Paddy Breathnach dirigió Viva en 2015. La película cuenta la historia de un travesti joven, huérfano de madre, que un día recibe la inesperada visita de su padre, el hombre que lo abandonó cuando era niño. Casi estentóreo, el drama del joven Jesús —quiere actuar y cantar, y Mama, la dueña de un salón, accede, y él decide llamarse Viva— se inserta muy bien en el contexto cubano, pero con la dosis de tremendismo acostumbrada de los filmes que se interesan en referenciar el mundo habanero marginal.
La Habana es novelesca, por supuesto —como Berlín, como Atenas, como cualquier urbe de espesor histórico—, y esa es la razón por la que la ciudad se desdobla muchas veces, pasando por La Habana como ciudad maravilla (aquí no se incluyen los solares de la calle Teniente Rey, ni los agujeros impresumibles de la calzada de Diez de Octubre), La Habana marítima y colonial, La Habana residual y elegante de El Vedado, La Habana del comercio sexual, o La Habana cosmopolita y secreta de las grandes residencias.
Viva actúa y elabora su personaje —es flaco, un poco descuidado cuando deja que su pene se marque en el vestido, y prefiere usar pelucas de cabellos cortos— hasta el día en que Ángel, su padre (Jorge Perugorría), reaparece y lo golpea en medio del show. Se trata de un alcohólico violento, homófobo y, en general, peleado con la existencia. Un hombre sin horizontes, mustio, lleno de tristezas. Ha vuelto de la cárcel (donde estaba a causa de la muerte de un hombre) y a Jesús la vida se le complica. Sin embargo, el hombre que ha regresado lo ha hecho para morir. Le conceden la libertad porque tiene cáncer y le queda poco tiempo.
Pero Jesús (Héctor Medina) se entera de esto cuando ya se ha reconciliado con ese extraño ser a quien él le ofrece lo único que tiene: el cariño. Y es el trazado de ese proceso de reconciliación —entre los actos para alejar la miseria (prostituirse) y los momentos en que Viva deslumbra al público— lo que transforma la actuación de Héctor Medina en un sólido testimonio de su talento.
¿Por qué a esta isla le gustará tanto el cabrón drama?, grita Mama. El cabrón drama, el maldito drama, es como el aire y el agua de Virgilio Piñera: una circunstancia avasalladora. Estamos no en los años del célebre poema piñeriano, cuyos versos se actualizan una y otra vez dentro de ese drama de la vida difícil, de la vida (cubana) como zozobra e incertidumbre.
La reformulación de la existencia de Jesús pasa por la añadidura definitiva de Viva a su alma, y también pasa por el viacrucis de la decadencia y muerte de su padre, cuyo cuerpo limpia,atónito. Ambos se han apoderado de la amistad, de la compañía interior, de lo confesional, y Ángel llega, incluso, a enorgullecerse de Viva, cuando la ve rodeada de aplausos.
La película posee algunos excesos, pero no sería impropio decir, al mismo tiempo, que son los que pertenecen, de manera congruente, a la historia contada, no a su contexto o a su presunta indagación antropológica, que por suerte no existe. De cierto modo es visualmente austera y maneja la frugalidad como un recurso eficaz.
He aquí a Viva, un travesti que canta. Medina lo arma muy bien.Su amaneramiento es sobrio y está matizado por la tristeza.Su homosexualidad es debidamente pasiva (digámoslo así, halagando las convenciones) y su introversión es la otra cara de ese personaje que por las noches gesticula brioso en el escenario, en busca de una franqueza esencial.
Post-scriptum:
El cuerpo queer, sobre todo en el audiovisual de los últimos treinta años, se constituye en el vestíbulo de la ampliación —muy agónica por parte de los binarismos sociales preestablecidos— del concepto de lo humano. El cuerpo queer cuestiona los ordenamientos simétricos y el esencialismo de la naturaleza humana. El cuerpo queer, pero sobre todo su imaginario y su perceptibilidad (la querella por la perceptibilidad), se opone al modelo del humanismo occidental. Por eso las vacuolas interculturales devienen queer en su variedad inclusiva, que es algo a lo cual se oponen las formas más avanzadas del capitalismo. Desplazados de todos los sitios posibles, y hasta de los imposibles, ¡únanse!
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