
De una poesía donde el acontecimiento desnudo dice poco, y es el recuerdo el que le confiere interés poético, donde el poema nace del contraste entre la experiencia vivida y el conocimiento del presente, recordando la atinada idea de Heaney, habré de hablar, de un libro donde habita «una voz serena […] que el dolor ha pulido sin ahogar». Me refiero a Diapositivas,[i] de Laura Ruiz Montes, quien cultiva una poesía coloquial sutilmente emotiva, bien recibida por la crítica y el lector, una poética conformada a partir de lo cotidiano con el afán demasiado inmenso de testimoniar:
Cotidiano
Friego la taza donde mi hija desayunó antes de partir. Concentrada reviso los restos. Quiero adivinar el futuro. ¿Hacia dónde? ¿En qué país? ¿En qué momento? En el fondo los grumos de leche en polvo envejecida delatan la imposibilidad de predicción. Mi hija acaba de partir. La Habana es su Ciudad Luz su huida del infierno provinciano del chisme barroco y del ocio. Comprendo, digo, en mi espléndida capacidad de entenderlo todo —menos a mí. Pero aún insisto fijo la pupila casi hasta que las cuencas quedan vacías. Miro el fondo de la taza y vienen de vuelta todos los sabores de mi paladar infantil el polvo blanco sobre el uniforme escolar y la lata estrecha donde una vez vacía guardábamos lápices de puntas muy afiladas. Friego la taza donde mi hija desayunó antes de partir. Comprendo, digo, con el terror de imaginarla dentro de veinte años delante de la cafetera tiznada despidiendo a quien parte hacia una ciudad de cualquier nombre mientras se pregunta si toda aquella luz habría de ser cierta.[ii]
Encontramos un tono llano, seguro, en el que asoma, de vez en vez, un clamor ético donde es el amor el que reclama, el que pone las cosas en su lugar,[iii] donde apreciamos el precio de vivir con seres que fueron segregados del amor:
Hipótesis
Antes que esa mujer empezara a maltratarnos
en la ventanilla del banco
antes que un hombre empujara a otro
—ferozmente—
para cruzar la calle
o subir al autobús
antes que el dependiente, con disimulo, alterara la balanza
y la camarera decidiera, ella sola
cuánto quería de propina
y simplemente no trajera la devolución
de la gran cuenta que fue
que es
que consumió todo mi salario
antes de todo eso
estoy segura
—no tengo otra opción que estarlo—
una voz, en su oído, o alguien distante
al otro lado del mar
—estoy segura, repito—
debió decirle que le amaba
pero pasó un carro ruidoso,
la llamada telefónica se entrecortó
el email quedó en el éter cuando falló la electricidad simplemente fue el trueno ensordecedor
pero hubo algo que impidió que la frase fuera escuchada.
Algo de eso pasó, estoy segura…[iv]
Así Laura en este y en sus libros anteriores canta a las pequeñas cosas cotidianas, en su más íntimo deseo, a las curiosas e intrascendentes, pues es ese tipo de poeta a la que la memoria siempre viene a asombrarla, pero en ello se juega el despliegue de un ingenio personal que no llega a poblar del todo la fugaz vivencia, luego de recrear —como habitante de este país— el pozo sin fondo en el que hemos caído, y de olvidar nuestro mejor destino, como muestra de astucia, de pasajera astucia. En tal sentido caemos en cuenta que tanto poetizar como cronicar —o cronicar como poetizar— es algo arriesgado que compromete la salud de los frutos; algo que, como apuntó William Carlos Williams, hay que decir con las cosas y no con las ideas. Por eso la consecución del recuerdo y lo emotivo a veces toma cuerpo, otras es un buscar infructuoso y constante. Dentro del primer ejemplo descrito figuran los poemas «Lentes», donde asistimos a una enumeración no tan caótica, y sí gradual, de imágenes que nos abandonaron en las que se fueron partes importantes de nuestras vidas:
Lentes
La cámara de fuelle la cabeza bajo el paño todo el mundo frente al Capitolio nerviosos y con guayaberas la cámara pequeñita la kodak que parecía de juguete descubierta registrando el escaparate de abuela la Smena la Lubitel los rollos de 12 o de 36 la foto en que estoy con una bata de la misma tela que la blusa de mi madre —yo prolongación de ella. Jamás ella prolongación de mí— el revelado, la impresión en papel o la diapositiva que amarillean en el fondo de la caja la cámara digital sofisticada la del celular todas las imágenes que en tropel vienen a la mente cuando alguien pregunta de cuántos píxeles es la tuya la ausencia de respuesta el recuerdo de aquellos a quienes los años las sofisticaciones carencias y partidas han ido dejando definitivamente fuera de la foto.[v]
Y el poema «Cifras», efectivo y hermoso.
Cifras
Sorprende encontrar en otra ciudad lo que debió estar en estas noches del país. Sorprende saber que aún existe la fragancia que durante años mi abuela celebró. 1800 no es solo un agua de colonia tampoco únicamente una cifra sino lo negado a cada una de las costas y que sin embargo reina como suele ocurrir con lo perdido. Abro el frasco de 1800 Caja de Pandora Que guarda —con restos de naftalina— la tarde de Sindo Garay sobre los perfectos senos de la bayamesa y a su lado en un rinconcito el pañuelo de mi abuela empapado en el aroma que persiste en la trémula y sola habitación cubana.[vi]
De tal manera algunos de estos textos nos llevan a pensar: ¿el tratamiento profundo del motivo o el motivo profundo conspiran en el logro del poema que se teje con las miserias y maravillas cotidianas? Para alguna contestación léase el poema «Alzheimer».[vii]
Son visibles en el cuaderno los lazos entre esta poética y la de Sigfredo Ariel, a quien rinde homenaje la autora, colocando de exergo un verso suyo, pues en su lírica hay «una insistencia en una nueva manera de lo conversacional, apuntando hacia una interpretación de la circunstancia vital, de la realidad que le es coetánea»,[viii] la leve teatralidad de los finales y a veces también los finales prosaicos o que hilvanan frases hechas —como salvavidas que arrebata el que está próximo a ahogarse—, algunos poemas con visos alegóricos y otras maneras de la identidad con su acopio de dolor, al demostrar que este país está también en los que se fueron, en el oscuro encaje que conforman las relaciones de los que siguen aquí y los que se han ido.
En Diapositivas, como en buena parte de la poesía de Laura, asistimos al canto de la cotidianidad que vive en el recuerdo, al canto del recuerdo que pervive en la cotidianidad —a veces logrado, en otras ocasiones se nota el intenso afán de poetizar una vivencia no tamizada, o que literariamente no ha retado al corazón—, a lo que somos, con nuestras miserias y glorias de ayer y de hoy, cuerpo que se condensa y se eleva en algo a lo que llaman identidad.
[i] Laura Ruiz Montes. Diapositivas. Ediciones Unión, La Habana, 2017. Este libro obtuvo el Premio «UNEAC» en 2016. Las palabras entrecomilladas que utilizo pertenecen a la nota de contracubierta del libro que, por cierto, «hace gala» de un puntaje casi invisible. Por otro lado, pudiéramos decir que la cubierta tiene un diseño nada creativo.
[ii] Laura Ruiz Montes. Ob. cit., pp. 13 – 14.
[iii] Véase el poema «Doméstico», pp. 15 – 16.
[iv] «Hipótesis», p. 19.
[v] Ob. cit, p. 34 – 35.
[vi] Ob. cit, p. 49.
[vii] «Alzheimer»
Por un instante imagina a Romeo y Julieta saliendo de la ópera para ir a cenar salmón bautizado con finas yerbas. O imagina que cada quien está solo, delante de una pantalla buscando maneras de comunicarse con el otro desde una habitación en penumbras o en un parque público dando voces. Imagina que viven juntos, van a la plaza del mercado y el salmón con yerbas finas da paso al pan duro y a un pedazo de pollo para lujosos domingos. Imagina que no hay ópera pero aún pueden reír sentados a la misma mesa. Por un instante imagina que uno de ellos va dejando de recordar y el otro no se atreve a mencionarle nombres de ciudades ni apellidos de familias ilustres. Imagina que ocurre un milagro. Y nada se opone, nada interviene, no hay castigo. Imagina que se abrazan para dormir comen juntos, ríen juntos. Por un instante imagina que llega la enfermedad el dolor, la ausencia de memoria. Imagina que lo olvidan todo, que los vecinos se asoman a las ventanas, traen un huevo hervido, un poco de sopa y comentan que cada vez se parecen menos a ellos mismos. Tanto que ya no saben quién fue un Montesco y quién fue un Capuleto. Imagina que un día el silencio y el mal olor delatan el fin. Imagina, por un instante imagina, que nunca habremos de leer ese otro libro, porque la Historia es solo una ramita que el viento rompe y aterriza de repente a tus pies.*
[viii] Virgilio López Lemus. «La lírica. Panorama de su desarrollo» en Historia de la Literatura Cubana, T. III, La Revolución (1959–1988) Con un apéndice sobre la literatura de los años noventa, Editorial Letras Cubanas, 2008, p. 51.
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