqueso sucediese, Otro nuevo secreto buscaría. —No busquéis, Reverendo, todavía, Hasta que este apuremos. —Bueno, comenzaremos». Y comenzó como lo dijo el fraile A quien gustaba el baile. En fin, tras de lección tan positiva, Salió Inés de la celda, pensativa. ¡Ya pensativa Inés! ¡Ya reflexiona! La que tan sólo a hilar estaba pronta, La sencillota Inés, Inés la tonta! Todo estaba cambiado en su persona, Y hasta para encubrir su travesura, Ideó un embuste la gentil criatura. Fue a verla al otro día, por la mañana, Su buena amiga Juana Que corría más que un galgo, Y vio en breve que Inés pensaba en algo. Hizo tanto, que dio con el buen modo, Y obligó a Inés a confesarlo todo: Cómo el monje ejerció su ministerio, El tamaño del genio del buen fraile, Las diversas figuras de su baile, En fin, todo el misterio. «Y a ti, preguntó Inés, dime, mi Juana, Quién ingenio te dio. —Sabe, querida, Que fue tu hermano Pedro una mañana. —¿Pedro dices, mi hermano? Sorprendida, No llegó a comprender de do eso viene. ¿Cómo ingenio te dio pues no le tiene? Tonta, no sabes nada; Para llevar a cabo esa jornada No es preciso tener tanto talento; Pregunta, si no crees lo que te cuento, A tu madre, en el juego consumada, Pregunta, Inés, a cualesquier vecino Que halles en el camino, Y sabrás que no hay nadie como un tonto Para darnos ingenio y bien pronto».
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