
Hace un lustro partió al cielo de Van Gogh, Goya, Picasso, Cézanne…, el insustituible Víctor Rolando Malagón (1951-2020), a unos meses de cumplir cuarenta y cuatro años de vida laboral, permitiéndole solo a sus familiares y amigos festejarle sesenta y nueve marzos. En ese momento triste era considerado una de las personas más experimentadas del universo editorial cubano.
Luego de licenciarse en Historia del Arte en 1976 por la Universidad de La Habana, se dedicó a la edición de libros en la nómina de la Editorial Arte y Literatura. Seis años más tarde se le vio asumir las jefaturas de la Redacción de Arte, primero, y de la Redacción de Teoría y Crítica, después, así como del departamento de Diseño, funciones que incluso llegó a simultanear. Fue además subdirector editorial y, entre 2013 y 2016, director. En este centro perteneciente al Instituto Cubano del Libro trabajó durante toda su vida. Al crearse la revista Opción por la destacada editora Elizabeth Díaz González, Víctor fue miembro de su Consejo de Redacción.
Además de dirigir a los editores y colaborar estrechamente con los mejores traductores del país, sus conocimientos le permitían seleccionar piezas de arte para ilustrar publicaciones, supervisar el trabajo fotográfico, así como controlar la calidad de los diseños. Fue un destacado gestor de libros, labor que le facilitaban las excelentes relaciones que mantenía con sellos editoriales internacionales.
Tuvo una activa participación en eventos relacionados con su perfil laboral (presentaciones de libros, seminarios, conferencias, simposios y ferias, incluidas las internacionales y provinciales).
Representó a Cuba en el Encuentro de Editoriales de Libros de Arte, celebrado en Leipzig, República Democrática Alemana, en 1987; en la Feria Internacional del Libro de Moscú en 1989 y en la Feria Internacional del Libro de Turín, Italia, en 2004, entre otras.
Fue miembro del Consejo Técnico Asesor y de la Comisión Temática del Instituto Cubano del Libro. Participó en la elaboración de la Norma Cubana de Edición. En el año 2000, presidió el jurado de Diseño del Arte del Libro Cubano.
A su empeño se puede agradecer la publicación en Cuba de obras universales de autores como Arthur Conan Doyle, Antón Chéjov, Ethel Lilian Voynich, George Orwell, José Saramago… y de numerosos libros de arte.
En 1996, recibió la Distinción por la Cultura Nacional y en 2008 el Premio Nacional de Edición, al que había sido nominado en 1999.
Era un excelente divulgador de las publicaciones de Arte y Literatura. En esa función lo conocí en los primeros años del siglo cuando yo era promotor de la librería Ateneo Cervantes y lo invité a presentar varios títulos.
Desde ese momento iniciamos una entrañable y respetuosa amistad, de la que es ilustrativa la siguiente anécdota: cuando por obra y gracia de un periodista confundido se convirtió en director de la editorial que yo dirigía, me lo hizo saber muy apenado. Pero al asegurarle mi satisfacción porque me confundieran con él, se rió y me dijo: «Sí, pero yo no quiero cargar con las culpas». Y aquella figura menuda, trajeada de azul y acorbatada, porque fue mientras esperábamos por el comienzo de un acto en que él era protagonista, se doblaba de la risa.
Recientemente le pregunté a Lourdes González Casas, exdirectora de las editoriales José Martí, Arte y Literatura y Gente Nueva, qué había significado para ella trabajar con Malagón, sin duda pregunta manida, pero de rebote recibí la siguiente caracterización:
Para mí más que un amigo fue un Maestro ―con mayúsculas ambas palabras―, capaz de confiarme y enseñarme las herramientas imprescindibles acerca de cómo lograr un catálogo de excelencia en tiempos donde, también, existía carencia de recursos de impresión y un debilitamiento de la industria poligráfica. Me presentó la obra de excelentes escritores y traductores de la literatura clásica y contemporánea, para despertar en mí esta pasión por la buena prosa y el verso. Me ayudó a enfrentar un reto en mi vida laboral, después de veinte años dedicados a la promoción y edición de la literatura político-social contemporánea en lenguas extranjeras.
Víctor era desinterés, humanidad, humildad y solidaridad. No tenía nada para él, era capaz de despojarse de todo para ayudar a quien lo necesitara.
Su labor como editor y el excelente conocimiento de la literatura universal, clásica y contemporánea lo hizo acreedor del reconocimiento de creadores cubanos y extranjeros.
Haber trabajado junto a él y tenerlo como amigo fue para mí un gran premio.
Y para terminar este homenaje, debo reconocer que le envidio a Malagón la manera con que saneó con su buena vibra y su ejemplo, el 10 de marzo, día que escogió para nacer un año antes de que Batista entrara en Columbia y tanto mal acarreara al pueblo cubano, y le envidio además, a pesar de sentir mucho su ausencia, la sensible fecha que eligió para morir, el 19 de mayo, cuando la bandera y José Martí se fundieron en el imaginario de la Patria.
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