Virgilio López Lemus es un nombre imprescindible de nuestra cultura. Ama desde su primera infancia los libros y el placer que produce leer, amor que con los años se mantiene y crece. Pasión y conocimiento son palabras que caracterizan su talento y labor, cuya actividad de investigación literaria constituye un referente obligado para los estudiosos o cualquier interesado. La poesía, a la que califica como identidad, ha ocupado y ocupa casi todo su tiempo creador. Gran parte de su esfuerzo ha estado encaminado a examinar los valores de nuestra estrofa nacional, con el fin de dar a conocer su verdadera dimensión. Incansablemente trasmite sus múltiples saberes en libros, conferencias, talleres, cursos, artículos, panoramas creadores… Diversas son las áreas temáticas, las obras significativas, las figuras imprescindibles de la cultura de nuestro país y del mundo que han recibido su atención sensible. En el trabajo promocional e institucional, sobre todo en el orden académico, ha desplegado un rico espectro de búsquedas, en las que ha obtenido notables resultados. Y puede considerarse un afortunado, porque ha consagrado su vida a un quehacer escogido por vocación, y porque lo acompaña, como un talismán, la capacidad de salvar que siempre tiene la poesía.
La poesía siempre trata de volver a los orígenes. Allá en tu Fomento natal, y en medio de tu familia, ¿cómo te relacionabas con el libro, con la lectura, con la poesía?
Viví permanentemente en Fomento hasta mis catorce años de edad. Tuve bastante tiempo, pues, para iniciarme allí como un lector librofágico, pues aprendí a leer cuentecitos de hadas a los cinco años de edad, venidos en librillos adecuados para la lectura de un prescolar ávido de aprender, de saber más, inconsciente por entonces de que la sabiduría es infinita. Desde esa edad ternísima amé las ficciones mágicas, los cuentos de leyendas maravillosas y no muy tarde aprehendí la ciencia ficción por medio de Supermán y Marvila. Nadie me impulsó a que leyera, en mi familia no había ni grandes ni pequeños lectores, cuando más se escuchaban novelas por la radio, se leía algo de Corín Tellado y recuerdo que en la peluquería de mis tíos se vendían libros de José Ángel Buesa. Creo que tuve un amor «innato» por la lectura y los libros, cosa que no ha sucumbido en mí a la entrada de lo que Lezama Lima llamaba la Tristitia caducitatis. Mi primer libro de poemas me lo regaló, a mis ocho años, mi abuelo paterno, y conservo ese ejemplar: El arquero divino, de Amado Nervo. Desde entonces supe que «el día que me quieras tendrá más luz que junio». Pero a mí no me gusta volver a los orígenes, no me gusta la marcha atrás, si pudiera viajar en el tiempo, iría a varios futuros, para ver… Y, por cierto, quien lea solo libros, no ha aprendido a leer en las nubes, que ofrecen lecturas fantásticas, o en el mar, los ríos («que van a dar a la mar»), los árboles, los rostros de las personas… La lectura es también un ejercicio infinito.
Eres un poeta que gustas de examinar a los poemas, a los poetas, a las poéticas. Coméntanos tu experiencia como investigador de la poesía en general.
No solo gusto: me apasiono por ello. A mis veintidós años descubrí el valor salvífico de la poesía y creo que, en efecto, ella salvó mi vida, ¿de qué?, no sé, simplemente me siento salvado. Observo al mundo en función de la poesía, de modo que me interesó escribir la crítica literaria, el ensayismo, y dedicarme a la investigación, solo por una vocación incontenible. A esa misma edad de mi «salvación», de haberle hallado el valor «crístico» a la poesía, también me di cuenta de que la Naturaleza no me dio los dones de un Shakespeare, y que tendría que ser y hacer lo que pudiera, lo que fuese capaz. De modo que pensé que no tenía mucho tiempo que perder, pues los tirones de las circunstancias sociales, de la vida cotidiana, de la sexualidad y de la alimentación obligada consumían mucho más tiempo que el que yo deseaba dedicar a esa vocación. Cuando me gradué como Licenciado en Lengua y Literaturas Hispánicas en 1975, me mandaron a trabajar al entonces existente Instituto de la Infancia para labores redaccionales, pero quise dejar mi huella investigativa allí y armé con una colega un libro teórico aún en uso en los círculos infantiles. Luego me fui a trabajar una década a la Editorial Letras Cubanas, y fui el tipo de editor-gestor que nunca se conformó con la revisión de los libros que me tocaban por plan, sino que armé algunos (por ejemplo, de Alejo Carpentier) nacidos de mi trabajo investigativo. Por último, laboré por veintidós años como investigador (y pasé tres de las cuatro categorías de un investigador profesional: agregado, auxiliar y titular) en el Instituto de Literatura y Lingüística. Cuando me jubilé, le había sacado mucho partido al tiempo de trabajo pues varios de los libros que forjé allí, en privado o en equipo, obtuvieron diversos premios, pero sobre todo creo que son de utilidad estudiosa. Si vemos la variedad de temas que he trabajado dentro de la ensayística, podemos llegar a la conclusión de que no soy un investigador solo de la poesía, sino de la literatura en general.
Has dedicado parte importante de tu vida a valorar la actividad y la historia de la décima oral y escrita. ¿Qué opinión te merece la tradición decimística cubana en ambas áreas de expresión?
Me alegra que usted defina: «en ambas áreas de expresión», pues la confusión ha sido mucha y se ha intentado estudiar la oralidad con armas literarias, y no pocas personas muy bien intencionadas han armado un potaje difícil de digerir en materia de conceptos. Traté de hacer un estudio filológico de la estrofa cuando ella se convierte en texto escrito, por eso fui a los orígenes (La décima renacentista y barroca, 2002), desde el siglo xv hasta nuestros días, con énfasis en los siglos de hallazgo y explosión de la espinela. Enuncié que la estrofa decimista es un producto de la identidad hispánica, del idioma español, y un puente intercultural de muchas naciones hispanohablantes, si no de casi todas. Luego formulé que en el campo de la oralidad la décima (solo la variante espineliana) se convirtió en un «complejo cultural», que implica desde la creación de la estrofa misma hasta su musicalización y su caudal como estrofa para espectáculo público. Lo dejé dicho en mis cuatro libros sobre esa estrofa y a veces repiten otras personas esos asertos sin ofrecer la fuente, pero tampoco importa mucho, pues la verdad pertenece a todos. Aun veo con tristeza cómo se confunde a la variante principal, la espinela, como la única décima existente, no he ganado esa batalla, de modo que en mi libro Métrica, verso libre y poesía experimental de la lengua española, ya con tres ediciones (2009, 2017, 2019), le dedico espacio privilegiado y muestro al menos diez maneras de escribir décimas e incluso las variantes constructivas dentro de la misma espinela, que no es solo dos redondillas unidas por dos versos puentes. Hace siete años entregué a la Editorial Oriente de Santiago de Cuba mi último libro (espero que así sea) sobre esa estrofa: Décima fiel, y aspiro a que sus propuestas no hayan envejecido demasiado cuando por fin quiera Dios que lo publiquen. Por último, siento el mayor de los respetos por la tradición decimista de la lengua española y en particular por la cubana, tanto en sus dos vertientes oral o escrita. Ese respeto me ha llevado a estudiar mucho menos la décima oral con dedicación, porque no soy un oralista, ni un folclorista ni un etnólogo. La décima, suerte de obelisco de letras y palabras, tiene aún existencia prolongada y sorpresas por darnos en todas las vertientes creativas.
También te has empleado a fondo como antólogo. ¿Cuál es la utilidad de las colectáneas, muestras, selecciones, antologías poéticas de todo tipo?
Hay que salir en busca del lector. Si no se lee mucha poesía, como de mala leche se afirma sin que haya al menos una encuesta que lo demuestre, pues hay que hacer de todo para hacerla llegar a lectores muy variados, y para eso, entre otras virtudes, sirve una colectánea, una selección, una antología, que, claro está, no son las mismas cosas. En unos casos se compila, en otros se hace una selección y en lo que propiamente debe ser considerado una antología, naturalmente se antologa y se muestra lo mejor de un autor, de una corriente o momento histórico, de una nación o región o de un idioma. Hay también mucha confusión al respecto de la terminología. He hecho más de quince de los tres tipos, y creo que la más importante ha sido Doscientos años de poesía cubana (1999 y 2002), de la que en total se editaron unos catorce mil ejemplares, creo que la de mayor tirada hasta hoy entre las numerosas antología líricas cubanas. He publicado compilaciones, selecciones y propiamente antologías en Cuba, España, Italia y Brasil. Y las he publicado de todos los tipos: de un autor (por ejemplo, las que hice sobre las obras de Rilke, de Pessoa o de Buesa), sobre una corriente poética (del coloquialismo), sobre una generación (la generación del cincuenta), sobre un siglo (Veinte poetas cubanos do século vinte, en Brasil 1994), temáticas (sobre amor o sobre la independencia de Hispanoamérica, y de obras de otros países, sobre todo de lengua portuguesa), etcétera. He sido también traductor y versionista, si traductor es traidor, versionista es diversionista, es un oficio difícil, pero resulta un buen camino en el arduo arte de ser un servidor de la poesía.
El ejercicio de la crítica ha sido permanente en tu trayectoria intelectual. ¿Cómo crees que se forma un crítico de poesía, y qué atributos deben caracterizarlo?
Nada poético me es ajeno y he sido un adepto de la poesía en todas las formas y maneras que me ha sido dado servirla. Pero no soy solo un crítico de poesía: tampoco nada literario me es ajeno. He trabajado intensamente sobre narrativa, de hecho escribí un libro sobre Gabriel García Márquez con tres ediciones, 1982, 1988 y 1990 en ruso, y no poco sobre obras de Carpentier, por ejemplo Entrevistas de 1985, así como del Lezama narrador y sobre muchos otros narradores. Asimismo, me he dedicado a desentrañar el ensayismo cubano y hay varios textos míos sobre ello en la Historia de la literatura cubana, tomos II y III, del Instituto de Literatura y Lingüística. Existen algunos libros de mi autoría estrictamente clasificables como crítica literaria, pero otros son de aspectos teóricos, ensayismo de varios tipos (docentes, investigativos, o ensayos di piacere). Pero si algo por fin soy en verdad, es un poeta con un afán tremendo de saber y comunicar. Si, como dije, la sabiduría es infinita, tratar de comunicar lo aprendido es tarea inmensa, compleja y un «trabajo de peligrosidad», porque mayoritariamente he advertido que se agradece poco, se refuta mucho hasta de maneras feas y el crítico o el ensayista se ve sujeto al constante ninguneo, desaires, tratamientos poco corteses y hasta al saqueo de sus ideas sin citar fuentes. Bueno, aunque todo está relacionado, me fui bastante lejos de la pregunta esencial: ¿cómo se forma un crítico? Primero debe tener la vocación muy definida y a prueba de choque, luego debe aumentar cada vez más su cultura no solo en la esfera o especialidad que haya elegido, no puede nunca dejar de leer de lo humano y de lo divino intensamente y estar al día de «lo último» en el campo de las ciencias sociales y humanísticas. Puede haber una formación docente, pero asimismo debe haber una más intensa autoformación. Sin ello, un crítico puede serlo, pero a la vez quedarse siempre en la redes de lo superficial. Y no está mal, también se necesita comentar y criticar las superficies.
Has explorado nuestro devenir poético. ¿Nos compartirías algunos rasgos que desde tu punto de vista distinguen la práctica poética en nuestro siglo xix, nuestro siglo xx, lo que va del siglo xxi?
Bueno, bueno, aquí usted me propone una meta enciclopédica. Para definir eso, he escrito libros completos, hasta de más de cuatrocientos páginas, como El siglo entero. El discurso poético de la nación cubana en el siglo xx (2008 y Madrid 2018). Si lo que usted me sugiere es que distinga factores comunes, diría que el esencial es la expresión de la identidad nacional cubana y de la idiosincrasia del cubano y su modo de manifestar su materialidad y su espiritualidad. Por ese camino señalaría temas constantes como la naturaleza, el amor, los llamados temas «eternos» de la poesía, la vida social y política de la nación, Cuba en el mundo y el mundo en Cuba. Eso puede sostenerse así para la poesía escrita dentro de los límites geográficos cubanos y en la poesía de las emigraciones desde el siglo xix hasta hoy mismo. Incluso la llamada «poesía pura» en la década de 1930 tuvo la conciencia clara de ser cubana, y en un hombre de tres patrias como Eugenio Florit, nacido en España, crecido en Cuba desde los quince años y radicado la mayor parte de su vida en Estados Unidos de América donde falleció, la conciencia de la cubanía resultó fuerte y decisiva. Muchas veces creo que la poesía nuestra está hecha por cubanos-poetas, cubano delante, aunque en su obra crezca el fervor de la universalidad.
El concepto de identidad es muy importante en tu visión de la poesía. Coméntanos este aspecto de tu perspectiva crítica.
Creo que poesía es identidad. La poesía identifica al poeta, al grupo social al que pertenece, a su nación o idioma… La poesía resulta una de las maneras esenciales de expresión de la especie humana y el testimonio de su «alma», de los seres individuales y de la colectividad. Entonces resulta esencial dilucidar los componentes identitarios de una poesía autoral, o de una nación o lengua, de la aprehensión básica de un arte, el arte de la palabra. Claro que nos estamos refiriendo a un género literario llamado poesía. Pero voy más allá, pues la poesía resulta nada menos que la expresión de la materia en el cosmos, quizás también de la energía en él. Las cosas (y Rilke quiso escribir el poema-cosa) tienen expresión captable por los sentidos, solo tiene que haber cerca de ellas un receptor de su lenguaje, alguien que lo pueda convertir en formulación artística, y ese artista de la palabra es el poeta. Dicho esto, introducirnos en los asuntos de identidad es entrar al meollo de la expresión poética del universo.
La vida literaria posee sus propios mecanismos, y uno de los más utilizados en nuestro medio es lo relacionado con los concursos y premios. Nos gustaría conocer tu opinión sobre esta afirmación.
¿Hay una «vida literaria» fuera de la escritura y los propios libros? Bueno, la vida social centrada en los asuntos literarios (si es que ellos pueden ser centro de la vida cotidiana) resulta tan compleja como otras: la vida deportiva, o científica, o laboral o afectiva en sentido general. Dentro de la literaria habría que dividirla en secciones, una de ellas y bastante menor son las premiaciones. Creo que un verdadero creador no lo es para ser premiado, sino que el placer de su trabajo es el mayor premio que pueda recibir. Pero los concursos existen y a veces sobreabundan, y muchas veces algunos creadores se especializan en ellos, es como si hubiesen nacido para ser premiados, llegan a «coleccionarlos». Esto es bueno, y es malo. Los concursos apelan a la carrera cuantitativa de un escritor, a los tics del éxito, al aplauso por lo hecho o a) a ganar algo de dinero, b) a lograr que el libro premiado se edite. Ambas razones no son propiamente «literarias», pero respetables. Durante un tiempo he estado en contra de la proliferación concursera, pero dadas las situaciones sociales cubanas en específico, he hecho silencio sobre ellos y hasta he concursado yo mismo, cosa que no había hecho jamás, o no jamás, sino solo pocas veces con poca fortuna. Comprendo que los escritores más prolíficos, los que logran varias obras en una década, se desesperan ante la carencia de papel o de tinta o de equipos o de impresoras adecuadas, de editoriales con pobres capacidades para imprimir, y se acude al concurso como vía directa de salida, no para todos, sino para los que logran tener el mejor libro entre los concursantes, o el libro más grato al jurado, u otros avatares sociales que no son propiamente literarios, como tener amigos entre los decisores. Por ese motivo he dudado ante las palabas «vida literaria». ¿Concursar y ganar es vivir «literariamente»? Creo que la profusión de concursos le hace mucho más mal que bien a la literatura, un autor puede dividir el libro creado en tres partes para ganar con él sendos premios, de diversos concursos. Y luego quien tenga ojos para ver y sobre todo un crítico literario, se da cuenta de que esos tres, cuatro, cinco pequeños volúmenes premiados formaban en verdad un solo libro y… Este asunto tiene mucha tela, no puedo abarcarla en una respuesta, pero no siempre ganan los de más calidad, ni el mejor texto, ni por ganar esa obra se convierte en trascendente. Cientos de obras premiadas van pasando gradualmente al olvido o viven sobre el prestigio que el autor haya alcanzado entre otras razones por haber sido tan premiado, y no siempre por el hecho de haber logrado obras imprescindibles en el tractus literario de su tiempo. Los premios pueden fabricar muchas celebridades. El afán competitivo humano hace que también el poeta se acostumbre al aplauso y termine por tener tras de su vida una ristra de premios de los que uno, dos o tres pueden dar prestigio, pero cuando son muchísimos más bien levantan sospechas sobre el multiganador y sus obras. Ahora bien, ante carencia de medios para publicar: concursa, concursa y, si ganas, al menos verás editado tu libro. Esta última idea, como se puede advertir, es estrictamente circunstancial.
El mundo ha arribado, de crisis en crisis, a una encrucijada tremenda. ¿Cómo ves la poesía en toda esta atmósfera global?
La poesía salva. Por ella no se declaran guerras mundiales, cuando más unos poetas no soportan a los otros, pero la sangre no suele llegar al río, salvo que el poeta sea Santos Chocano. También hay crisis en la poesía, por eso Lezama Lima distinguió las «eras imaginarias», en las que suele haber poesía sin poetas y sin grandes obras literarias. Desde que salimos de las cavernas patrias, todas las épocas son encrucijadas: o se toma hacia la izquierda o se avanza hacia la derecha o el camino sigue recto, al centro: una suerte de jardín de senderos que se bifurcan. La poesía acompaña al ser humano en esas travesías desde las propias cavernas, cuando era dibujada en las piedras. Ahora mismo la humanidad enfrenta encrucijadas tremendas: ¿faltará el agua o sobrará el mar?, ¿las olas de calor serán tan intensas que crecerán los ciclones, los terremotos, la explosión de volcanes?, ¿descenderemos por fin en Marte? (esperemos que seamos simbólicos y no lo hagamos un miércoles). ¿Aparecerá por fin la segura existencia de la vida extraterrestre? ¿Cómo crecerá la discusión futura entre China y los Estados Unidos? Puedo enumerar decenas de encrucijadas más, pero yo nací en Fomento, no en Encrucijada, y como poeta lo único que podría es advertir que la poesía nos acompañará como especie en todos los momentos altos, bajos o de meseta de nuestras vidas. Es una pena que Nostradamus no predijera nada directamente sobre ella, pero la poesía forma parte inalienable de la atmósfera global.
No podemos definir la poesía, pero al menos debemos tener una hipótesis para poder desplegarla. ¿Cuál es tu hipótesis?
No tengo la soberbia de creer que pueda ofrecer la «definición» única de la poesía y quizás todas las que se hagan sean verdaderas. Sin embargo y fuera de ese propósito, he venido definiéndola: ella es identidad. Pero la poesía es una palabra en singular de significado plural, como la vida, y la vida es indefinible, como la poesía. No creo solo en la poesía que se escribe y se convierte en texto, sino también en aquella que se fuga cuando «ya había(s) alcanzado tu definición mejor», o la que José Martí no podía anotar porque era materia transfugaticia. La escrita se basa en la capacidad de exponer las categorías estéticas con lumbre o con oscuridad. Y la oralizada es eso: aire que se va en el aire, aire de belleza, pero fugaz. A no ser que todo sea estrictamente fugaz y la poesía sea la expresión de la fugacidad, la fijeza de lo imposible de fijar, como las ondas cuánticas.
Virgilio López Lemus (Fomento, Sancti Spíritus, 1946). Poeta, ensayista, crítico, traductor, profesor e investigador literario. Doctor en Ciencias Filológicas. Licenciado en Lengua y Literaturas Hispánicas. Investigador Titular en el Instituto de Literatura y Lingüística (jubilado). Profesor en varios centros docentes y Profesor Titular (tiempo parcial) de la Facultad de Artes y Letras, Universidad de La Habana. Académico de Mérito de la Academia de Ciencias de Cuba, editor por más de diez años de Teoría y Crítica Literarias en Editorial Letras Cubanas. Ha sido Professeur Invité con rango de Académico (Professeur des Universités) en las Universidades de Rouen y Caen, en Francia (2008-2009, 2009-2010) y Profesor invitado-escritor en residencia en la Universidad Católica de Chile. Condecorado con la Distinción por la Cultura Nacional (1995) y la Orden Carlos J. Finlay (2008), Hijo Ilustre de la provincia de Sancti Spíritus e Hijo Distinguido de la ciudad de Cienfuegos, y otras varias distinciones cubanas, así como de México (Visitante Distinguido de Veracruz), Brasil (Escritor Extranjero del Año 1996, Estado de Río Grande del Sur) y España (Reconocimiento del Gobierno Canario por sus aportes al estudio de la décima y Premio Internacional de Ensayo de Investigación de Humanidades «Millares Carlo», 2004). Beca de Investigación para Hispanistas del Ministerio Español de Asuntos Exteriores (1994). Miembro del jurado de los más importantes concursos literarios cubanos y algunos españoles y de tribunales académicos y docentes en Cuba y Francia. Ha ofrecido conferencias en universidades e instituciones culturales de Cuba, Canadá, Estados Unidos, México, Brasil, Uruguay, Argentina, República Dominicana, Venezuela, Ecuador, Chile, Colombia, Martinica, Macedonia, Italia, Francia, Alemania, Marruecos y España; más de trescientos textos suyos se han publicado en libros, revistas y periódicos en esos países y también en Perú, Rusia (ex URSS), Suiza, Rumania, Bulgaria. Traducido a nueve idiomas, es traductor del portugués. Ha publicado volúmenes de antologías de la poesía cubana en Cuba, Brasil, Italia y España, entre ellas Doscientos años de poesía cubana (1790-1990), Cien poemas antológicos (La Habana, 1999 y 2002). Miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, socio de la Sociedad Económica de Amigos del País y ex presidente de sus secciones de Educación y de Cultura, fue Presidente de la Comisión de Categorías Científicas para las Ciencias Sociales del CITMA y ex miembro de la Comisión de Grados Científicos de la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana, así como miembro de los consejos científicos de las Fundaciones Alejo Carpentier (hasta 2008) y Nicolás Guillén y del Instituto de Literatura y Lingüística (hasta 2012). Miembro Correspondiente (ad vitam) del Instituto Histórico y Geográfico de Brasil, Miembro de Honor de la Asociación de Profesores de Español y Literatura de México; pertenece a varias cátedras literarias cubanas, brasileña, dominicana, española y francesa; asesor de las Editoriales Arte y Literatura y Extramuros, miembro de los consejos de redacción de las revistas Signos, Anaconda (Ecuador) y de la revista de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de la Universidad de Rouen (hasta 2010). Ha publicado más de una docena de poemarios, entre ellos: El pan de Aser (La Habana, 1987), La sola edad (La Habana, 1990), Cuadernos de Otredad (Porto Alegre, Brasil, 1994, edición bilingüe), Quaderno di Macedonia (Italia, 1996), Cuerpo del día (La Habana, 2000), La Eterna Edad (La Habana, 2005), Un leve golpe de aldaba (La Habana, 2006), Cauteloso verano (Ronda, España, 2007), Hipno (2019), Escribo en carne humana (Bogotá, 2018). Ha editado numerosos libros de ensayos, entre ellos: García Márquez: una vocación incontenible (La Habana, 1982 / 2ª. Ed. aumentada, 1987/ Ed. en ruso, 1990), Palabras del trasfondo. Estudio de la poesía coloquialista cubana (La Habana, 1988), Samuel o la abeja. Estudio de la poética de Samuel Feijóo (La Habana, 1996), La imagen y el cuerpo. Lezama y Sarduy (La Habana, 1998), La décima constante (La Habana, 2000, Premio de la Crítica Científica), Dulce María Loynaz. Estudios sobre la obra de una cubana universal (Tenerife, 2000 / 2ª. Ed. ampliada, Pinar del Río, 2005), Eros y Thanatos. La obra poética de Justo Jorge Padrón (Madrid, 2002), Aguas tributarias. Ensayos sobre poética (La Habana, 2004), Narciso, las aguas y el espejo (Las Palmas de Gran Canaria, 2004 / 2ª. Ed. ampliada, La Habana, 2007), El siglo entero. El discurso poético de la nación cubana en el siglo xx y Métrica, verso libre y poesía experimental de la lengua española (ambos Premio Anual de la Academia de Ciencias de Cuba del 2006 y 2009), Umbral para una era imaginaria. Acercamientos a Rainer María Rilke (2017, Premio de la Crítica). Ha sido nominado al Premio Nacional de Literatura desde 2000 hasta la fecha (salvo 2002 y 2014).
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