Si canto a los muertos
es porque sé
que los muertos no han muerto,
que están a mi lado,
calmándome la sed
y avivándola a un tiempo.
Vicente Feliú, abril de 1975
El año que recién concluye ha sido para mí un año nefasto pues, ya sea a causa de la pandemia o por otros motivos, he perdido varios amigos de los más íntimos. El último de estos seres entrañables fue Vicente Feliú.
A Vicente lo conocía, como la mayoría de los cubanos, por la radio y la televisión, donde solía interpretar composiciones musicales de gran lirismo. Sin embargo, no imaginé poder conocer personalmente al cantautor, y menos del modo en que sucedió.
A finales de 1975 —yo acababa de regresar a Caibarién después de haber participado como delegado en el Primer Congreso del PCC―, estábamos celebrando en familia, como ocurre en esas fechas, cuando recibí la orden de presentarme al Comité Militar, se trataba de una convocatoria para combatir en la guerra de Angola. Por supuesto dije que sí y, luego de un entrenamiento de 25 días, embarcamos en Cárdenas rumbo al puerto angolano de Lobito.
Una vez asentado en la provincia de Cabinda, me hicieron oficial del Estado Mayor de la Misión Militar de Cuba en esa demarcación con la tarea de atender los trabajos de historia que confeccionaban las unidades y la labor cultural, que consistía fundamentalmente en recibir y presentar a los artistas cubanos que venían a actuar para nuestras tropas, en su mayoría acantonadas en la selva.
Por esa responsabilidad, me correspondió recibir en el aeropuerto a Vicente Feliú quien venía acompañado de Silvio Rodríguez y el mago santiaguero José Álvarez Aira. De inmediato entablamos una fuerte amistad, nacida de los difíciles escenarios donde estuvimos moviéndonos por varias semanas, hasta que los artistas se trasladaron a la capital angolana.
Tiempo después tuve que ir a Luanda para una reunión sobre historia, y por esas coincidencias de la vida, fui invitado a la despedida que le haría la Embajada de Cuba a Feliú, Silvio y Aira, junto con el grupo Manguaré (dirigido entonces por Pancho Manguaré).
Su ruta se había extendido entre febrero y julio de 1976 por varias regiones: Huila, Huambo, el Frente Norte, Lobito, Benguela, Mozámedes, Cahama, Chibemba, Matala… en las que, junto a las terribles vivencias de la guerra, la cultura ejerció su poder salvador. Nunca olvidaré el modo en que la conjunción entre palabra y melodía lograban transportarnos desde las más inhóspitas selvas angolanas hacia el calor de los hogares y el abrazo que nos aguardaba en casa, a la vez que elevaba el sentimiento de compromiso con la emancipación del pueblo oprimido de Angola.
En ese tiempo surgieron algunas de las canciones más entrañables de Vicente, como Créeme — convertida en himno de una generación marcada por la épica de la gesta angolana―; y sus múltiples temas dedicados al Che, agrupados con posterioridad en el disco Guevarianas.
Luego de mi regreso a Cuba, primero en Sancti Spíritus y después en La Habana, Vicente y yo coincidimos en no pocas ocasiones, lo que consolidó una amistad que persiste hasta hoy, a pesar de los caprichos de la muerte, que lo sorprendió de la única manera posible, guitarra en mano y a punto de entonar La bayamesa.
Sirvan estos breves recuerdos como homenaje al amigo, al artista y poeta revolucionario en toda la dimensión de la palabra, inmortalizado para siempre por sus creaciones en las páginas de nuestra música.
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