
Sobre el autor
Enrique Linh (Santiago de Chile 3 de septiembre de 1929 – Santiago de Chile 10 de julio de 1988.) fue un poeta, dramaturgo, pintor, dibujante y escritor chileno, considerado una de las voces imprescindibles de la poesía hispanoamericana del siglo XX.
Pese a ser conocido principalmente por su labor poética, este miembro de la Generación Literaria de 1950 supo también desplegar su discurso ácido y escéptico en el ámbito de la crítica, la narrativa, la dramaturgia, el comic y el happening, hecho que lo convirtió en un fecundo animador de la vida literaria y cultural del Santiago de su época.
En 1966 resultó ganador del Premio Casa de las Américas por su obra Poesía de paso, a la que se suman más de una treintena de libros de diversos géneros, marcados por su visión crítica y descarnada de la vida y la literatura.
Como homenaje en el aniversario de su natalicio, compartimos una selección de su obra poética.
Fragmentos de su obra
Literatura
Cuando me encuentro con otros escritores no hacemos más que hablar como buenos o malos funcionarios de la Literatura: a uno lo publica Siglo XXI, y a otro, como a mí, Centro Editor no le pagará nunca sus derechos de autor; cuando me encuentro con la Literatura no me saco el sombrero, quiero a mis amigos pero ninguno de nosotros llegará muy lejos: más acá del horizonte donde brillan quienes llamaría un imbécil los astros de primera magnitud. Cuando me encuentro con los astros de primera magnitud y esos pavos reales brillan con la debida discreción yo los invitaría a vomitar, porque escribir también como ellos es ejercer el oficio más blando. Cuando me encuentro conmigo mismo frente al papel en blanco pienso en pavos reales y trato al menos de no ser brillante, pero escribo en la medida en que odio a la literatura, y a los autores jóvenes me gustaría gritarles basta de farsas, ustedes entrarán también en el negocio porque la literatura es el oficio más blando también para quienes lo practican con odio. Miren cómo se eclipsa un astro de primera magnitud y no pongan, en cambio por ustedes mismos las manos al fuego Nadie ha dejado aquí de cumplir con su deber salvo unos cuantos tipos repugnantes, y él que brilló hasta extenuarse y desplumarse mientras a pesar suyo esos gritos de protesta, necesariamente bien articulados y qué, acaso, ¿era el vacío su auditor? Regresaban a sus despensas convertidos en artículos de consumo por aquellos a quienes se dirigían esos gritos gente laboriosa en su ociosidad y pacientes y por lo mismo, los únicos amantes de la belleza, la gata del Olimpo. Las siete vidas del poeta bastan y sobran para convertir a un terrorista en un hombre de orden pero la Literatura es de por sí lo contrario de un verdadero escándalo a lo sumo una buena inversión de la historia para los raros momentos en que se repliega la barbarie y el heroísmo de la oposición deja de ser sobreestimado los espíritus sensibles brotan entonces como hongos conmovidos por el testimonio de los tiempos oscuros.
Nunca salí del horroroso Chile
Nunca salí del horroroso Chile
mis viajes que no son imaginarios
tardíos sí – momentos de un momento –
no me desarraigaron del eriazo
remoto y presuntuoso
Nunca salí del habla que el Liceo Alemán
me inflingió en sus dos patios como en un regimiento
mordiendo en ella el polvo de un exilio imposible
Otras lenguas me inspiran un sagrado rencor:
el miedo de perder con la lengua materna
toda la realidad. Nunca salí de nada.
Corte de pelo
Te pedí que te cortaras el pelo
para que volviera a su suavidad natural
Como todo lo demás lo hiciste a medias
A medias me rompieron la cara en tu nombre, a la vuelta de
la esquina
y a medias me esperabas, entre tanto, en la casa pues partiste
enseguida
a refugiarte en otra. Y a medias le habías dicho al agresor
que me amabas. Pero, eso sí, le diste mi nombre y mi dirección
pues no todo ha de hacerse a medias
tuviste la honradez de pensar
en un cincuenta por ciento
Porque escribí
Ahora que quizás, en un año de calma,
piense: la poesía me sirvió para esto:
no pude ser feliz, ello me fue negado,
pero escribí.
Escribí: fui la víctima
de la mendicidad y el orgullo mezclados
y ajusticié también a unos pocos lectores;
tendí la mano en puertas que nunca, nunca he visto;
una muchacha cayó, en otro mundo, a mis pies.
Pero escribí: tuve esta rara certeza,
la ilusión de tener el mundo entre las manos
¡qué ilusión más perfecta! como un cristo barroco
con toda su crueldad innecesaria
Escribí, mi escritura fue como la maleza
de flores ácimas pero flores en fin,
el pan de cada día de las tierras eriazas:
una caparazón de espinas y raíces
De la vida tomé todas estas palabras
como un niño oropel, guijarros junto al río:
las cosas de una magia, perfectamente inútiles
pero que siempre vuelven a renovar su encanto.
La especie de locura con que vuela un anciano
detrás de las palomas imitándolas
me fue dada en lugar de servir para algo.
Me condené escribiendo a que todos dudarán
de mi existencia real,
(días de mi escritura, solar del extranjero).
Todos los que sirvieron y los que fueron servidos
digo que pasarán porque escribí
y hacerlo significa trabajar con la muerte
codo a codo, robarle unos cuantos secretos.
En su origen el río es una veta de agua
allí, por un momento, siquiera, en esa altura
luego, al final, un mar que nadie ve
de los que están braceándose la vida.
Porque escribí fui un odio vergonzante,
pero el mar forma parte de mi escritura misma:
línea de la rompiente en que un verso se espuma
yo puedo reiterar la poesía.
Estuve enfermo, sin lugar a dudas
y no sólo de insomnio,
también de ideas fijas que me hicieron leer
con obscena atención a unos cuantos psicólogos,
pero escribí y el crimen fue menor,
lo pagué verso a verso hasta escribirlo,
porque de la palabra que se ajusta al abismo
surge un poco de oscura inteligencia
y a esa luz muchos monstruos no son ajusticiados.
Porque escribí no estuve en casa del verdugo
ni me dejé llevar por el amor a Dios
ni acepté que los hombres fueran dioses
ni me hice desear como escribiente
ni la pobreza me pareció atroz
ni el poder una cosa deseable
ni me lavé ni me ensucié las manos
ni fueron vírgenes mis mejores amigas
ni tuve como amigo a un fariseo
ni a pesar de la cólera
quise desbaratar a mi enemigo.
Pero escribí y me muero por mi cuenta,
porque escribí porque escribí estoy vivo.
Destiempo
Nuestro entusiasmo alentaba a estos días que corren entre la multitud de la igualdad de los días. Nuestra debilidad cifraba en ellos nuestra última esperanza. Pensábamos y el tiempo que no tendría precio se nos iba pasando pobremente y estos son, pues, los años venideros. Todo lo íbamos a resolver ahora. Teníamos la vida por delante. Lo mejor era no precipitarse.
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