Nacido en 1920, Bukowski no se parece a ningún otro autor de su generación. Ni siquiera del siglo. Autobiográfico, transgresor, directo y confesional, fue un poeta y cronista del submundo alcohólico de Los Ángeles. Sus más de mil poemas están escritos con líneas sólidas, imágenes claras y una voz íntima y descabellada. Sus novelas cuentan su vida de trabajos precarios, romances caóticos, y su devoción por la bebida y las carreras de caballos.
Para espanto de las ilustres academias y torres de marfil, Charles Bukowski fue y sigue siendo uno de los poetas más adorados del mundo. Vivió casi toda su vida en Los Ángeles y tuvo, a su manera, una vida encantada. Sufrió pobreza, hambre y rechazo social. Trabajó 12 años en el servicio postal. Era un alcohólico empedernido y un devoto de las carreras de caballos. Descubrió la escritura y la lectura de chico, aunque le costó un enorme trabajo desarollarse como escritor. Nunca tuvo apoyo financiero de ningún tipo y no terminó la universidad, por lo que siempre trabajó en centenares de empleos precarios, en fábricas, de lo que fuera. Por fin, a los 50 años, pudo comenzar a vivir de su escritura. Tras 15 años publicando en medios underground apareció un hombre que quería lanzar una casa editorial. Le aseguró a Bukowski 100 dólares por mes si dejaba de trabajar en el servicio postal y se dedicaba solamente a escribir. Black Sparrow Press, de John Martin, terminó publicando toda su obra. Al fin de cuentas, Bukowski escribió más de 50 libros, incluyendo cinco novelas autobiográficas. Sus versos sobre la desidia, el ocio, el alcoholismo, el sexo borracho, las carreras de caballos, el hastío del trabajo y la violencia doméstica son sencillos pero inimitables. Han sido traducido a decenas de idiomas y siguen apareciendo colecciones póstumas con material inédito.
Charles Bukowski nació en Andernach, Alemania, en 1920 y dos años más tarde sus padres se mudaron a Los Ángeles. La casa donde fue criado aún existe en 2122 S. Longwood Ave, Los Ángeles (y se puede ver en Google Street View). Bukowski fue hijo único y tuvo una infancia y una adolescencia horrendas en esa casa. Su padre era un hombre arbitrariamente estricto y, eventualmente, un ser profundamente resentido y violento. Su madre era callada y servil; no ayudó para nada en controlar la tiranía paternal.
En el pasaje de la niñez a la adolescencia, dos cosas convirtieron la vida de Bukowski en una tortura. Por un lado, desarrolló un acné tan extremo que los médicos del hospital público donde fue tratado dijeron que nunca habían visto un caso igual. Por otro, su padre comenzó a golpearlo sistemáticamente con un asentador (el cinturón de cuero con el que se suaviza el filo de las navajas de afeitar).
Bukowski vivía en un barrio obrero y de clase media baja, con el problema de que durante su infancia la mayoría de los hombres, por la depresión económica, no tenía trabajo. El padre de Bukowski, también desempleado, todas las mañanas se levantaba y desaparecía, disimulando que iba a trabajar, durante todo el día. La madre tuvo que compensar ganando dinero en empleos ocasionales. El ambiente del barrio era violento y hostil, tanto entre los adultos como entre los niños. Bukowski, por su predisposición a la soledad y por la horrenda condición de su piel, fue condenado al ostracismo. Para peor, siempre se le pegaba un lumpen social de su clase del que, por lástima, nunca se deshacía.
Al final de su adolescencia, Bukowski tuvo su bautismo en el alcohol y en la escritura, los ejes principales del resto de su vida (salvando las mujeres y las carreras de caballos, que vendrían después). Sobre la primera vez que probó vino —robado de los barriles del padre de un amigo— escribió: «Era mágico. ¿Por qué nadie me lo había dicho? Con esto, la vida era maravillosa, un hombre era perfecto, nada lo podía tocar».
Descubrió su talento de escritor cuando su profesora del quinto grado pidió a los alumnos que fueran a ver, durante un fin de semana, un acto público del presidente de la nación, Herbert Hoover, de visita en Los Ángeles. Bukowski no se animó a pedirle a su padre que lo llevara, por lo que inventó la crónica. La profesora se dio cuenta y lo puso en evidencia delante toda la clase, pero lejos de enojarse, lo alabó por su imaginación.
Años después, cuando tenía catorce años, entró en tratamiento por su condición de acné vulgaris. Los médicos tuvieron que agujerear los forúnculos llenos de pus que le tapaban la cara, el pecho y la espalda. Ese episodio fue literalmente una tortura. Sobre el hospital Bukowski escribió: «Experimentaban con los pobres y, si funcionaba, lo usaban para los ricos. Y si no, siempre había más pobres».
Al fin, abandonó el tratamiento y se fue del hospital vendado como una momia. Durante un largo reposo en casa, aburrido, comenzó a escribir en unos cuadernos del colegio, inventando cuentos sobre un aviador alemán, as de la Primera Guerra Mundial. Estos cuadernos juveniles no existen porque el padre de Bukowski los tiró a la basura en un ataque de ira, indignado de que su hijo perdiera tiempo en semejantes estupideces.
Una cosa más le pasó a Bukowski durante su juventud que terminaría marcándole la vida: descubrió la lectura (en la biblioteca pública, igual que Ray Bradbury, quién, como Bukowski, nació en 1920 y también era de Los Ángeles). Fue un descubrimiento parecido al del alcohol: le produjo un gigantesco alivio existencial. Después escribió sobre esta epifanía: «¡Que emoción! Las palabras no eran aburridas, las palabras eran cosas que podían hacer zumbar tu mente. Si las leías y te permitías sentir su magia, podías vivir sin dolor, con esperanza, sin importar qué te pasara».
A su padre, por supuesto, no le gustaba que leyera.
Bukowski asistió a la Universidad pública de Los Ángeles solo dos años. Allí comenzó a beber en serio y también a escribir en serio. En 1939, al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, Bukowski abandonó la universidad y se mudó a Nueva York; en 1944, fue arrestado por la FBI por evadir la conscripción obligatoria, pero fue perdonado y excusado de ir a la guerra porque no aprobó el examen psicológico del ejército.
En estos años, Bukowski se dedicó al arte de escribir con una fiera disciplina. Viajaba mucho por el país, vagabundeando, y buscaba trabajos no especializados, en fábricas, en restaurantes, lo que fuera con el objetivo de tener la mayor cantidad de tiempo libre para escribir. Subsistía con una barra de chocolate por día. Escribía cuentos y los enviaba a las grandes revistas literarias y culturales, como The Atlantic, Harpers y The New Yorker. Siempre fueron rechazadas, pero Bukowski no se desanimaba. Siempre recordaría esos años como mágicos.
Y ahora pasa algo muy raro.
Cuando tenía 24 años, un cuento suyo fue aceptado en una pequeña pero prestigiosa revista llamada Story Magazine. Un importante agente literario de Nueva York le escribió a Bukowski diciéndole que lo quería representar.
En ese momento, que para cualquier otro ser humano sería el triunfal inicio de una carrera literaria (o por lo menos su intento), para Bukowski fue un punto de abandono. Le contestó al agente que aún no estaba preparado. En lugar de comenzar su carrera literaria, se agarró una borrachera de diez años. Vivió en Los Ángeles, siempre trabajando en empleos penosos y serviles, y viviendo en pensiones miserables.
Estos diez años sin escribir son el corazón de la vida de Bukowski, el escritor. Entonces acumuló las experiencias y vivencias que se convertirían en su obra. A los 35 años, tuvo una hemorragia estomacal y estuvo al borde de la muerte. El médico que lo atendió le dijo que si tomaba un trago más se moría. Por sugerencia de su novia de turno, comenzó ir a las carreras de caballos para distraerse del ansia por beber. Pero al fin, como descubrió después de pocos meses, el diagnóstico de abstinencia había sido una exageración. Bukowski vivió hasta los 73 años (1994) bebiendo y escribiendo todos los días, hasta el final.
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Tomado de Clarín.
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