La moda y el mito Van Gogh estuvieron muy activo en las décadas de 1940 y 1950, y se extendió a años posteriores. Creo que fue un hecho cruel per se, aunque no voluntario: el gran Vincent Van Gogh (1853-1890) vivió en la miseria y bajo la locura de la bipolaridad, sin éxito y carente de afectos a su lado, salvo su hermano protector y mecenas, alejado por la distancia en que vivían.
Tenía veintidós años cuando logró su primer cuadro capital: Los campesinos comiendo patatas o Los comedores de patatas, de 1885. Cuatro mujeres y un hombre toman café y comen el solo pobre plato, sentados alrededor de una mesa pequeña y cuadrada de burdas tablas, alumbrados por un farol que cuelga encima e ilumina una estancia paupérrima, ocre como toda la escena. El campesino puede ser El sembrador, de 1881, o el posterior de igual título y de 1888, cuando la pintura del genio de los Países Bajos se alzaba cada vez más. La galería de retratos que hoy vemos como pinturas magistrales comprende a gente humilde, casi siempre con rostros sufrientes, como la Mujer en el café de Tambourin, de 1887.
Su gran fama e influencia en el siglo que era para él venidero comenzó tras darse un tiro (¿o recibirlo?, y esta duda es especulativa) en el pecho, mientras se recuperaba de serias crisis en Auvers-sur-Oise. Era 1890 y tenía treinta y siete años de edad. ¿Cómo pudo llegar al suicidio un expastor protestante, creyente siempre en Dios, si no fuera por su tormento permanente y su itinerante enfermedad mental? Se ha dicho erradamente que padeció esquizofrenia y él mismo decía epilepsia, pero es seguro que también contrajo sífilis, incurable por entonces. Parece que en verdad era un fuerte bipolar. ¿A qué grado llegaron esos males que a veces terminan con el suicidio de sus pacientes? Van Gogh atentaba contra sí, ya lo había hecho cortándose la más famosa oreja del arte: la oreja de Van Gogh, que él mismo pintó con un vendaje protector mientras fumaba una pipa.
Antes, fue un exitoso marchand de arte, enamorado de una bonita chica que lo rechazó, a su vez rechazado del medio de las galerías de arte en que trabajaba ya en París, y finalmente predicador metodista, muy fanático, con interés de enseñar el Evangelio por todo el mundo, luego asimismo recusado del oficio. Theo creyó tan firmemente en el talento de su hermano, que casi a él se debe que Van Gogh llegase a pintar tanto. No tenía un espíritu de sometimiento, la disciplina lo corroía, no se pudo hacer teólogo para suerte de su arte, y era demasiado apasionado como pastor y entregado al sufrimiento de sus rebaños, siempre de gentes muy sufridas. Y abrazó la pintura antes de cumplir sus treinta años con un entusiasmo sublime. Antes, se enamoró de nuevo, digamos que ilógicamente, esta vez de una prima, quien lo repelió, y hasta su padre también lo despidió del hogar.
¿Qué era aquello? Aquel muchacho resultaba recusado de todas partes, solo hallaba el refugio del arte y la lealtad de su hermano Theo. Pero por entonces una obra suya no valía en el mercado ni cincuenta francos. Incluso su primo el pintor realista Anton Mauve, de raíz bautista, lo iba a rechazar tras una pelea. El «problemático» Vincent no podía estar al lado de nadie, y a tanta falta de afecto, no es raro que en sus cartas mencione burdeles de seguido. Ni siquiera le duró mucho tiempo Sien, la joven prostituta que él trató de rescatar de la miseria y del andar con su hijita por las calles. Otras fugas o cambios de sitio, otro regreso al hogar, otro amor con mujer también imposible, más pinturas de gente desdichada o muy pobre (El tejedor en el telar), y estamos en 1884, cuando aún era brumoso el camino del joven ya de treinta y un año.
Tras la muerte del padre, se fue a vivir con un sacristán católico, la familia protestante se sintió ofendida. ¿Qué derroteros estaba siguiendo? A ojos de la familia, salvo para Theo, era un bueno para nada. No creían en él ni en su arte. Por entonces él pretendía: «expresar la luz por oposición a la obscuridad». Un artista que lucha contra el rechazo abrumador y contra la poca fe ajena en su trabajo, debe ser muy tenaz para proseguir adelante.
Cuando se fue a vivir con su hermano Theo, dio un gran salto en su pintura, en sus relaciones con otros pintores, en su propia vida creativa, pero no en su situación económica, al borde de la nada, dependiente de la ayuda fraterna. Estaba en los cuatro años finales de su vida, signados por el ajenjo y el impresionismo. Se fue hacia el Ródano, a la provenzal Arlés, donde pintó maravillosamente la vida vegetal, el paisaje en torno y retratos de gentes sencillas.
Paul Gauguin lo fue a visitar a la tierra de Frédéric Mistral. Tenían en común un modo singular de ver el arte, penuria económica, la sífilis y el genio artístico, ambos amaban el arte japonés e intentaron un taller en común. Eran caracteres diferentes y en dos meses se acabó la relación, sobre la que se ha especulado demasiado. Theo se casó, Gauguin emprendió otros rumbos siempre lejos de su familia, Van Gogh se precipitó hacia su fin, no sin antes pintar algunos de sus cuadros más famosos, como Jarrón con lirios, y sobre todo La noche estrellada, donde mostró el movimiento de los astros y una sobrecogedora visión de los espacios infinitos. Estaba en un manicomio, donde ingresó voluntariamente, y a tres meses de ¿suicidarse?
Las cartas de Van Gogh a su hermano Theo conforman su documento escrito más conmovedor, realzan su cualidad de escritor, su valía como poeta, su mirada a veces realista de la realidad, y su desarrollo vital y el de su propio arte, así como las constantes lecturas sobre todo de autores franceses… y de Shakespeare, al que adoraba. Su hermano no le sobrevivió mucho, también sifilítico, murió seis meses después, como si su vida (era cuatro años más joven) fundamental consistiera en lograr sostener a Vincent y apoyarlo para la creación. Sin ese hermano, ¿qué hubiese sido del enorme pintor? Es enternecedor ver la foto de las pequeñas tumbas que recogen los restos de ambos, una al lado de la otra como un recordatorio de dos vidas paralelas, una de las cuales estuvo ceñida por el genio.
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Muy buen artículo