En el aniversario luctuoso de Italo Calvino y en vísperas de su centenario

Dudar hasta lo inimaginable de las opiniones de los escritores sobre la obra de otros creadores, pero más que dudar, propongo disentir de estas aseveraciones. El poeta italiano Cesare Pavese (1908-1950) en el ya lejano 1949 —a un año de su suicidio—, en sus proféticas cartas alega, con respecto a los primeros cuentos del joven y prometedor narrador Italo Calvino (Santiago de las Vegas, La Habana, Cuba, 15 de octubre de 1923- Siena, Italia, 19 de septiembre de 1985), Por último, el cuervo, de tirada muy limitada y con ilustración al detalle de El jardín de las delicias, del pintor holandés Hierónymus Bosh, conocido en el ámbito castellano como El Bosco (1450-1516), lo siguiente: «uno scoiattollo della penna»[1], definición que de hecho dimensiona al recién llegado.[2] Pavese es muy comedido al realizar este tipo de elogio, él, que descreía de los homenajes y encomios a su propia producción literaria y a la de los otros, a lo largo de toda su vida solo le mereció un juicio parecido su íntimo amigo, Leone Ginzburg (1909-1944), judío nacido en Odessa en 1909, pero que vivió desde muy niño en Italia. Ambos asisten a los mismos colegios y concluyen la misma especialidad en la universidad de Turín. Ginzburg traduce al italiano a los maestros rusos —única diferencia con su amigo que prefiere el inglés— y muere el 5 de febrero de 1944 en la cárcel de Roma, torturado por los alemanes. O sea, Cesare Pavese se refiere en estos términos apologéticos de parecido nivel a la obra de un héroe nacional italiano y a la de un narrador joven, para muchos desconocido, en el cual había percibido una fuerza comunicativa nueva, no olvidar que el poeta se encuentra agotado y cercano a su «gesto postrero» que detallará con frases demoledoras en su diario de economía y hermetismo tangible: «Todo esto da asco. Basta de palabras. Un gesto. No escribiré más». Pavese que tal como escribió en su diario: Il Mestieri di vivere[3], el 18 de agosto de 1946 aseguraba con una gran sequedad y erudición: «Las lecciones no se dan, se aprenden», por lo tanto el recién llegado debía repensar el sentido mismo de la escritura y renovar el clima cultural italiano, tal y como se aconseja en el libro de ensayos: La literatura americana y otros ensayos.[4]
Analizado bien, notamos que Pavese alude a dos hacedores no nacidos en Italia, el hebreo en Odessa, Rusia; el vivaz cuentista, a su vez, en Santiago de las Vegas, Cuba. Tampoco será ocasional o gratuito el hecho de que el diario y los ensayos póstumos del aeda aparezcan seleccionados y prologados por Italo Calvino, el narrador sin equivocación dirá del poeta y los escasos momentos que compartieron, sobre todo alentando el proyecto de la Casa Editorial Einaudi turinesa: «Creo que Pavese es el más complejo, denso escritor italiano de nuestro tiempo, cualquier problema que uno se plantee, es imposible no referirse a él».[5]
¿Qué nuevos mecanismos trae a la literatura italiana este casi extraño púber para que, el siempre huraño Cesare Pavese lo acogiera inmediatamente con una amistad y una devoción infrecuente en sí mismo? Se nota más que atención y admiración recíproca, se paladea un conceptualismo mutativo o experimental que el poeta como discípulo privilegiado de Descartes ya intuye en Calvino y además lo invita, provocándolo a su afiliación en este ámbito. No resulta casual ni gratuito que cuando se analice —en cuanto al espacio de Italia— el ensayo como género literario creativo se pronuncien casi automáticamente los nombres de Cesare Pavese e Italo Calvino.[6]

El propio Calvino reconoce en sus palabras al autorretrato solicitado en 1984 por Felice Froio para el volumen intitulado: Dietro il successo. Ricordi e testimonianze di alcuni protagonisti del nostro tempo: quale segreto dietro il successo? (Detrás del suceso. Recuerdos y testimonios de algunos protagonistas de nuestro tiempo: ¿cuáles secretos detrás del suceso?), que obviamente desde 1949 tenía esbozado y casi terminado su libro El vizconde demediado de 1951, la historia «ridícula» de un noble partido en dos por un cañonazo en la época de las guerras austríaco-turcas, entre los siglos XVII y XVIII donde se fabula la «historia lineal», Italo Calvino trastoca los escenarios, pues, desea vernos pensar, o sea, su apuesta es para una porción de lectores y sabe, tal vez como nadie, que el tipo de apólogo de sensaciones esenciales que propone se divorcia de los discursos predominantes. Pero especulemos más, imaginemos que un inmaduro Calvino le lee a Pavese estos intentos comunicativos, propuestas epocales que incluso se ven abortadas, como por ejemplo: Il bianco veliero (El blanco velero), La collana della regina (El collar de la reina)[7], o I giovani del Po (Los jóvenes del Po), escritos con un marcado carácter social, documentos político-ideológico-sociales, ubicados en personalidades sui generis. Es el principio pitagórico de: «No le tiendas fácilmente la diestra a todo el mundo» y es más, resulta que los dos hacedores en sus obras se transfiguran no en el sentido de cambiar las figuras, sino en el menos evidente de traspasar las figuras. Calvino no se detendría, al contrario está comenzando, en esa forma generativa/engendrativa/ingeniosa de cambiar los marcos de referencias narrativos. Su sistema escritural es abierto, donde el centro no se halla en sí mismo sino en lo desconocido, lo inusitado a que alude su fragmentismo dialógico, o su hibridación fructífera. Pensemos, por supuesto, en el sujeto creado por él mismo y que nombra impronunciablemente como Qfwfq. Este versátil personaje que en Las Cosmicómicas[8] funge como narrador ficticio, posee la edad del universo y puede tomar para sus argumentos elementos de las más diversas teorías astronómicas y del conocimiento evolutivo humano, lo cual le confiere una contrastante comicidad de aceleración no solo a las palabras, sino también a las imágenes. Qfwfq posee muchos rasgos que para mí se habían prefigurado en un libro leído en la adolescencia —mi pubescencia de lector inexperto y compulsivo de la Biblioteca Nacional «José Martí»—, Memorias y vidas difíciles[9], donde unas hormigas argentinas impertinentes son toda la alegoría del relato y no los personajes, o sea el sujeto Qfwfq pertenece a la naturaleza de esos tenaces himenópteros argentinos que van a lo suyo —la traducción del lector de todo un campo de percepciones, de asociaciones, de memorización, etcétera. La narración es una disertación —al parecer absurda e ilógica— de la combinación de procedimientos de representación, lo cual se verifica en una sutil utilización de las técnicas narrativas de profundidad, que obviamente no son exclusivas de la literatura, pues más tarde serán explotadas por otras manifestaciones artísticas y en especial son ahondadas en el cine de vanguardia o vanguardista contemporáneo, paradigma sobre el cual retornaremos más adelante.


Leyendo la obra narrativa de Calvino uno llega a la conclusión de que se ha olvidado del Caribe, de Cuba —su lugar de origen—, pero sus guiños serios nos previenen ante tal «descuido», en 1964 maravillado con la fuerza épica de la Revolución Cubana, acepta visitar la Isla como jurado del Premio Casa de Las Américas de ese año, y además, contrae matrimonio en el país con una traductora argentina, Esther Singer, residente en París y que laboraba para distintos organismos internacionales, como la Unesco. En Cuba visita Santiago de las Vegas, en especial la casa donde nació y lo que queda de la estación experimental de Agricultura, en la cual trabajaron sus progenitores Mario y Eva Calvino que ahora se había transformado en un jardín botánico. Mas no es todo, un viaje a México en 1976 lo compulsiona a escribir un fragmento de Palomar (1983)[10] y las tres historias publicadas póstumamente por su esposa con el título: Bajo el sol jaguar (1991). Su relación con América no se detiene aquí, se puede rastrear en su amplia colaboración con universidades de los Estados Unidos, o su trabajo conjunto con el pintor chileno Roberto Sebastián Matta (1911-2002), logrando publicar la edición florentina de La Araucana (1978), o su evidente admiración y juicios por artistas hispanohablantes como: el argentino Jorge Luis Borges (1898-1986) o el mexicano Octavio Paz (1914-1998), entre otros. Cuando su viuda Esther Singer publicó entre 1991 y 1995 por la prestigiosa editorial Mondadori aquellos libros, que en vida del autor no pudieron ser impresos, recuerdo mis esfuerzos —en posesión de la lengua italiana— por hacerme de los volúmenes; todavía es un privilegio inimaginable haber leído ese libro híbrido: La gran bonanza de las Antillas, que se debe leer al mismo nivel que otras obras escritas por autores antillanos, y se me ocurre citar la obra de dos poetas: Cuaderno de un retorno al país natal, del gran poeta martiniqués Aimé Césaire (1913-2008)[11] y Omeros[12] del santaluceño, Premio Nobel de Literatura en 1992, Derek Walcott (1930-2017), demiurgos que desde la periferia, mediante una labor intensa con las lenguas de sus colonizadores, las devolvieron al centro de poder con una fuerza renovada e inusitada.
A inicios del septiembre otoñal en Rusia, mientras luchaba como El barón rampante[13] por no ser absorbido por la cultura eslava y, leía con furia juvenil Si una noche de invierno un viajero (1979)[14], nos sorprendió aquel 19 de septiembre de 1985 —como a muchos—, la noticia de su muerte. La URSS que en octubre y noviembre de 1951 lo había conocido apenas se movió, claro, sus memorias de aquella visita publicadas en el órgano de la izquierda italiana: L´Unitá resultaron un retrato positivo pero no brillante sobre la sociedad soviética[15], lo cual despertó serias suspicacias en la dirigencia política soviética y del Partido Comunista Italiano de la etapa, mas Calvino no era de ese tipo de escritor que se amilanaba por asuntos menores, para él la literatura constituía básicamente un equilibrio entre innovación y honestidad:
(…) profundizo en la que siempre fue mi convicción de que lo que cuenta es la complejidad de una civilización en el desarrollo de sus múltiples aspectos, en las cosas producidas por el trabajo, en las formas técnicas del hacer, en la experiencia, en el conocimiento, en la moral, en los valores que se concretan a través del trabajo práctico. En suma, mi idea siempre fue participar en la construcción de un contexto cultural que respondiera a las exigencias de una Italia moderna y en la que la literatura constituyera una fuerza innovadora y el depósito de las razones más profundas.
Por lo tanto, inferimos que sus novelas y ensayos son la metódica asimilación de esos principios; preceptos que de manera dinámica en la prosa calviniana se abren a infinitas posibilidades expresivas y sobre todo porque indaga no solo en límites marginados del saber, sino que también se sumerge en la marginalidad más recóndita de la experiencia del Homo Luden. En aquella etapa —finales de los años ochenta y principio de los noventa del siglo pasado—[16] quizás como nunca antes los presupuestos literarios se emparentaron con los cinematográficos y viceversa; tal vez por ello para el joven que el autor era entonces penetrar en: Si una noche de invierno un viajero era estar afiliado también a cierto cine de Stanley Kubrick (1928-1999) y casi todo el de Andréi Tarkovski (1932-1986), filmes —y no me apena expresarlo— que tienen mucho que ver con zonas bien profundas del diario pavesiano, por ejemplo: «La vida es cada signo visto a través de la inteligencia», que parece un dictamen semántico de Las ciudades invisibles, o filosófico más que literario.[17]
Al finalizar un descubrimiento impresionante: entre los proyectos inconclusos de Italo Calvino al momento de su deceso se encontraba uno que me llamó poderosamente la atención y que me demostró lo expuesto al principio de este texto y el cual me hizo retornar a la zona más cruel de las dudas lucidas. Calvino intentaría escribir algo como «Scritti su Pavese», leía una y otra vez y mi italiano no me engañaba, efectivamente uno de sus próximos sueños era contar, o sea, aprender a decirlo tan incendiariamente como él lo expresó: «Escritos sobre Pavese». Me regodeo en la posible interpretación crítica por Calvino de las cuatro novelas de Pavese, escritas entre los años 1947 y 1949, cuyo orden de aparición seria el siguiente: La casa sobre la colina, La luna y las fogatas, Entre mujeres solas y El Diablo en las colinas. Una amistad y admiración que no finalizó jamás, a pesar de las muertes de sus protagonistas. Concibiendo una especulación metafísica —tan cara a la sensibilidad pavesiana/calviniana— podríamos interrogar: ¿Acaso no asistimos a una ingeniosidad tétrica del alquimista Qfwfq?
[1] Literalmente en español: «Una ardilla de la pluma», que funciona como metáfora en varios sentidos, no solo en relación con que va a escalar el árbol tutelar, y a la vez difícil, de la literatura italiana, o lo activo/vivaz que resultará, sino que también lo va a roer. Este juicio de Pavese aparece reflejado en una carta suya a Calvino fechada el 26 de julio de 1949. Italo Calvino y Lorenzo Mondo (1931-?) la incluyeron en: Cesare Pavese: Lettere 1926-1950, Casa Editrice Einaudi, 1966 (edición íntegra), o en su defecto: Cesare Pavese: Cartas 1926-1950, Alianza Editorial, 1973 (2 tomos). Traducción de María Esther Benítez.
[2] No es menos cierto que, en 1947 y luego de la guerra, Calvino había dado a la imprenta una novela sobre la experiencia partisana itálica diferente: El sendero de los nidos de araña, donde mostraba muchas de las características deconstructivas de su narrativa.
[3] Cesare Pavese: Il Mestieri di vivere (diario), Casa Editrice Einaudi, 1962. Recopilación y edición de Italo Calvino.
[4] Cesare Pavese: La literatura americana y otros ensayos, Casa Editrice Einaudi, 1951. Selección y edición de Italo Calvino.
[5] Nos estamos refiriendo a los años en que la casa editorial Einaudi de Turín (no olvidar que existían otras dos casas matrices: Einaudi Roma y Einaudi Milán) constituía, por su pujanza, un verdadero taller renacentista contando con intelectuales de la talla de un: Cesare Pavese, Elio Vittorini (1908-1966), Natalia Ginzburg (1916-1991), Felice Balbo (1913-1964), Franco Venturi (1914-1994), Paolo Serini (1900-1965), Massimo Mila (1910-1988) y otros.
[6] En Italia cabe mencionar a Cesare Pavese (Diálogos con Leucò, 1947; La literatura norteamericana y otros ensayos, 1951; El oficio de Poeta, 1953), Italo Calvino (Punto y aparte, 1980; Colección de arena, 1984; etcétera).
[7] Hablando de coincidencias —azar concurrente lezamiano— o de intenciones concomitantes, el año 2004 resultó todo un suceso editorial en Italia la novela ilustrada de Umberto Eco (1932- 2016), La misteriosa fiamma della regina Loana (La misteriosa llama de la reina Loana), Edizioni Valentino Bompiani, 2004. En ella, el ya famoso autor de En nombre de la rosa (1980), El péndulo de Foucault (1988), La isla del día anterior (1994) y Baudolino (2000), se adentra en problemas más terrenales y nos narra la historia de Yambo, que luego de un accidente ha perdido la memoria autobiográfica y no la memoria que los neurólogos denominan como memoria semántica, por lo tanto, su esposa viendo que no la reconoce lo lleva a una casa apartada donde comienza un viaje, el viaje de toda una generación; allí Yambo mediante los objetos, los artículos, los cómics de su niñez, etcétera, se autorreconoce, pero yo no pretendo contarles el libro, en esencia quería explicarles que un autor tan profundo como Eco ahora «aparentemente» se divierte con una simple novela calzada por ilustraciones de su época, o sea, realiza un homenaje evidente a su propia generación. Además, en 2005 se constituyó en célebre suceso cultural el libro en su edición española. No debemos esperar de los escritores siempre lo mismo o lo parecido, que parece haber sido uno de los preceptos fundamentales de Italo Calvino. ¿Acaso no será la reina Loana una descendiente o monarca de la ciudad Leonia, descrita por Calvino en su libro Las ciudades invisibles (1972)?
[8] Recordemos que Calvino primero las recoge en: La memoria del mundo y otras cosmicómicas (1965) y más tarde aparecerán ampliadas en 1984 como: Cosmicómicas viejas y nuevas.
[9] Italo Calvino: Memorias y vidas difíciles, Editorial Losada, S. A. Buenos Aires, 1958. Traducción de Attilio Dabini. En este libro que es un compendio de relatos de Calvino se halla el cuento: «Las hormigas argentinas» (1952), y fue en mis años púberes una de las narraciones que más me impresionó.
[10] La edición que yo recuerdo haber visto en 1997, resulta aquella preciosa, con un grabado famoso en cubierta de Albrecht Dϋrer (1471-1528), El dibujante de la mujer acostada; sobre todo para mí, ferviente admirador de los siglos pictóricos europeos XVI y XVII.
[11] Aimé Césaire no solo es un magnífico poeta, sino un escritor, dramaturgo y político de excepcional estatura; figura relevante dentro del movimiento de la negritud y varias veces propuesto para el Premio Nobel de Literatura —que se merece con creces— y, sin embargo, injustamente no ha recibido. Sin duda este hombre es uno de los pilares culturales del ámbito antillano y mundial.
[12] Se pueden consultar con el mismo resultado las siguientes obras de Derek Walcott: Another Life, The Castaway, The Gulf and other Poems, Sea Grapes, The Star Apple Kingdom, The Fortunate Traveller, Midsummer, The Arkansas Testament, Collected Poems: 1948-1984, y otros. Para ilustrar lo que aquí expreso solo me circunscribiré a un ejemplo de su libro: The Star Apple Kingdom (El reino del Caimito), 1996. Traducción de Álvaro Rodríguez Torres. Donde el poeta dice: «But that´s all them bastards hare left us: words» («Pero eso es todo lo que los bastardos nos dejaron: palabras»), y esas «palabras» es lo que Walcott convierte o revierte en otra maravilla, mezclándolas con esa otra herencia idiomática de su isla y del Caribe: el creole.
[13] El barón rampante, de 1957, trata sobre un joven que, entre los siglos XVIII y XIX y por protesta, decide subir a los árboles para que transcurra allí su vida. Mi máxima preocupación al llegar a Rusia era no perder mi identidad cubana ante el gran bagaje de valores eslavos que me llegaban de todas partes y como el mencionado barón… estaba literalmente en constante guardia y protesta a mis circunstancias, creo que para superar esa crisis me ayudó leer Si una mañana de invierno un viajero.
[14] Algo que no puedo olvidar y que me ayudó mucho a soportar la nostalgia por mi país en el otoño de 1985 era ver en la cubierta de Si una noche de invierno un viajero (1979), la obra Confidences d´un chef de gare, del artista plástico surrealista Dominique Appia (1926-2017).
[15] He leído experiencias sobre sus visitas a la exURSS de dos hombres —y según mi opinión— que comprendieron el fenómeno soviético hasta la médula y lo expresaron: Italo Calvino y Ernesto Che Guevara de la Serna (1928-1967). Sería bueno acotar que Calvino se mueve en el momento de las verdades sobre el modelo soviético y las rebeliones contra el mismo, a su vez, las represiones directas del prototipo socialista ruso contra los pueblos polacos, húngaros y posteriormente checoslovaco y afganos.
[16] Algunos lectores acotarán y no sin mucha falta de razón que me equivoqué, pues resulta evidente que desde los años cuarenta se comenzó y sobre todo en Hollywood una gran relación entre literatos y cineastas, en especial en la realización de guiones cinematográficos o en la adaptación al cine de grandes clásicos de la literatura. Por otra parte el movimiento emancipador universal del 68 vincula la literatura y otras manifestaciones con el oficio del siglo XX, como bien lo definió Guillermo Cabrera Infante. Yo me estoy refiriendo a una manera muy sui generis de esta conexión y sobre todo por lo que ese postmoderno llamado Quentin Tarantino (1963), actor, director y guionista de cine estadounidense, en 1994 nos mostró con Pulp Fiction, escrita y dirigida por el propio Tarantino. Pulp Fiction utiliza una narrativa no lineal (inusual en las películas de Hollywood) para contar varias historias interconectadas sobre el submundo de Los Ángeles. Los diálogos muestran la habilidad de Tarantino para yuxtaponer con éxito el diálogo ligero e ingenioso y la visión más negra de la sociedad, tal y como venían también experimentando en poesía y narrativa creadores de la generación de los noventa cubana.
[17] Por ejemplo filmes de Stanley Kubrick como: 2001: una odisea del espacio (1968); La naranja mecánica (1971); El resplandor (1980) y La chaqueta metálica (1987). De Andréi Tarkovski recuerdo: Solaris (1972); El espejo (1974), en la que empleó recuerdos fragmentarios de su infancia y poemas de su padre para crear una declaración personal que es también la biografía de una generación. El espejo fue prohibida en la Unión Soviética y por lo tanto apenas pudo verse en Cuba. Y por último señalaría la que más me agrada: Stalker (1979).
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