Prólogo al libro La Protesta de los Trece, la juventud intelectual se rebela
Cuando acepté la invitación del querido amigo y colega Mario Antonio Padilla Torres para escribir el prólogo de un libro en cuyas páginas abordaba un acontecimiento centenario, no solo pensé sumarme al homenaje del evento ocurrido en marzo de 1923 y a su protagonista, Rubén Martínez Villena, sino en volver la mirada hacia aquel episodio de nuestra historia, sobre todo, por las lecciones que aporta a nuestro presente.
Esta obra, en la que confluyen investigaciones muy acuciosas, nos depara un recorrido por las circunstancias que acompañaron el histórico suceso, las razones que lo originaron, los trece firmantes y sus destinos —no todos se mantuvieron fieles a la Revolución—, así como su vigencia para los desafíos actuales y venideros.
Ante la frustración e inconformidad que la república neocolonial generó, la preocupación fundamental de la intelectualidad cubana, deseosa de cambios sociales, se centró en completar la obra inconclusa de los libertadores. Por ello, irrumpió en la vida pública durante los primeros años del siglo XX, dirigiendo los más recios ataques contra las deformaciones y la corrupción de la política gubernamental y enfrentándose, resueltamente, a la penetración económica imperialista y al pesimismo e indiferencia que habían contribuido a mantenerla.
El sector más joven de la intelectualidad que arribó a la pasada centuria con ansias de transformación asentó su quehacer artístico-cultural y científico al servicio de los ideales del antimperialismo, el civismo y una auténtica democracia; en consecuencia, requerían definirse, más allá de diferencias en lo estético y en lo filosófico, ante dos de los problemas claves del momento: la soberanía nacional y la identidad cultural.
Amén de numerosas manifestaciones políticas y sociales que sacudieron al país durante el período de 1902 a 1923, en este último año tuvo lugar la Protesta de los Trece, considerada como la expresión política fundacional de los intelectuales cubanos contra la situación que atravesaba la nación. Esa acción caló hondo en la ciudadanía al poner en tela de juicio el proceder deshonesto del gobierno del presidente Alfredo Zayas y no solo el hecho corrupto que representó la compra del Convento de Santa Clara.
El joven que la encabezó, Rubén Martínez Villena, perteneció a la generación surgida entre la intervención norteamericana y los primeros años de la república frustrada, la que hizo el primer rescate de la obra de José Martí. Hay dos factores esenciales que evidencian esto último: la edición de las obras de Martí realizada por Gonzalo de Quesada y Aróstegui, cercano colaborador del Apóstol y, en segundo lugar, los esfuerzos de muchos intelectuales y patriotas de utilizar su ideario en el combate político de entonces.
De este modo, en aquella primera visión republicana de Martí, aún fragmentada y plena de hallazgos de corte anecdótico, se encuentra el libro Contra el yanqui, de Julio César Gandarilla, obra de protesta contra la acción injerencista del imperialismo norteamericano y de defensa de lo más raigal del pensamiento del Apóstol de Cuba. En esta época, la labor de propaganda política de las primeras organizaciones socialistas —integradas en su mayoría por patriotas de la emigración— y los discursos de Manuel Sanguily Garrite y Enrique José Varona Pera, hombres de inmensa sensibilidad y pasión por la patria, constituyeron esencial vehículo de trasmisión de la imagen viva de Martí a las nuevas generaciones que buscaban transformar la realidad política y económica del país.
Rubén Martínez Villena llegó a la Revolución por las vías más difíciles de la conciencia, acercándose paso a paso, venciendo la impronta que el medio familiar y la clase social de la cual provenía dejaron en su espíritu, y profundizando en las raíces de los problemas sociales que aquejaban a la neocolonia cubana.
La Protesta de los Trece, liderada por Villena en favor del adecentamiento de la gestión gubernamental, no solo puede medirse por su repercusión inmediata como acción de condena a los síntomas de corrupción presentes en la política cubana y como acto de rectitud moral de sus jóvenes protagonistas, sino por lo que significó en la revelación posterior de las profundas causas políticas, económicas y sociales que engendraron tal estado de latrocinio y desvergüenza en los gobiernos de la república neocolonial.
Resulta revelador lo que alguien como el historiador Ramiro Guerra Sánchez, de tan diferente proyección política a la del autor de «La pupila insomne», escribió sobre el trascendente suceso:
En aquel gesto puede decirse que cuajó el ideal más alto de la revolución: libertad para pensar, para ser, para afirmar la personalidad. Hasta entonces habíamos dispuesto en nuestros juicios, de una escala de valores seudocoloniales a base de convencionalismo, de respeto, de cobardía frente a lo insincero y falso; a partir de aquel momento tuvimos otra medida llena de audacia y de juvenil insolencia y, al mismo tiempo, de elevada rectitud moral. Después de aquella tarde nadie se sintió seguro en la posesión de una reputación legítima. Cada hombre debía ser capaz de resistir los recios martillazos de la verdad.[i]
Estas palabras expresan una verdad esencial y es que la Protesta de los Trece supuso una actitud nueva de los intelectuales; fue la primera expresión política de ese sector poblacional como grupo definido y, desde aquella época hasta nuestros días, los artistas y escritores han debido asumir la responsabilidad de la posición política que sustentan y, como afirmó Juan Marinello Vidaurreta, la han honrado o traicionado, pero no han podido ignorarla o eludirla.
En Rubén Martínez Villena descuella siempre el artista creador junto al consecuente revolucionario y, en ello, como en otros aspectos de la creación literaria, existe una marcada influencia martiana que le abría los caminos, desde la más temprana edad, hacia el empeño militante. Resulta difícil, a partir de esta realidad, condenar su renuncia lírica, pues su labor plena y abnegada nunca fue sinónimo de menosprecio o repudio hacia la cultura, porque para todo marxista verdadero la cultura, la ciencia y el arte han sido y seguirán siendo valores esenciales.
El joven que en 1923 fundó la Falange de Acción Cubana —una de las consecuencias inmediatas de la Protesta—, que tenía como tarea única el combate contra la corrupción administrativa, era el mismo que un lustro después definiría al imperialismo como causante de nuestra deformación estructural, abrazaría el marxismo-leninismo y ocuparía tareas de dirección en el primer Partido Comunista de Cuba. Solo una honestidad proverbial, de profunda estirpe martiana, pudo determinar en tan breve tiempo cambios tan trascendentes y radicales.
La Protesta de los Trece, la juventud intelectual se rebela —título que anticipa, de manera reflexiva y sugerente, tanto el contenido como las premisas y el enfoque del estudio realizado, ya que de los protestantes solo uno pasaba de los 30 años de edad, tres de ellos tenían entre 26 y 29 años, y el resto, unos nueve, tenía entre 22 y 25 años— añade otra contribución más allá del tema central del texto y esta es la incuestionable validez del hecho para reflexionar sobre los desafíos y las alternativas que la intelectualidad cubana tiene hoy ante sí.
No corresponde a la prologuista recorrer todos los senderos, precisiones y aristas de un libro que, aunque breve, está apoyado en una profusa documentación y en una rigurosa revisión bibliográfica, a lo que se añade la propia experiencia del autor, que en su tesis doctoral sobre Marinello hizo un examen exhaustivo de la llamada «década crítica» (1920-1930). Estas breves meditaciones y elementos expuestos solo tienen la finalidad de motivar la lectura de un texto interesante y revelador.
El paso de un siglo no ha podido vencer el gesto de Rubén Martínez Villena. Aún lo vemos firme, como semilla en un surco de fuego, en su inalterable decisión de enfrentar con valentía y expedito entendimiento revolucionario las causas de la corrupción creciente, fenómeno que no se limitaba a la actuación de un ministro indecoroso. Esta obra, escrita por Mario Antonio Padilla Torres con humildad y pasión revolucionarias, puede ayudar mucho al conocimiento de una página gloriosa de nuestra historia, la cual revela la imprescindible tarea de que los jóvenes intelectuales se hagan depositarios del proceso histórico de la cultura y, en general, de la Revolución cubana, síntesis de las seculares luchas por la libertad y la justicia social libradas por los hijos de esta tierra.
El pasado tiene una función social. La capacidad de mirar hacia adelante requiere conocer nuestros orígenes —quiénes nos antecedieron, qué hicieron, cuáles fueron los valores que guiaron su comportamiento y a qué enemigos se enfrentaron—, para así poder vivir en consecuencia.
La Protesta de los Trece continúa, después de cien años, mostrando la tarea y responsabilidad de los intelectuales honestos y revolucionarios, porque su significado verdadero no se halla en un gesto ocasional, aunque digno, sino en haber sido el anuncio de una nueva interpretación de nuestra realidad y de un cauce, nuevo también, para transformarla. Su médula, su más persistente hazaña, está en la lealtad de los intelectuales de hoy a la Revolución, proceso que impulsa «la dignidad plena» del ser humano, que reclamaba Martí, y continúa convocando a regocijarse con la libertad y la justicia social, la belleza y la imaginación, consustanciales a la sociedad socialista que construimos.
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Enlace a la descarga gratuita del libro La Protesta de los Trece, la juventud intelectual se rebela de Mario Antonio Padilla Torres
[i] Juan Marinello: Obras. Cuba: Cultura [compilación, selección y notas de Ana Suárez Díaz], Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1989, p. 503.
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