Robert Graves (1895-1985) se hizo muy famoso con su Yo, Claudio, y luego con su continuación Claudio, el Dios. Demostró su capacidad de inventiva en el viaje fabuloso que es Hércules y yo, (también conocida como El vellocino de oro) mediante el cual puso de relieve el trayecto de los argonautas en busca del Toisón de Oro, celebre vellocino dorado que pertenecía a Zeus y que fue robado y conducido a la que hoy es Georgia, en tenaz periplo por buena parte del Mediterráneo griego, o sea, de la era de la Grecia clásica. Este libro alcanza el subido interés del libro de viajes, y a la vez se refuerza con las insólitas aventuras de un grupo de héroes capitaneados por Jasón, y que llevo como parcial compañero al famoso Hércules.
Los argonautas estaban formados por unos treinta y dos o un poco más de hombres de diversas regiones, entre ellos se destacaban el líder Jasón, Castor y Pólux, el gran Hércules, junto a su favorito Hilas, que habría de escaparse del acoso afectivo del héroe, por lo que para buscarlo Hércules abandona a la nave Argos ya en periplo de regreso, conquistado el Vellocino. Todos viajaban bajo la advocación de alguna deidad, y por supuesto guiados por el propio Zeus, procurador principal de su Toisón perdido. Otros dioses que han de acompañar los héroes en su viaje son Poseidón, Apolo, Ares, Hermes, Hefestos y entre las diosas estarán presente Hera, Atenea, Afrodita, Artemisa, entre otros. Esta concurrencia es una contraparte de las figuras resaltadas de los viajeros, de modo que en la nave Argos no solo van sus tripulantes sino también sus credos, sus protectores, bajo sus efectos milagrosos o no.
No es un libro de mero entretenimiento, con Hércules y yo Graves traza un mapa de la antiguas leyendas, tradiciones y sobre todo de la mitología clásica, una suerte de novela enciclopédica cargada de erudición, pero desgranada de modo que al lector le parezca parte (y lo es) de la gran aventura viajera. Los libros de viaje tuvieron en los siglos xviii y xix una gran suerte, sobre todo referidos a descubrimientos de islas, de tribus, de ciudades visitadas o de regiones del mundo que el explorador quiere comentar por su singularidad. Muchos estaban referidos a América, otros a Oceanía o África, y en la mayoría de los casos lo contado se basa en un realismo propio de la aventura del viajero, en que la verosimilitud se fundamental en lo real e histórico narrado. Con Hércules y yo el poeta que fue Robert Graves se introduce en lo que pudo ser real, en la subjetividad de los sucesos y en la inventiva de situaciones, armados con similar verosimilitud de quien relata hechos acaecidos de manera comprobada.
En busca de la lejana Colquida, Graves teje su relato con el interés de traer a colación la que llama Diosa Blanca, para relatar el papel de las deidades femeninas en esta historia, cuya resonancia se extiende hacia todas las entidades divinas protectoras de los hombres. El poeta Graves no puede dejar de hacer alusiones de raíces liricas, como la mención de Hyperion, lucero del alba, cantado entre otros por el poeta rumano Mihai Eminescu. A diferencia de otros libros de viajes, en este se presenta mucho más la inventiva del creador, del escritor, que apela a la imaginación subjetiva no de cómo fueron los sucesos sino de cómo debieron de ser. A veces incluye algunos poemas, como el excelente texto que atribuye a una canción de Orfeo (uno de los argonatuasmás famosos), donde leemos estos bellos versos: «Evita esta fuente, que es la del olvido; / aunque toda la chusma corre a beber en ella. / Evítala», o de seguido y en contraste: «Corre a esta charca; es la de la Memoria, corre a esta charca».
Es conocido en la leyenda del toisón que para poderlo extraer de la Colquida Jasón entra en contacto con la notoria Medea, con la que ha de formar una de las más célebres parejas amorosas de la literatura universal. Luego del robo del vellocino, el rapto de Medea prefigura el de Helena, por lo que Graves saca partido a este lance pre troyano. Las peripecias de la fuga son de las partes más ricas del libro, pero asimismo la gran lección territorial que nos ofrece el autor se remonta hasta las costas de Sicilia, antes de que el grupo de argonautas, ya héroes, se difuminen en sus respectivos grupos étnicos, en sus ciudades, bajo sus obligaciones de mortales. Como buen viaje, lo es de juventud, de una generación de jóvenes capaces de surcar el mar para hacerse de gloria y vivir en tensión y frente a la contingencia.
Graves desea ocultar su conocimiento de la mitología mediante el derrotero de los argonautas, mediante el constante acontecer, pero a veces hay párrafos que no pueden ser menos que eruditos y que a la vez se entregan como parte de la «diversión» lectiva, por ejemplo, cito este párrafo que es una joya de erudición narrativa en el que se menciona a jóvenes hermosos bajo las fragancias de todo tipo de amores:
…cantaban un salmo en recuerdo de los mancebos más bellos de todos los tiempos: de Adonis, hijo de Cinaras, a quien amó Afrodita; de Endimión, hijo de Etolo, amado por Artemis; de Ganimedes, hijo de Laomedonte, amado por Zeus; de Jacinto, hijo de Ebalo, amado por Apolo; de Crisipo, hijo de Pélope, amado por Teseo; de Narciso, hijo de Cefiso, que se enamoró de sí mismo; de Atlancio, hijo de Afrodita y Hermes, que fue el primer hermafrodita y de quien se enamoró el mundo entero.
No hay que olvidar que Graves fue autor de libro sobre Dioses y héroes de la antigua Grecia, por lo que se movía en Hércules y yo en terreno sumamente conocido. Solo tendría que organizar la información, ponerle de suyo propio su amor por los relatos de aventura (de los que escribió varios menos conocidos como las de su personaje el sargento Lamb) y elevar el tono poético que haría del conjunto un evento creíble. Hércules y yo (o El vellocino de oro) quedó entre sus mejores libros, apasionante y sabio, nos deja en su lectura el buen ejercicio de la alta literatura, esa que instruye por la vía del mejor entretenimiento narrativo.
Visitas: 486
Deja un comentario